LA SEÑÁ ASPIAZOS #leyendas #aragon #brujas
Perico Canelo, el hijo de Canelo el alguacil mayor de Ribatuerta, hizo su triunfal entrada en la taberna, puesto el sombrero de soslayo, el puño en el anca derecha, y escupiendo por el colmillo, como quien sabe hacerlo y por méritos de su valor le corresponde. Chufadín, el Molondro, Mascarrejas y Liloto, al verlo entrar, puestos en pie, tendido el brazo, le ofrecieron los porrones que acariciaban con sus jaspeadas manazas.
-¡Bebe! -gritaron todos atropelladamente.
-Estimando -contestó el mocetón.
-¿ Qué te apena ? -le preguntó Liloto, que quizá, por ser el más bruto, era el amigo predilecto de Canelo.
-Pues me sucede -replicó el hijo del alguacil-, que la tía Aspiazos no me deja a sol ni a sombra, y recados van y papeles vienen, y dale que le darás, y luego, mi padre que no se da punto de reposo, y que todo parece que se conjura para que yo me case con esa maldecida vieja, que está por mí más derretida que una vela de sebo.
-Pues cásate con la vieja, que a fe no ha de pesarte, puesto que nada en oro -dijo el Molondro echándose de codos sobre la mesa.
-¡Pero si es bruja! -contestó Canelo haciendo un gesto en señal de asco, y después añadió medroso y con voz desfallecida- se cuenta que ha matado a seis hombres.
-¡Boberías! -bostezó Chufadín- Tú has matado a siete en la guerra.
-Y di que te has quedado corto. -dijo el mocetón galleándose y retorciéndose el bigote.
-¡Pues entonces -exclamó Liloto- ya sabes lo que te cumple hacer...! Te casas hoy, le coges los cuartos mañana, y al otro día, le retuerces el pescuezo y cumples contigo por lo que es de tu gusto, y con los demás, librando al pueblo de un espantajo que sólo sirve para ocasionar disgustos y ruinas con sus rapiñas y malas artes.
-Lo cual, que si me ayudáis... -murmuró Canelo casi casi convencido.
-¡Cuenta con nosotros en lo que sea de razón! -gritaron todos tendiendo las manazas al buen mozo.
Celebróse la boda con gran pompa en la ilustre villa de Ribatuerta, siendo víctimas en tamaña fechoría, de una parte, la señora Mamerta Aspiazos, de 65 años de edad, y de otra, Perico Canelo, varón de 26 abriles. Y concluida la ceremonia, trasladáronse los recién casados y le lucido cortejo de deudos, amigos y convecinos, a la augusta morada nupcial, que para celebrar tan fausto suceso, estaba recién blanqueada, y pintados de azul postigos y aparadores, la cocina flameando y el patio con sendas mesas cuajaditas de lo mejor que Dios crio y da la estación.
Precedidos del gaitero y del alcalde, penetraron por puertas cuantos en ella cabían de pie; y no todos cupieron, por más que la casa era la mayor de la villa.
Cuento de nunca acabar sería el tratar de enumerar los cabritos, pollos, gallinas y conejos, tortas de miel, rosquillas y polvorones que aquellos buenos convidados se engulleron, y las muchas jarras y redomas que apuraron de garnacha, tostadillo, mistela, rosolí y anisado.
Conste que, por esta vez, todos quedaron satisfechos, y tan sobrados de mosto, que los más durmieron en cama ajena, pues cada cual, al retirarse a la suya, se metió en la primera que encontró a mano.
Cuando llegó el terrible trance de hallarse sólo cara a cara con la de su esposa, el esforzado Perico, con todo su valor, que era mucho, tuvo poco para tamaña empresa, y sintió que el sudor bañaba su frente y que le flaqueaban las piernas. Y para todo había, porque la señá Aspiazos parecía un hediondo pingajo con su nariz bermeja, larga y puntiaguda, los ojillos bizcos y legañosos, la boca torcida y desdentada, las orejas de a palmo, la calva herpética, la espalda arqueada, las piernas torcidas, la piel pestilente, y... En fin, que para todo tenía motivo el novio.
-¡Abrázame, guapo mozo! -gruñó la horrible desposada, colgándose del cuello de su espantado Perico.
Feroz rugido lanzó Canelo al recibir la caricia, y dando un violento empujón a la vieja, la envió rodando al extremo de la sala. Irguióse la cuitada al tocar con su cuerpo la pared, y abriendo tamaña bocaza, y soltando una ruidosa carcajada, se abalanzó de nuevo hacia su hombre.
-¡Ea! ¡Lo que ha de ser más tarde, que ahora lo sea! -gritó Perico empuñando la navaja y soltando tan tremenda cuchillada a su cónyuge, que a no romperse la hoja, atraviesa de parte a parte su aborrecido cuerpo; pero el acero se quebró cual frágil vidrio a tocar el pecho de la Aspiazos.
-¡Aguarda, aguarda un poco! -tomó a rugir el tronerón; y amartillando una pistola que llevaba en el cinto, a boca de jarro sobre su risueña esposa, que ni siquiera se conmovió y continuó riéndose. La bala había rebotado en su cuerpo y se había clavado en el techo.
-¡Maleficio! -exclamó Perico, asiendo violentamente el hacha del leñero, con la cual dio de filo tan terrible golpe a la vieja, que la dividió en dos mitades; pero ¡oh, asombro! las dos mitades se volvieron a unir, y continuó la partida, tan entera, lanzando estrepitosas carcajadas.
Canelo conoció que le faltaba el ánimo y menguaba su coraje, y jadeante, loco, se lanzó a la calle huyendo de la bruja; la maldecida hembra le siguió dando zancadas y sin cesar en su endiablada risa.
