LA CUESTA DE LA REINA #Leyenda #España #Burgos #madre #hijo #amor

Imagen de Petra Šolajová en Pixabay 

Partiendo del Monasterio de Fredeval, existe una cuesta que lleva hasta un lugar donde hubo en otros tiempos una especie de castillejo, que en la época en que se sitúa esta leyenda, estaba ya deshabitada.

Cuenta la leyenda, que el Monasterio de Fresdeval fue fundado por don Gome Manrique, hijo del Adelantado Mayor del Reino, don Pedro Manrique.

Don Gome Manrique era hijo bastardo del Adelantado, y había nacido en Granada, de unos amores que tuvo su padre con una dama mora.

Había sido educado en la religión mahometana, pero al morir su padre y heredar todos sus bienes, por no tener el Adelantado hijo ninguno de su esposa legal, se convirtió al cristianismo, y se  casó con doña Sancha Rojas.

A pesar de su conversión al cristianismo, decían las gentes del país que muy a menudo don Gome Manrique se iba a Granada, donde se ponía sus antiguas ropas árabes, y acudía a diversiones impropias de su rango.  En estas correrías, llegó a conocer y tratar en intimidad con una princesa mora, con quien tuvo un hijo.

Cuando los años impedían a don Gome Manrique las correrías y las guerras, se retiró a sus propiedades, donde fundó el Monasterio de Fresdeval, ayudado por su esposa, doña Sancha.

Hacía ya algunos años que el Monasterio había sido inaugurado, y habitaba en él un grupo de monjes que se dedicaban a la oración, cuando alguien descubrió que el castillo que remataba la cuesta que partía del Monasterio, estaba habitado, y que todas las noches, una mujer, ataviada con una bata blanca, salía del castillo y desaparecía de pronto, al llegar a las cercanías del claustro hoy conocido por el nombre de "claustro de doña Isabel Pacheco de Padilla", por haber sido enterrada allí esta dama.

Enterado el Prior del asunto, se indignó ante el sacrilegio que suponía a este hecho.  No obstante, quiso asegurarse antes de hablar con ninguno de los monjes, ya que en todos tenía tan absoluta confianza, que no podía, ni remotamente pensar que uno de ellos fuera capaz de recibir a una mujer en el claustro.

Inmediatamente se puso a indagar en secreto, y llegó a sospechar de que era un joven novicio que hacía poco había llegado al Monasterio el que infringía las severas leyes de la Orden.  Aún no se atrevió a decir nada hasta tener la seguridad del hecho, porque el novicio era nada menos que el hijo bastardo de don Gome Manrique, el fundador del Monasterio..

Puso un espía en las cercanías del Monasterio, para que le advirtiera si realmente la mujer de la bata blanca entraba en el claustro.  La noche en que el espía se apostó junto a unos matorrales, en el cielo brillaba la luna con todo su esplendor, y la mujer no salió.

A la noche siguiente también brilló la luna, y tampoco apareció en la puerta del castillo la mujer, pero a la tercera noche la luna estaba oculta por las nubes, y de pronto el hombre que estaba vigilando, vio surgir de entre la noche una figura blanca.  Se escondió de inmediato.  Era la mujer del castillo, que bajaba a toda prisa por la cuesta, hasta llegar al claustro.  Una vez allí desapareció.

El hombre se fue inmediatamente a avisar al prior.  Éste hizo levantar a los monjes, que estaban ya recogidos.  Entretanto, en el claustro, el novicio, arrodillado en el suelo, tenía apoyada la frente en el regazo de la mujer, mora de extraordinaria belleza, la cual, pasaba la mano por la cabeza del joven, pronunciando, en árabe, palabras de dulce aliento y consuelo.  Estaba sentada en el borde de un pozo,

Frente a ellos estaba la puerta del claustro, ahora herméticamente cerrada.  De pronto, cuando menos lo esperaban, la puerta se abrió y aparecieron el prior con los monjes, con sendos cirios encendidos.

El joven se levantó, pálido de ira.  La mujer siguió sentada, sin moverse y sin pronunciar palabra.  El prior alzó la mano para lanzarla sobre ellos, cuando el novicio le detuvo con un gesto, declarando al mismo tiempo que la mujer era su madre.

Era, en efecto, la princesa mora con quien había tenido amores en Granada don Gome Manrique, y que, al obligar éste a su hijo bastardo a ingresar en el Monasterio, le había seguido hasta Castilla, y vivía escondida en el castillo, con el único consuelo de visitarle las noches en que no brillaba la luna.

El prior se inclinó ante la dama, que se retiró a su refugio.  Pocos días después, el novicio salía del Monasterio para reunirse con ella.

Desde entonces se llamó a la cuesta por donde bajaba la madre a visitar al novicio, la Cuesta de la Reina.