LA VENTISCA Y LA APARICIÓN DE O-YUKI #leyendas #japon #prometer #incumplir #mujer
En un pueblecito de la provincia de Musashi vivían dos leñadores: Mosaku y Minokichi.
En el tiempo que sucedió esta leyenda, Musaku era un hombre ya muy viejo y Minokichi era su aprendiz. Los dos iban todos los días al bosque a buscar leña, que llevaban a su casa, donde la madre les ayudaba a venderla. Una vez, cuando volvían del bosque, los sorprendió una terrible ventisca, que les obligó a refugiarse en una choza que se hallaba allí cerca. La ventisca rugía y bramaba, haciendo bailar la choza como si fuese un barco en plena mar. Los dos se taparon con sus impermeables, y a pesar del viento se durmieron. Pasó el tiempo, y el más joven se despertó con la nieve que le azotaba el rostro. La puerta estaba abierta de par en par, y agachada, encima del viejo Musaku, había una bella dama que le esparcía su aliento, blanco como la nieve.
Minokichi se incorporó para ver mejor. la bella aparición le miró también intensamente y el joven tuvo mucho miedo. Por fin sonrió la aparición y le dijo:
-Pensaba hacer lo mismo contigo, mas como eres tan joven, me has dado lástima y te perdonaré. Pero si le dices a alguien una sola palabra de lo que has visto en esta noche, te mataré, porque, estés donde estés, me enteraré. Acuérdate de lo que te digo.
Diciendo esto, dio media vuelta y desapareció inmediatamente. Después el muchacho, se levantó, para ver dónde se había ido, pero no pudo ver ni rastro de ella. Volvió y llamó al viejo Mosaku, mas en vano. Le tocó con la mano, y se dio cuenta de que estaba frio como un témpano; había muerto.
Al rayar el día, la tormenta había pasado, y otro leñador que volvía por allí se asomó a la choza y se encontró a Minokichi desmayado, delante del cuerpo inánime del viejo leñador.
Al joven se lo llevó en brazos y, una vez en el pueblo, le prodigaron todos los cuidados necesarios. Pronto se recuperó, pero siempre dejó en su ánimo una gran huella lo que había visto aquella noche. Sin embargo, a nadie dijo nada.
Los años pasaron, y Minokichi volvía un día del bosque cuando adelantó a una joven muy bella. La siguió acompañando y le preguntó cómo se llamaba. Ésta le respondió que O-Yuki, y como su voz era todavía más agradable que su figura, la acompañó hasta el pueblo, enterándose por el camino que era una huérfana que iba a Yedo donde vivían unos parientes suyos, para ver si podía encontrar una colocación. Minokichi estaba cada vez más encantado con ella y le interrogó si estaba comprometida; más ella le contestó, sonriendo, que era libre como el viento. Ella a su vez, hizo la misma pregunta, a lo cual él respondió que no tenía más obligaciones que la de dar de comer a su madre anciana, y que por el momento no se le había ocurrido pensar en una mujer honorable, que que era demasiado joven.
Después de estas declaraciones, prosiguieron durante bastante rato sin dirigirse una sola palabra, como gente hace muchas veces. Cuando llegaron al pueblo iban extremadamente contentos y Minokichi le pidió que se quedase un rato en su casa, para descansar. O-Yuki jamás se fue a ver a sus parientes. La madre estaba encantada con O-Yuki, tan fina era su educación, que parecía provenir de un palacio y no de una pobre choza. Por fin se casó con el joven leñador.
O-Yoki fue una mujer ideal y diligente. Cuando la anciana madre de Minokichi murió, sus últimas palabras fueron de agrado y alabanza para la esposa de su hijo.
En aquel tiempo O-Yuki había traído al mundo diez hijos. La extrañeza de todo el pueblo era grande, porque O-Yuki aparentaba la misma edad que cuando pisó el poblado por primera vez.
Una noche en que una ventisca ululaba en las afueras del pueblo. O-Yuki cosía, a la luz de una lámpara de papel, mientras que su marido la miraba, y le dijo:
-Cuando te veo así, me recuerdas una experiencia que me ocurrió una noche, hace muchos años, en el bosque.
Ella, sin cambiar de postura, le respondió:
-Cuéntamela.
Entonces Minokichi le contó, por primera vez en su vida, cómo había visto a la diosa de la Tempestad quitar la vida a su padre.
-Pero -dijo él- nunca he visto una mujer tan bonita como tú; ni tan siquiera aquella diosa...
O-Yuki tiró la labor al suelo, e inclinándose sobre su marido, le chilló en el oído:
-¡Fui yo, yo! ¡Yo, O-Yuki!... Y además, te prometí que te mataría si alguna vez repetías lo que aquella noche vista. Si no fuese por la vida de nuestros hijos, esta noche, ahora mismo te daría la misma muerte que di a tu padre hace años; pero si me entero que que alguno de nuestros hijos se queja con razón, volveré y te mataré, como te mereces.
Al decir estas últimas palabras, su voz cambió de tono y se parecía al silbido del viento que reinaba en el exterior. Ante los ojos asustados de su marido. Fue desapareciendo lentamente, como una neblina, y huyó por el agujero de la chimenea.
Nunca jamás se volvió a hablar de ella en el pueblo ni se la volvió a ver.
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