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El dios supremo del Olimpo ha muerto, y el trono le corresponde a su hijo Titán; pero la desmedida debilidad que siente su madre por su segundo hijo Saturno, consigue que Titán renuncie a su derecho como rey, con la condición de que el nuevo rey devore a sus hijos varones nada más nacer, para que el trono regrese al fin, a los descendientes de Titán.
Saturno chupa la sangre de sus tiernos hijos recién nacidos, con la ansiedad terrible de mantener el cetro el mayor tiempo posible. El dolor de su esposa, a la que arrancan hijo tras hijo, consigue encontrar un engaño para esconder al pequeño Júpiter, que acababa de venir al mundo. Sustituye el cuerpecito del niño por una piedra envuelta en pañales y su esposo la devora con la misma ferocidad con que suele hacer.
Oculto Júpiter se cría en Creta con la leche de una cabra llamada Amalthea, y va creciendo y desarrollándose en fuerza. Titán se entera de la mentira, y creyendo culpable a su hermano Saturno, le declara la guerra, venciéndole.
Júpiter, que es ya un vigoroso muchacho, se presenta con su ejército para devolver el trono a su padre, cosa que consigue tras la completa derrota de los Titanes.
El desagradecido progenitor ve constantemente en Júpiter al hijo predicho por el oráculo para su destronamiento y no podía ocultarle su odio. Júpiter, cansado ya de las emboscadas y del mal comportamiento de su padre, cumpliendo así la profecía, lo destronó, y fue él, desde entonces, el jefe supremo del Olimpo.
Saturno termina sus días en el reino amigo de Jano, en Italia, y conmovido por la sincera acogida que éste le dispensa, le ayuda cuanto puede en el gobierno del Lacio y se esfuerza en enseñar a sus habitantes cuantas artes útiles ha aprendido.
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