PINDOS Y EL DRAGÓN #cambio #envidia #leyendas #grecia
Licaon, rey de Ematia, tuvo un hijo llamado Macedón, del cual tomó el país su nombre, cuando el antiguo cayó en desuso. Macedón, a su vez, tuvo un hijo notable por su valor y por su belleza, llamado Pindos. Los demás hijos de este rey eran de menos valor y gallardía, y por eso le envidiaban terriblemente. Le atormentaron; pero después perecieron, en justo castigo.
Un día salieron a cazar y encontraron unos cervatillos, a los cuales empezaron a perseguir. Los animalitos huían con toda la velocidad de sus patas. Pindos espoleó a su caballo y, llevado por su apasionamiento por la caza, se alejó de sus compañeros. Los cervatillos entraron al fin, en una caverna muy profunda y se salvaron ocultándose de la vista de su perseguidor.
Pindos bajó del caballo, lo ató por las riendas al árbol más cercano y se metió por la cueva con todo el cuidado que pudo, buscando a los fugitivos.
-¡Deja a los animales! ¡No los toques!
Pindos miró a todos los lados y no vio a nadie. Sintió un gran miedo de la voz, como si viniera de una causa superior. Salió de la cueva, montó en su caballo y partió.
Al día siguiente volvió solo; pero no entró en la caverna, a causa de lo sucedido, que le había espantado tanto. Por una parte, no se atrevía a entrar y por otra estaba deseando saber quién le había impedido capturar su presa el día anterior. Pensaba que serían pastores u otros cazadores.
De pronto vio un terrible dragón de enorme tamaño, que avanzaba hacia él, con la parte menor de su cuerpo erguida sobre la mayor. Y la parte menor era la cabeza, y la cabeza con el cuello, era mayor que un hombre robusto.
Pindos, aunque tuvo enorme miedo, no huyó, sino que, manteniéndose sereno, ofreció al monstruo unos pájaros que había cazado, en signo de amistad. El dragón pareció dulcificarse con esos presentes, y sin hacer daño al cazador, se retiró. Esto extrañó mucho a Pindos; pero al mismo tiempo atrajo su interés.
Como precio de su salvación, a diario llevaba las primicias de su caza a la bestia, fuesen animales del bosque o sabrosos pajarillos. Estos regalos no le fueron inútiles, pues desde aquel día los dones de la fortuna llovieron sobre él y cada vez su situación fue más próspera.
Todos los días cazaba hermosas piezas; llegó a poseer una gran reputación de cazador hábil y valeroso. Por su belleza, era adorado por las mujeres y los hombres le admiraban. Solamente sus hermanos le odiaban y persistían en su envidiosa enemistad.
Un día esos envidiosos determinaron, en su odio, hacer desaparecer a Pindos. Se ocultaron en la floresta, donde su hermano solía cazar, y allí le sorprendieron, le sujetaron y sacaron sus espadas para matarlo. Pindos, a grandes voces, pedía socorro; pero nadie le oía. Solamente el dragón oyó las voces de su amigo (pues es el animal que tiene el oído más fino) y se levantó de su lecho de hojas y fue a auxiliar a Pindos.
Cuando llegó al sitio en donde el príncipe fuera sorprendido, era tarde, , Pindos yacía en el suelo, desangrado por varias heridas y los asesinos limpiaban sus espadas. El dragón se lanzó contra ellos que, aterrorizados, no pudieron moverse, y los destrozó. Después no abandonó aquel sitio, sino que esperó, guardando el cadáver a que llegasen los criados de Pindos.
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