EL ÁRBOL DEL MAR #leyendas #colombia #america #agua

La Tierra ya existía y los primeros hombres ya habían empezado a habitarla.  Pero, desgraciadamente, todavía no había agua.  Nadie sabía cómo aplacar la sed y comían las plantas crudas, ya que tampoco sabían cocerlas.

Entonces, un día, esos primeros seres enviaron un mensajero a su dios Caragabi para que les explicara cómo debían resolver su problema.

-Tenemos la boca seca y no sabemos qué hacer.  Y nuestras mujeres se lamentan de que no todas las plantas son buenas para comer crudas -dijo el mensajero.

-Lo sé.  Tengo que hacer algo -respondió Caragabi.

Y es que él también necesitaba agua.  Así que decidió enviar a los exploradores para que la buscaran por todas partes.

Éstos regresaron diciendo que no la habían encontrado.  Sólo uno de ellos explicó que había visto a una mujer llevando unos extraños animales mojados y que también ella estaba mojada.  Los extraños animales eran peces, aunque en esa época nadie los conocía.  Carabagi les pidió que preguntaran a la mujer dónde había encontrado el agua.

-Detrás de aquella roca de ahí arriba -respondió la mujer, indicando una cima a lo lejos.

Los hombres se dirigieron allí, pero no encontraron nada.  La mujer, llamada Gentsera, había querido engañarles.

Cuando Caragabi se enteró, mostró su descontento.  Convocó al colibrí y le ordenó que siguiera sin ser visto a la mujer mentirosa.  El colibrí voló durante horas y finalmente vio cómo Gentsera entraba, como por arte de magia, en un enorme árbol.  Desde el cielo consiguió ver que en el interior había una inmensa extensión de agua donde la mujer se bañaba.  Al salir del agua llevaba consigo muchos de aquellos animales desconocidos.  Entonces, el minúsculo colibrí volvió junto a Caragabi y le explicó lo que había visto.  El dios reflexionó y, finalmente, decidió que lo mejor sería talar el árbol.  Convocó a los hombres más fuertes y les dijo que afilaran sus hachas de piedra.

Se dirigieron todos juntos al lugar dónde estaba el gran árbol y, durante todo el día, estuvieron asestándole hachazos.  Por la noche, regresaron a casa a descansar, seguros de poder terminar el trabajo al día siguiente.  Pero, cuál no fue su sorpresa cuando descubrieron que el árbol no tenía ni un solo corte y que había que comenzar de nuevo.  Y así un día tras otro, hasta que las hachas de piedra se gastaron.  Caragabi les enseñó a construirlas de hierro para que duraran más.

Todas las tardes el árbol estaba a punto de caer, pero durante la noche se enderezaba y los cortes realizados con tanto esfuerzo seguían desapareciendo.  Transcurrieron así nueve meses hasta que Caragabi se hartó y decidió ir a buscar él mismo la entrada misteriosa a través de la cual Gentsera entraba en el gran árbol.

Durante todo ese tiempo la mujer había permanecido escondida en el tronco indestructible.  El dios llamó, golpeando con la mano la dura corteza, pero Gentsera no le respondió.  Lo intentó tres veces y a la cuarte ella respondió.

-¿Quién llama? -preguntó la mujer.

-Soy yo, tu dios.

-¿Qué quieres?

-El agua que hay ahí dentro -respondió el dios.

-¡Es mía y nadie la conseguirá!

Caragabi se enfureció y con un espaldarazo abrió la puerta invisible, agarró a Gentsera y, estrujándola por la cintura hasta que quedó dividida en dos, la convirtió en una hormiga.  Y todas las hormigas que existen actualmente descienden de ella y llevan siempre una gota de agua entre las mandíbulas, como eterno recuerdo del desaire de Gentsera hacia su dios.

Entre tanto, el árbol ya casi estaba completamente talado, pero su extremo superior había quedado enredado entre unas lianas, con lo que, a pesar de los esfuerzos de todos, el agua que contenía no conseguía salir al exterior.  Entonces, Caragabi decidió enviar a  algún animal para que intentara desatar el nudo de lianas que impedía que el árbol cayera.

Muchos fueron los que lo intentaron: el tucán de enorme pico y plumas de colores, los ruidosos papagayos verdes y rojos, la serpiente boa, una mariposa azul, el mono Saki y otros muchos.  Pero ninguno de ellos lo consiguió.

Finalmente, le tocó el turno a Chidima, la ardilla más menuda, que pudo desatar el nudo de lianas y el árbol cayó al suelo con un terrible estrépito.  Pero tal fue el estruendo, que tanto hombres como animales huyeron apresurados.  Y fue una suerte que así lo hicieran ya que, de lo contrario, habrían muerto ahogados.  Del gran tronco surgió tal cantidad de agua que se formó el mar.  De sus ramas principales se formaron los ríos y de las más pequeñas los torrentes y riachuelos.

En un primer momento, Caragabi y su gente se sintieron muy satisfechos de ver tanta agua.  Pero se dieron cuenta de que el agua del mar no cesaba de aumentar.  Ya cubría llanuras y montañas y del gran tronco seguía saliendo agua.  Ya se habían formado las olas y, en su ir y venir, se llevaban la tierra donde los hombres habían encontrado refugio.

Entonces, el dios decidió poner un poco de orden.  Pensó en dividir la inmensa superficie de agua en zonas más reducidas y, por ende, menos peligrosas.  Arrancó grandes rocas de las montañas para separar un mar de otro, un océano de otro y, de este modo, nacieron los distintos continentes.

No obstante, como la Tierra es redonda, el océano nacido de aquel árbol la rodeó completamente y, desde entonces, existen más mares que tierra.