LA PESCA DE UNA SIRENA #leyenda #francia #breton #pacto
Para sobrevivir, los pescadores de Bretaña deben luchar con uno de los mares más difíciles de navegar. Basta que haya oscuridad, un poco de niebla o el viento para que se sientan en las fronteras de un mundo misterioso. Las costas son de las más escarpadas de Europa: cada promontorio se adentra en el mar con una concatenación de islas o peñascos, mientras que cada estuario se convierte, en función de las mareas, unas veces en un lago tranquilo y otras en un pantano peligroso. Aquí el misterio marino se conjuga en todas sus formas, en todos los seres y todos los ruidos. Además, no hace mucho, también había sirenas.
Yan salió un día a pescar en las proximidades de la isla de Sein, cuando se dio cuenta de que la red se había quedado atrapada. Algo la retenía en el fondo. Maldijo su mala suerte y maniobró con la barca pero no consiguió soltarla. Poco a poco, se estaba levantando un viento peligroso. Yan dio otro tirón y, por suerte, la red se soltó un poco más. Entonces empezó a subirla a la embarcación. ¡Qué extraño! Era muy pesada. Normalmente cuando la red queda atrapada en las rocas del fondo se recupera casi vacía. Mejor habría algún pez... Pero cuando llegó el momento del último esfuerzo y Yan quiso observar la red llena de presas, ocurrió algo muy extraño: entre las olas, que estaban encrespándose cada vez más por el impulso del viento de los Muertos, apareció el rostro encantado de una mujer. Sus cabellos dorados eran como una fina red de algas que descendían para cubrile la espalda y el pecho.
El asustado Yan comprendió que había capturado a una sirena. ¿Qué podría hacer ahora? Con las sirenas podía ocurrir de todo. Pero si la llevaba a la orilla podría ganar un poco de dinero exhibiéndola en las ferias. Pero la mujer de ojos de nube sabía leer el pensamiento.
-Yan, eres un hombre bueno. No creo que debas llevarme a la orilla. Yo estaría tan triste que ni siquiera puedes imaginártelo. Y además, ¿por qué tendrías que hacer esa mala acción precisamente el día que ha nacido tu séptimo hijo? -dijo la sirena.
-¿Qué dices? -preguntó estupefacto el pescador.
-Sí. El hijo que tu mujer esperaba ha nacido hace una hora. Quisiera proponerte algo: tienes una familia muy grande y no sabes cómo darles de comer. Aquí tienes una moneda de oro. Es mágica. Ponla cada noche sobre la chimenea y al día siguiente encontrarás dos. Así podrás comer sin tener que trabajar demasiado. A cambio, mañana me traerás a tu hijo recién nacido y yo lo converitré en rey. Te espero aquí. -dijo la sirena.
Yan se dijo que una moneda de oro, mágica o no, siempre era un negocio y, además, pensó que las promesas hechas a una sirena siempre podían romperse. Así que liberó a la sirena, se embolsó la moneda de oro y regresó a casa.
Su séptimo hijo lo esperaba llorando. El pescador decidió llamarle Sirven, después, puso la moneda de oro sobre la chimenea y se fue a dormir. A la mañana siguiente había dos monedas de oro junto a la primera. Yan se puso muy contento.
Se quedó con el hijo y con la moneda mágica. Ahora era rico y el encuentro con la sirena formaba parte del recuerdo. De vez en cuando salía a pescar, más que nada por diversión. Todos sus hijos le ayudaban, excepto Sirven que tenía prohibído poner los pies en la barca y acercarse al mar.
Sin embargo, un día, cuando el niño tenía diez años, mientras se aburría en el jardín de casa pasaron sus amigos que iban a recoger las ostras que quedaban entre las rocas tras retirarse la marea.
-¿Por que no vienes con nosotros? -le preguntaron.
-Mi padre no quiere que me acerque al mar -respondió Sirven.
-Ahora hay marea baja y el océano está lejos.
Sirven accedió porque en el fondo tenía muchas ganas de ir a jugar al mar con los otros hijos de los pescadores. Pero en cuanto Sirven puso los pies en la playa se alzó un gran golpe de viento y las olas lejanas volvieron al galope. Era el momento de la marea alta. Sirven no tuvo tiempo ni a preguntarse qué estaba sucediendo. Vio a los otros niños que corrían hacia la carretera, intentó seguirles pero dos brazos suaves lo retuvieron entre las olas.
Era la sirena rubia que había acudido a llevarse lo pactado. Así fue como Sirven desapareció bajo las aguas del océano y ya nadie oyó hablar nunca más de él.
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