EL AVARO QUE PERDIÓ SU TESORO #Fabula #Jean_de_La_Fontaine #avaricia #robo
Nada posee quien no hace uso de lo que tiene.
Díganme esos avarientos cuya única pasión es atesorar, sin tregua ni descanso, en qué se aventajan a los demás. Diógenes es tan rico como ellos, puesto que ellos viven tan miserables como él. Sirva de ejemplo al Avaro del tesoro escondido, de quien nos habla Esopo.
Aquel desdichado aguardaba una segunda vida para gozar de su fortuna: no era dueño, sino esclavo de sus riquezas. Tenía una fuerte cantidad escondida bajo tierra, y con ella estaba sepultado su corazón: su único placer era pensar en aquel tesoro noche y día, jurando y perjurando respetarlo siempre. Fuese o viniese, comiera o bebiera, no apartaba nunca el pensamiento del lugar donde estaba enterrado su capital. Tantas veces fue a visitarlo, que lo vio un cavador, sospechó algo, buscó el depósito y se lo llevó sin decir palabra. El Avaro un día encontró el nido vacío: el pájaro había volado.
Y ved a nuestro hombre gimiendo y suspirando. ¡Qué lloros y qué lamentos! Un transeúnte le pregunta qué es lo que le aflige:
-¡Me han robado mi tesoro!
-¿Vuestro tesoro? ¿De dónde?
-De aquí; junto a esta piedra.
-¿Pues, qué? ¿Estamos en tiempo de guerra para llevarlo tan lejos? ¿No hubieseis obrado mejor guardándolo en casa? A toda hora podréis serviros de él.
-¿A toda hora? ¡Santo Dios! ¡Buena la hubiéramos hecho! ¿Acaso el dinero viene como se va? Yo no tocaba nunca mi caudal.
-Entonces, ¿por qué os afligís de esa manera? Puesto que no tocabais nunca aquel tesoro, poned un guijarro en su lugar, lo mismo será.
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