-¡Chufadín, Molondro, Liloto, Mascarrejas! -gritaba a la par que huía el atribulado novio, pidiendo auxilio a sus amigos, que a la sazón desollaban la mona en cama o pajar ajeno.
Como Perico corría mucho, pronto se halló en la cabeza del puente que cerraba el pueblo del lado del río; la señá Aspiazos, que corría con no menores bríos, lo alcanzó fácilmente, y ciñéndole el cuello con sus descarnados brazos, comenzó a prodigarle las más tiernas y exageradas caricias. Al sentir el mozo el asqueroso contacto de la vieja, con varonil esfuerzo la arrojó en el río creyendo acabar para siempre con su cuita. ¡Error! La vieja nadaba como una trucha, y en dos brazadas ganó la orilla.
Sin darse cuenta de lo que hacía -tal era su asombro y aflicción-, tornó Perico a su casa y subió al granero, al cual llegó pronto como él su aborrecida consorte. Al verla, Perico lanzo un rugido y asomándose a la ventana, cogió la cuerda que pendía de la polea -que nunca falta en el alero de las casas de labranza-, hizo en una punta un nudo corredizo, se lo puso al cuello a la vieja, y cogiéndola por los pies, por la ventana se lanzó al espacio.
Cuál no fue la sorpresa del novel enforcador al apercibirse de que descendía lentamente y al sentir que tocaba el suelo con sus plantas, alzó la vista y contempló espantado que ni la polea ni la cuerda habían cedido, mas en cambio, el cuerpo de la tía Aspiazos, como si fuera de goma, se había estirado con maravillosa elasticidad, polongándose hasta el ras de la calle. ¡Y a todo esto, la maldita continuaba riéndose a mandibulas batientes!
-Ya no cabe duda -dijo llorando el valentón- mi mujer es bruja, y puesto que no la he podido ahorcar, me ahorcaré yo y llévese el diablo lo que es suyo.
Como lo dijo, lo hizo. Subió al granero, desató a la tía Aspiazos, y ajustando la cuerda a su robusto cuello, colgóse con tanta maestría y corrección, que ahorcado lo hallaron al siguiente día los vecinos de Ribatuerta.
Al despuntar el alba, el primero que pasó por la calle, a la vista del fúnebre colgajo, dio la voz de alarma, y en breve espacio reunió a todos los moradores del pueblo, comentando el suceso a grandes voces y con trágicos ademanes.
Liloto, el Molondro, Mascarrejas y Chufadín abrían tamaña boca dominados por el espanto y el asombro, no acertando a comprender cómo Perico, que era tan hombre, había cometido tan cobarde desatino. ¡No, no era posible, ni verosímil que Canelo se hubiera ahorcado!
-¡Maleficio! -gritaba Liloto- ¡Maleficio patente!
-¡Y que lo digas! -exclamó el alcalde presentándose seguido del alguacil y blandiendo la vara-. ¡Maleficio, maleficio! Y ahora veamos qué es de la tía Aspiazos, que de esta fecha no podrá negar su pacto con el demonio.
Y en pos de la justicia penetraron los vecinos en casa del ahorcado, subiendo de punto su admiración y escándalo al encontrar a la bruja tendida y roncando en su cama.
-En nombre del rey, dése V. presa -gritó el alcalde despertándola.
-Señor, ¿Qué pasa, qué gente es ésta? -dijo maravillada la tía Aspiazos frotándose los ojos.
Al oírla, prorrumpió la honrada gente en denuestos y maldiciones dichos a boca llena y a grito pelado. Aturdida la vieja, vistióse rápidamente y salió de casa precediendo al alcalde y al alguacil que a empujones y puñetazos la llevaron a la cárcel, no sin que le alcanzara algún palo y tal cual tenazazo administrados por los indignados convecinos que de este modo se tomaban la justicia por su mano.
En dos periquetes se instruyó el proceso: la terrible vieja, convicta, si no confesa, fue condenada a morir quemada para mayor escarmiento de brujas, súcubos y hechiceros.
En vano juró y perjuró que la noche de la boda había bebido más de lo regular, y se había quedado profundamente dormida tan pronto como se tendió en el lecho, no despertando hasta la llegada del alcalde y los vecinos, y en vano su abogado defensor hasta la llegada del alcalde y los vecinos, y en vano su abogado defensor -joven, atrevido y escéptico- expuso que pudo muy bien suceder que, excitado el novio por el licor y las mil y mil patrañas que contaban sus amigos, presa de vertiginosa pesadilla, se diera muerte en un rapto de frenético delirio. La justicia obró cuerdamente despreciando tan capciosos y deleznables argumentos y limpiando a la comarca de mujer tan pecadora.
-Y buena prueba de ello - decía el alcalde en la taberna-, que hogaño hemos cogido la gran cosecha y yo tengo los primales que da gozo verlos.
-¡Y tanto...! -replicó Liloto-. Lo cual que el día del chicharrón tuvimos gran regocijo en el pueblo, y fue fiesta en veinte pueblos a la redonda, y yo conocí a la viuda del tío Churrete, de Vinarroja, y con ella me he casado, y me luce el pelo.
-¡Qué lástima -exclamaron cuantos le escuchaban- que no podamos quemar brujas todos los meses!
Han pasado muchos, muchos años, y aún se duelen en el venturoso pueblo de Ribatuerta de la muerte de Perico, y todavía cuentan los ancianos lo mucho que se bailó y se comió el día del suplicio de la Señá Aspiazos.
Agustín Peiro
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