LA LEYENDA DEL LAÚD #leyendas #china #musica #amistad
En tiempo de los Reinos Combatientes, en el siglo III a. de J.C., vivía un célebre letrado llamado Yu Choet. Había nacido en la capital del reino de Tsou, provincia de Hopei, pero vivía en la corte de Tsin, dónde desempeñaba un alto cargo en la magistratura. Sus amigos le llamaban Po-Ya.
En una ocasión fue enviado a la corte de Tsou en calidad de embajador. Aprovechó el viaje para visitar las tumbas de sus antepasados y saludar a todos sus parientes y amigos. El rey le colmó de regalos, de objetos de oro y brocados, y hasta puso a su disposición un barco, para evitarle el viaje por tierra, siempre penoso y más largo.
Po-Ya embarcó pues, rodeado de amigos y de altos dignatarios de la corte de Tsou, que habían ido a despedirle. A los pocos días de travesía llegaron a la desembocadura del río Han-Yang. Era a mediados de otoño y la Luna brillaba con un resplandor insólito sobre las montañas. La embarcación, anclada al pie de una de ellas, quedaba en sobra. Po-Ya se instaló en la cubierta; mandó a uno de los marineros colocar su laúd sobre la mesa y quemar un poco de incienso. Luego sacó el instrumento de su estuche, lo afinó y empezó a tocar.
De repente una de las cuerdas se rompió; era señal de que había en las cercanías algún indiscreto que estaba escuchando. Po-Ya quedó sorprendido. ¿Quién podía ser, en aquel sitio y en aquella hora? Por orden suya, los marineros se disponían a desembarcar para recorrer la orilla, cuando se oyó una voz que venía de tierra. La voz dijo que era un simple leñador que volvía del trabajo, y al oír aquella música maravillosa se había parado a escuchar. Po-Ya se echó a reír; era casi un sacrilegio oír a un leñador pronunciar las palabras música y laúd. Pero la voz de la orilla se oyó de nuevo y recordó a Po-Ya el viejo proverbio chino:
"Cuando hay un sabio en la casa atrae a todos los del exterior."
Si había en aquellos lugares un hombre capaz de tocar con tanta suavidad, ¿Cómo podía extrañar que hubiera quien le escuchara?
A Po-Ya no le disgustó la respuesta y preguntó al desconocido si sabía cuál era la canción que había empezado a tocar.
-Si -respondió la voz-; era el lamento de Confuncio a la muerte de su discípulo Yen Wet.
Po-Ya no salía de su asombro y, gozoso y animado mandó que hicieran subir a bordo a aquel leñador.
Cuando subió al puente, los marineros le miraron con desprecio. Él, sin darle importancia, dejó sobre la mesa su bastón y su hacha y se sentó sencillamente, sin hacer las protestas que las leyes de la cortesía hubieran exigido en aquel caso. Po-Ya, que estaba decidido a averiguar hasta donde llegaba su sabiduría, le preguntó si conocía la historia del laúd. El leñador empezó a hablar y le respondió sin una sola falla. Contó como Po-Ya, el príncipe legendario que descubrió el fuego, vio una vez caer sobre las ramas de un plátano chispas de cinco planetas; otro día vio varias aves fénix columpiándose en sus ramas y comprendió que la madera del plátano contenía la esencia del universo, y por lo tanto, era la materia ideal para fabricar un instrumento. Mando entonces talar uno de aquellos árboles y dividirlo en tres trozos; eran el trozo del cielo, el trozo de la tierra y el trozo del hombre. El primero dio un sonido excesivamente claro y ligero; el segundo resultaba demasiado grave. Sólo el del centro, el de la tierra, armonizaba todos los matices, y por eso fue elegido.
Se le tuvo sumergido en la corriente de un río setenta y dos días y luego se le dejó secar a la sombra. El príncipe Fo-Hsi esperó a que llegara un día de buen augurio, y entonces encargó al artesano más hábil de la región que convirtiera aquel trozo de madera en un laúd. La talla se hizo según los principios de "la música del lago de Jade". El instrumento medía de largo, tres pies, seis pulgadas y un décimo correspondientes a los 361 grados de la circunferencia celeste. Media ocho pulgadas de ancho, en un extremo, y cuatro en el otro, su recuerdo de las cuatro estaciones y de las ocho fiestas del año, respectivamente. Su grosor era de dos pulgadas, para simbolizar la dualidad de la Luna y el Sol. Un extremo del laúd se llamó "cabeza del niño de oro"; el centro recibió el nombre de "costados de la muchacha de jade", y la voluta del otro extremo, el de "espalda de los inmortales".
Sus cavidades se llamaron "lago del dragón" y "estanque del fénix". Sus doce teclas simbolizaban las doce lunas del año, y una tecla aislada representaba la luna que se interpolaba en el calendario. Sus cinco cuerdas eran los cinco elementos del universo; agua, fuego, madera, metal y tierra, y correspondían a las cinco notas principales de la escala, llamada kung, chan, kiao, tcheu, yu.
