" LEYENDAS DE ESPAÑA Y DEL MUNDO"

Era una vez un campesino que tenía su esposa y vivían muy felices.  Además tenía un compadre con quien, un día, estando en el campo comiendo sopa, tuvieron esta conversación: -Tengo una pena muy grande porque mi esposa no come. -Pues me extraña mucho porque no lo aparenta. -observa el compadre. -Pues mi esposa no come y no come porque siempre está mala. -¿Cómo que no come?  Seguro que come. -responde el otro. -Pues delante de mí no come nada -dice el campesino. -Pues mire usted lo que vamos a hacer -le dijo el compadre- Hace usted que se va al campo con la bestia y yo la llevo al campo y usted se queda escondido en la casa para ver si come su esposa. Pues así lo hicieron.  Apenas se había ido el marido, cuando empezó a lloviznar. y la esposa se levantó y dijo: -¡Ay, Dios, mío!  ¿Qué comeré hoy?  Como está el día tan malo haré pan. Eran las seis de la mañana, hizo el pan, se lo comió y se acostó a descansar.  A las once se levanta y dice: -¡Ya estoy casi d

Imagen de  👀 Mabel Amber, who will one day  en  Pixabay   Juan Tonto y María la Lista estaban casados.  Él era el hombre más tonto del pueblo y su mujer era la más lista.  Vivían en el pueblo de Cuevas y todos los días tenía que ir el marido a Peñafiel a las tiendas. Un día salió Juan para Peñafiel y le dijo a su mujer: -Bueno mujer, dime qué quieres que te traiga. -Quiero que me traigas un cochinillo -le respondió María. Y se fue Juan a Peñafiel.  Compró el cochinito y se volvió con él a su pueblo.  Al salir de Peñafiel, le dio un azote en el culo y le dijo: -Anda, vete donde la María. Y se fue solo para su casa.  Al llegar a su casa, le dijo a su esposa: .¿Ha venido el cochinito? -¿Qué cochinito? -dijo ella. -Pues hija, si he comprado un cochinito muy gordito, y le he dado un azote en el culo y le he dicho que se viniera donde la María. -¡Tonto, más que tonto! -le dijo María- ¿Cómo iba a venir solo el cochinito?  ¡Tonto, más que tonto!  Tenías que habe

Imagen de  anvel  en  Pixabay   Éranse una vez un viejo y una vieja que vivían en medio de los campos.  Llegada su hora, el hombre falleció, pero al poco tiempo, la mujer trajo al mundo a siete gemelos, y a los siete les puso el nombre de Simeón.  Fueron creciendo y creciendo, todos iguales de cara y de porte.  Los siete salían cada mañana a trabajar al campo. Acertó a pasar un día el zar por aquel sitio.  Le pareció, desde el camino, que allá lejos estaban arando unos siervos (¡eran muchos para que se tratara de la parcela de un campesino!) y él sabía a ciencia cierta que por allí no había tierras señoriales.   Envió a su mozo de cuadras a enterarse de qué gente era aquella que estaba arando, de dónde eran, cómo se llamaban, si pertenecían al zar o a un terrateniente, si eran aldeanos o braceros...  Llegó el mozo hasta ellos a preguntarles: -¿Quiénes sois y de dónde?  ¿Cómo os llamáis? -Somos los siete Simeones gemelos.  Nuestra madre nos parió de una vez.  Nacimos aquí y es

 Pixabay Erase una vez un padre que tenía dos hijos, Pedro y Juan.  A Pedro le decían, Pedro el de Malas.  Eran muy pobres, y el hijo mayor Juan, le dijo a su padre que quería marcharse a buscar fortuna.  El padre consintió, pero antes de que marchara le dio estos consejos: -No te fíes de canto reboludo, ni de perro faldero, ni de hombre rubio. Se marchó Juan, y por el camino llegó a un arroyo que para pasarlo tenía un canto reboludo de pasadera.  Sin acordarse de los consejos de su padre, pisó el canto para pasar el arroyo y se cayó dándose un golpe tremendo.  Más adelante, se encontró con un perro faldero que se le acercó y le mordió Llegó Juan a la casa de un hombre que era rubio.  Sin acordarse de lo que le había dicho su padre, le preguntó si le hacía falta un criado en la casa.  Le contestó que sí, y Juan se quedó a servir, haciendo un contrato que al primero que se enfadara tenía que sacarle tres correas desde el cogote al culo.  La paga sería cuando cantara el cuquil

Imagen de  mrcolo  en  Pixabay   En la región Pontremolense se conservan todavía las ruinas del castillo Apuano, el cuál, según cuenta la leyenda, guarda fabulosos tesoros en sus cimientos.  Han pasado los siglos, y nadie ha podido, hasta ahora, sacarlos de allí, a pesar de haber sido muchas las intentonas llevadas a cabo a lo largo del tiempo. El dueño de tan valiosos tesoros es el diablo y por ello recurre, con su poder sobrenatural, a toda clase de artimañas. En cierta ocasión, unos cuantos audaces decidieron conseguir lo que hasta entonces había sido imposible, y llevando consigo un sacerdote, para conjurar el poder diabólico, se dirigieron al castillo, dejando en la entrada del camino  una pareja de guardias, para que impidieran el paso a todo el mundo. Se internaron en los sótanos del edificio y rápidamente empezaron su tarea.  En el acto, el cielo se encapotó con grises nubarrones, y un fuerte temporal de lluvia empezó a caer sobre la montaña.  Al poco rato, u

Más de 1.8 millones de imágenes gratis para descargar - Pixabay Warin era un conde de Altorf y Ravensburg en Suabia, el cual tenía un hijo que se llamaba Isenbart, que estaba casado con Irmentrut.  Sucedió que una pobre mujer de la región dio a luz tres niños de una vez.  Duando la condesa Irmentrut lo supo, exclamó: -¡Es imposible que esta mujer pueda haberlos tenido a la vez de un solo hombre, sin adulterio! Esto lo dijo abiertamente ante el conde Isenbart, su dueño y señor, y toda la corte. -Y esta adúltera -continuó- no merecería otra cosa que ser encerrada en un saco y echada a un río para que se ahogase. Al año siguiente, la condesa misma quedó embarazada.  Y estando su marido en una expedición guerrera, dio a luz doce niños.  Temblorosa y espantada, pensando que seguramente a consecuencia de sus propias palabras, se la acusaría a ella misma de adulterio, ordenó a su camarera que llevase a once de los niños al arroyo próximo y que los ahogase.  Guardó al duodéc

Imagen de  Enrique Meseguer  en  Pixabay   A mediados del siglo XVI, habitaba en Madrid, en la calle del Príncipe, un rico banquero con su hija llamada Prudencia Grillo.  Por su belleza y porte llegó a ser la reina de todas las fiestas que se celebraban en los salones de la Corte.  Sus éxitos la envanecieron de tal modo, que supeditó todos sus anhelos a seguir siendo la mujer más hermosa y atrayente de Madrid. Los más nobles caballeros estaban enamorados de ella y eran manejados a su antojo, martirizándolos con su refinada coquetería, enfrentándolos en discordias y duelos que para ella eran nuevos triunfos.  Cifraba su felicidad en mantener encendido el fuego de su amor en el corazón de varios amadores, dispuestos a dar su vida por la hermosa, sin que en su corazón hubiera dado entrada a ninguno, indiferente a los sentimientos de amor. A su magnífica mansión acudían los más ilustres varones de la época, haciendo de sus reuniones un verdadero centro de cultura y de arte, presidi