EL FANTASMA DE CELINA #leyendas #aragon #madre
De un cabriolé, tirado por caballos preciosamente enjaezados, descendía luego, luciendo el último modelo de París, la condesa de Urgel escoltada por su obeso conde que la doblaba en años.
Todo sucedió en aquél trágico atardecer de otoño. Celina cerró cuidadosamente el piano cuando las doncellas le anunciaron que los niños estaban vestidos para el paseo. Sus dedos nerviosos y afilados, habían repetido una vez más su partitura preferida, de Ravel, desde luego, la "pavana para una infanta difunta". Se acercó casi de puntillas a la coqueta del rincón de la sala. Derramó unas gotas de esencia de narciso en sus manos que luego frotó por el cuello y las sienes. Se enfundó los guates que le llegaban al codo y se dirigió a la escalinata.
Los niños, desde el coche, saludaron con una sonrisa su presencia y los tres recorrieron la alameda central del parque. Traspusieron la cancela y tomaron el camino del Molino.
De cuando en cuando, suspendía la lectura y echaba una ojeada hacia los niños y sus gestos la hacían sonreír de ternura. ¡Bien sabía Dios cómo los quería!
De repente y de forma inexplicable, el cochecillo se puso en movimiento hacia el torrente. Celina, , se levantó de un brinco y quiso correr a detenerlo, pero quiso la mala suerte que la fimbria del vestido se le enganchase en la roca, sujetándola.
Dio un tirón brusco y desesperado que rasgó la seda y se abalanzó hacia el coche que ya corría ladera abajo y ante la mirada atónita, pasmada, de Celina, se precipitaba entre las aguas salvajes del Caldarés.
Todavía vio emerger un instante en una gorga las ruedas del cochecito volcado y más allá la cabecita de uno de los niños con un rictus de angustia.
Se dejó caer derrumbada. Ni una lágrima en sus ojos azules salidos de las órbitas. Nadie sabría decir qué laberinto de ideas encontradas pasaron por su mente. Al final, enloquecida, aunque aparentemente serena, se acercó a una roca saliente y se lanzó al agua.
Un par de días después encontraron los cadáveres de los tres, desparramados en el Gállego.
Actualmente la casona señorial, hace ya tiempo abandonada por los desconsolados marqueses. A la noche, un fantasma rubicundo y cimbreante en su largo traje de seda blanca recorre los pasillos, habitaciones, escaleras y los senderos del parque.
Es el espíritu de Celina que retorna al caserón de su desgracia. Y hasta aseguran que hace sonar melancólicas las teclas del piano, que susurran la triste pavana de Ravel.
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