-Con este laúd de cinco cuerdas -prosiguió el leñador- el emperador Souen conseguía mantener en paz a su pueblo, tocando la canción del Viento del Sur. Luego, cuando el principio Wen, del reino de Teheou, fue hecho prisionero en You.Li, su hijo mayor, Po-Yi-Kao, añadió al laúd una cuerda que cantara su tristeza; fue llamada "cuerda de Wen". Más tarde, el príncipe Oy, sucesor suyo, llevó sus tropas contra Teheou, al tirano y tuvo que añadir otra cuerda para cantar sus triunfos y su entusiasmo heroico. Desde entonces el laúd de siete cuerdas se llama "laúd de Wen-Ou". Hay que saber, además, que hay seis cosas nefastas a la música de laúd; el gran frío, el viento fuerte, la lluvia intensa, el trueno y la nieve. Hay siete condiciones en las que está prohibido tocarlo; en caso de duelo, de agitación en la corte, de complicaciones en los negocios, de impureza del cuerpo, de desorden el vestido y en aquellos casos en que no se dispone de incienso o no hay un conocedor de la música para escucharla. El instrumento mismo tiene ocho méritos; frescura, soledad, elegancia, lo trágico, la fuerza, el infinito y la profundidad. Cuando sus teclas se pulsan con suavidad, el sonido es tan dulce que los tigres se olvidan de rugir. Su música es la más perfecta y permite expresar hasta las más imperceptibles inclinaciones del corazón. Tanto es así, que cuentan que un día, cuando Yen Wet entró a ver a su maestro Confuncio, mientras tocaba el laúd, el discípulo creyó descubrir en su música algo oscuro y lánguido, que parecía provenir de un alma envidiosa y criminal. Yen Wet, perplejo, interrogó al Maestro, y Confucio confesó que acababa de ver un gato persiguiendo a un ratón, y que en el fondo de su alma había deseado el triunfo del felino. Este ligero anhelo suyo había bastado para que la música del laúd reflejara la envidia y el crimen.
Po-Ya no volvía en sí de asombro y de entusiasmo; felicitó a su huésped y propuso hacer una prueba más; él tocaría algo sobre el instrumento y el leñador procuraría averiguar en que estaba pensando.
Po-Ya cambió la cuerda rota y empezó a tocar, pensando en la Montaña Inaccesible. A los pocos compases el leñador lo había adivinado.
Po-Y, volvió a concentrarse y pensó esta vez en la corriente del agua.
-Tu pensamiento fluye con el río -dijo el leñador.
Entonces su huésped, lleno de respeto, se levantó, le ofreció el puesto de honor y mandó preparar el té y vino para ambos.
Durante muchas horas siguieron hablando. Po-Ya supo entonces que su amigo era el único hijo de un matrimonio de leñadores que vivían en el Pueblo de las Gentes Virtuosas; que tenía veintisiete años y que su nombre era Tsong-Wer, aunque todos le llamaban Tseu-Tsi.
Era tal la admiración que en aquellas pocas horas habían llegado a sentir el uno por el otro que Po-Ya le ofreció su amistad, mando traer otro incensario y, frente a él, los dos hombres se levantaron y, saludando solemnemente al cielo, prestaron juramento de eterna amistad. Luego siguieron charlando y bebiendo hasta la madrugada.
Cuando llegó el momento de levar el ancla, Po-Ya y Tseu-Tsi se despidieron; pero quedó decidido que al año justo de su encuentro, Po-Ya volvería a la desembocadura del río a reunirse con su amigo. Antes de desembarcar, Tseu-Tsi tuvo que aceptar como regalo dos lingotes de oro que le ofrecía su amigo.
Los meses fueron pasando lentamente. Al fin, llegó el otoño y Po-Ya pidió permiso al rey para ausentarse unos días. En la fecha convenida, estaba de nuevo, como hacía un año, esperando a su amigo en la desembocadura del río Han-Yang. Tseu-Tsi no había llegado todavía y Po-Ya mandó sacar su laúd para entretenerse.
Apenas habían sonado los primeros compases, cuando notó en la segunda cuerda un sonido grave y triste. Se alarmó, era indudable que algo grave había ocurrido a su amigo. Sin perder tiempo desembarcó y emprendió el camino hacia el Pueblo de las Gentes Virtuosas.
Al llegar a un cruce de caminos no supo que dirección tomar y se sentó en una piedra del bordillo, esperando a que pasara alguien que pudiera ayudarle. Al poco rato vio acercarse a un anciano que se apoyaba en un bastón de leñador y llevaba en la otra mano un cesto cargado de ofrendas.
Po.Ya se levantó y le preguntó si podía indicarle dónde vivía su amigo. Al oírlo, los ojos del anciano se llenaron de lágrimas.
Al oírlo Po-Ya se echó a llorar y saludó al anciano como se saluda a un padre. Cuando el leñador supo que era el amigo de su hijo, le agradeció primero, que no tuviera en cuenta las diferencias de fortuna y de rango que había entre ambos y luego le acompañó a la tumba de su hijo. Tsen-Tsi había querido que le enterraran al final del camino, junto al río.
- "Cumpliré mi promesa" -había dicho- Po-Ya me encontrará, esperándole, el día decimosexto de la octava luna.
Llegaron a la tumba. Mientras el anciano colocaba sobre la mesita de piedra las ofrendas que llevaba. Po-Ya se sentó sobre sus piernas, dobladas, cogió el laúd e improvisó una canción.
"... tu amistad era más preciosas que el oro, Tseu, ¿Dónde estás?
¿Dónde encontraré entre los horizontes, un amigo de verdad?
No quiero volver a pulsar mi laúd; habrá muerto contigo"
Y Po-Ya se levantó, cogió el instrumento entre sus manos y lo golpeó violentamente contra la mesita de piedra de las ofrendas.
El laúd era de jade y voló, hecho mil pedazos, por el aire.
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