LA FUENTE DE ANA MANANA #leyenda #españa #galicia #desobediencia #maldición #curiosa
Río Miño
Las tierras del Ayuntamiento de Toén, entre el Miño y Bardana, culminan en los Castros de Trelle, en los cuales se sabe desde tiempo inmemorial que hay moros encantados. Éstos moros, a pesar de la prohibición del Corán, no dejan de sentir afición al bon viño d'Ourens, que cantó el poeta cristiano, y que se da por la parte de Puga, en las fincas de la Cavadiña y del Olivar, pongo por caso. No obstante, son moros auténticos. Su origen está referida en la Crónica del arzobispo Turpin, compañero de Carlomagno en las aventuras que le acaecieron en España:
"En cierto lugar de España había una gran estatua que tenía en la mano una llave, y que cuando aquella llave cayese de la mano de la estatua los moros que hubiere en España, soterrarán en lugares ocultos sus tesoros, e iránse."
Esos tesoros se encuentran en Galicia, en los castros, en las "mámoas", en donde se ven roquedos de formas extrañas, y hasta en las iglesias y cruceros. De ellos se cuenta una larga relación en cierto viejo pergamino hallado en el castillo morisco de don Gutierre de Altamira, relación que han dado al público los editores sucesivos del celebrado Libro de San Cipriano, "Tesoro del Hechicero".
Resulta que, si bien enterraron sus tesoros, los moros no se han ido. Siguen viviendo en aquellos lugares, bajo tierra, pues disponen de ciertas palabras que, al decirlas, las rocas se abren o se cierran a su voluntad.
Sucedió que un mozo de este Ayuntamiento marchó al servicio y le tocó en África. Estando en Marruecos, le sucedió que un día se encontró a solas con un nativo del lugar, que le preguntó de dónde era.
-Soy de Mugares, en el Ayuntamiento de Toén, provincia de Orense.
-Entonces conocerás la fuente de Ana Manana.
-Conozco.
-Pues cuando vayas a tu tierra, le has de llevar un encargo a una parienta mía que allí está, y si lo cumples bien, no te ha de pesar.
Y le entregó un fardo, advirtiéndole que de ningún modo mirase, ni el ni nadie, lo que llevaba dentro. Que se dirigiese a la fuente de noche, y allí, sin decir otra cosa, llamase a Ana Manana gritando bien, para que se le oyese. Después ya vería él lo que ocurría; pero no debía asustarse, pues todo sería por su bien.
Cumplió el mozo su servicio y se volvió a su casa con su macuto y con el fardo que le entregaran. Puso el fardo con mucho cuidado encima de un arca. Pero el mozo tenía una hermana, muy curiosa, que en un descuido de éste abrió el fardo y encontró dentro una hogaza de magnífico pan de trigo, con cuatro picos, tentador. La muchacha se comió un pico, sintiendo la corteza estallar deliciosamente en los dientes, y lo volvió a dejar en el saco, tal como estaba.
La velada siguiente, el mozo cogió el fardo y se encaminó a la fuente. La noche era oscura y no se veía un alma. El mozo reunió sus fuerzas y llamó con esa voz y entonación características, que se emplean en Galicia para llamar a lo lejos:
-¡Ana Manana!
Le respondió el silencio. Volvió a llamar:
-¡Ana Manana!
Tampoco. Por fin, a la tercera ¡Ana Manana1, sintió una voz dulcísima, que se fue acercando, y apareció una muchachita preciosa, una mora hermosísima, que le sonreía llena de esperanza.
El mozo le entregó el fardo y ella lo abrió. Al coger el pan, éste se convirtió en un magnífico caballo blanco, pero cojo; le faltaba una de las patas delanteras.
El desconsuelo de la muchacha no tuvo límites. Lloraba como una Magdalena. Se dirigió al mozo y le dijo:
- Has hecho mí desgracia y la tuya. Llevo aquí más de mil años esperando un alma buena que me desencante, y ahora, cuando ya creía que me vería libre, resulta que tengo que esperar quinientos años mas en esta tristeza. Yo y todo mi haber éramos para ti, si hubieses cumplido bien el encargo de mi hermano. Ahora, mal hayas tú y toda tu gente, y mueras de mala muerte.
Y así fue, que el mozo se desgració a los pocos días.
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