HISTORIA DE UN PLATO CHINO #LEYENDA #CHINA #genio #amor #esperanza #mensaje
Entre los modelos de platos chinos, existe el llamado "tipo de sauces", en el que se representa, a la orilla de un gran río, un palacio rodeado de espléndidos árboles; entre ellos un sauce derrama la lluvia de sus flores. Cerca del palacio, un puente comunica con una islita, en la que se ve una cabaña. Sobre el puente marchan tres figuras y dos tórtolas revolotean en lo alto.
Este plato tiene una historia. El palacio era la morada de un rico mandarín, y la cabaña, la de Chang, su secretario. El mandarín tenía una hermosa hija, llamada Li-Chi, a quien quería casar con algún poderoso señor. Pero Li-Chi amaba a Chang y era correspondida. Cuando el mandarín se enteró de estos amores, montó en cólera y logró separar a los dos amantes, prohibiendo a su hija que saliese del palacio y a su secretario que entrase en él. Pero no fue esto lo peor. Un buen día se presentó en el aposento de su hija para comunicarle que esta prometida a un poderoso Ta-Jin, y que se realizaría el matrimonio tan pronto como floreciera el melocotonero.
Desde aquel día Li-Chi no hacía otra cosa que suspirar y observar el melocotonero que crecía junto a su ventana. ¿Se habría olvidado de ella su amado, o habría muerto? Pero Chang ni había muerto ni la había olvidado, y cuando faltaban sólo unos días para que el melocotonero floreciese, llegó navegando por el río, junto a la terraza donde Li-Chi se pasaba la mayor parte del día, una cáscara de coco provista de una vela, con un mensaje escrito en un bambú.
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En él preguntaba Chang si cuando se marchitasen las flores del sauce y el melocotonero floreciese sería posible que le robasen a su amada. Li-Chi escribió la respuesta en una tablilla de marfil que se arrancó de su traje.
-Cuando el melocotonero floreciese -escribió- y se marchitasen las flores del sauce, estaría dispuesta a huir con el amado de su corazón.
Pasaron los días. Li-Chin observaba ansiosamente los árboles dese su terraza y hasta le parecía entender su lenguaje, oír cómo uno le anunciaba la próxima muerte de sus flores y cómo los brotes del otro le decían que estaban próximos a abrirse.
Llegó el día de la boda. El melocotonero apareció aquella mañana completamente cubierto de flores. La fiesta prometía ser espléndida. No se hablaba de otra cosa que del cofre lleno de joyas valiosísimas que había recibido la novia como presente del poderoso Ta-Jin. Todos estaban contentos y atareados, menos Li-Chi. Cuando llegó la hora de vestirse para la ceremonia, pasó revista tristemente a los trajes que le presentaba sus doncellas, y por fin eligió uno. No quiso vestir el que todas le indicaban, el más rico y bello; un traje de seda del color de la flor del melocotonero. Li-Chi no quería volver a vestir en su vida el color que hasta entonces había sido su preferido.
Cuando estuvo vestida, pidió que la dejasen sola. Entonces llamaron a su puerta y se presentó Chang, que vestido de mendigo, y aprovechando el bullicio que reinaba aquel día en palacio, había conseguido llegar hasta donde se hallaba la novia. No había tiempo que perder. Chang cogió bajo el brazo el cofre con las joyas del Ta-Jin,. Li-Chi vistió encima de su traje de novia un sencillo vestido de su nodriza y tomó en su mano su rueca para poder utilizarla. No se acordó de sus pequeños zapatos de boda, que le impidieron correr con rapidez. Cruzaron el jardín, y al pasar bajo el sauce, recibieron la lluvia de sus flores. Antes de alcanzar el puente, ya había salido en su persecución el airado mandarín, blandiendo el látigo en la mano.
Los zapatos de Li-Chi apretaban sus pies, y al atravesar el puente, sólo les separaba unos pasos de su perseguidor. Delante marchaba Li-Chi con su rueca; detrás, Chang con el cofre debajo del brazo, y finalmente, ya sobre el puente, el mandarín blandiendo el látigo. Así los vemos representados en el plato.
En el momento en que los dos enamorados iban a ser alcanzados los buenos genios, a quienes Chang había dirigido en varias ocasiones sus plegarias, se compadecieron de ellos y los convirtieron en dos tórtolas, que echaron a volar, dejando burlado al mandarín.
Termina la historia contándonos que fueron tan felices como lo puedan ser una pareja de tórtolas enamoradas.
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