LA PRUEBA DE LA AMISTAD #prueba #amistad #realidad #ESOPO #GRECIA
Lucano, sabio de Arabia, después de haber dado muy sabios consejos a su hijo, le preguntó si tenía muchos amigos.
-Creo que más de cien .
-Hijo mío -le dijo el padre- No puedes decir que uno es amigo tuyo hasta que lo hayas probado. Yo, que tengo más años que tú, hasta ahora no he hallado sino un medio amigo, y tú, sin haberlos probado, ¿dices que tienes cien? Pruébalos primero antes de creer que son amigos.
-Padre -respondió el hijo- ¿Cómo los tengo que probar?
-Ve -le dijo el padre- y mata un becerro, mételo en un saco, que salpicarás un poco de sangre por fuera, llévalo a alguno de esos amigos y dile que es un hombre que has matado, y ruégale como amigo que te ayude a ocultar tu delito y a enterrarlo, para que la justicia no te castigue. Así los iras probando a todos y verás si alguno es tu amigo verdadero.
El hijo hizo cuanto el padre le aconsejó, y el primer amigo a quien se dirigió le dijo:
-Amigo, vete allá con tu muerto, no entres con él en mi casa; si cometiste ese delito, prepárate para el castigo.
Yendo después a los otros amigos con la misma súplica, todos le respondieron casi del mismo modo, rechazando el compromiso.
Volvió el hijo, y refiriéndole al padre lo que le había sucedido, le dijo:
-Hasta aquí has experimentado lo que dice el filósofo; que muchos son los que se llaman amigos, pero que en realidad lo son pocos o ninguno. Ahora ve a aquel medio amigo mío y haz con él la misma prueba, a ver lo que te dice.
El hijo fue, en efecto, le dijo lo mismo que había dicho a sus fingidos amigos; oyendo lo cual aquel hombre le hizo entrar con sigilo, y haciendo retirar a toda la familia, quedaron solos, empezó a cavar para enterrar el saco con el muerto sin que nadie lo supiese; pero no fue menester, porque el joven le descubrió todo el hecho, y dándole las gracias se volvió a su padre y le refirió lo que le había pasado. Entonces le dijo el padre:
-De semejantes amigos habla el filósofo cuando dice que únicamente es buen amigo el que ayuda en la necesidad.
Viendo el hijo que un medio amigo hacía esto, preguntó al padre si había visto alguna vez un amigo entero:
-No lo he visto jamás. -le respondió- pero he oído hablar de uno.
Le rogó el hijo que se lo contase y el padre le habló así:
-Oí contar que dos mercaderes, uno de los cuales vivía en Egipto y el otro en Beldach, se estimaban mutuamente, aunque sin conocerse más que por correspondencia que seguían en su comercio. Pasado algún tiempo, el mercader de Beldach fue a Egipto, salió su amigo a recibirle y se lo llevó a su casa tratándole con la mayor amistad. Estando allí muy obsequiado el mercader de Beldach cayó gravemente enfermo, y su amigo llamó a los médicos, los que después de examinar los síntomas de la enfermedad dijeron que su mal no era del cuerpo, sino del alma, pues sin duda estaba poseído de un deseo invencible de amor hacia alguna mujer o de codicia. Oída la explicación de los médicos, el mercader de Egipto se acercó a su amigo y le dijo si había en la casa alguna mujer de la cual estuviese enamorado y fuese causa de su mal, y diciendo el enfermo que se las mostrasen y que él diría la verdad, hizo poner delante de él a todas las mujeres de su casa. Entre ellas había una joven muy hermosa, a la cual amaba él mucho e iba a casarse con ella, y viéndola el de Beldach dijo:
-Amigo, de esta depende mi vida o mi muerte.
En cuanto el egipcio oyó estas palabras, le entregó aquella joven por esposa, y casándose con ella cobró su amigo al instante la salud, volviéndose poco después a su tierra.
Algún tiempo después sucedió que el mercader de Egipto perdió todos sus bienes, y viéndose reducido a la miseria, determinó ir a ampararse a casa de su amigo el de Beldach.
Llegó allí una noche, y sumamente desconsolado se fue al templo. Al salir vio que dos hombres reñían y que uno mató al otro, y se escapó. Se quedó aterrado. Los vecinos que acudieron al ruido, al verle cerca del muerto, le prendieron y preguntaron si había matado él, a aquel hombre. El mercader, que cansado de su desgracia deseaba morir, respondió que sí. Lo llevaron ante los jueces, que le condenaron a muerte, y acudiendo mucho gentío a ver la ejecución como era costumbre, también fue entre otros su amigo, que reconociéndole mientras le llevaban al patíbulo, se acordó de los muchos beneficios que le había dado, quiso sufrir la muerte y el suplicio por él,, y dijo en voz alta a los jueces que aquel que llevaban al suplicio era inocente, pues él era, quien había hecho la muerte..
Los jueces al oírle quedaron perplejos y consultaron entre sí, cuando el hombre que verdaderamente había hecho la muerte, y se hallaba presente, viendo la fidelidad y amor de los dos amigos, y que el uno quería morir por el otro, no pudo disimular más, e instigado por su conciencia, se fue a los jueces y dijo:
-Oíd, señores. La justicia divina me castigaría gravemente si no confesara mi delito. Yo fui quien mató a aquel hombre que hallasteis en la calle, no lo dudéis, condenadme a mí, pues no puedo sufrir que muera este inocente.
Los jueces, viendo un caso tan extraño, condujeron a los tres a la presencia del rey, refiriéndole lo que había sucedido. El rey, oyendo que el culpado había confesado la culpa tan ingenuamente, solo con el fin de librar a un inocente, le perdonó la vida, y el mercader de Beldach se llevó a su casa al de Egipto, y consolándole de sus desgracias le dijo:
-Si quieres vivir en mi compañía, cuanto tengo será tuyo, y si quieres volverte a tu tierra, dividamos mi fortuna, toma una parte y yo me quedaré con la otra.
Así lo hicieron, y el mercader de Egipto tomó la mitad de los bienes que le dio su amigo y se volvió a su tierra.
Las desdichas de un amigo las siente como suyas el que es amigo verdadero.
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