LOS FANTASMAS #leyendas #aragón #fantasma
Yo no he visto fantasmas, pero según me aseguran muy formalmente personas que tampoco los han visto, el fantasma es una figura alta y blanca, que se pasea de noche por las inmediaciones de los pueblos y aún por ciertas calles de las poblaciones inferiores a 10.000 habitantes.
La primera condición del fantasma es que sea alto, cuanto más mejor, y esto se comprende desde luego: un fantasma que no levantara tres pies del suelo, podría confundirse con un perro de aguas, y cualquiera le daría un puntapié; un fantasma de la estatura regular de una persona, sería máscara más o menos fácil de reconocer, pero al fin una máscara de carnaval, o cuando más un alma en pena; pero un figurón blanco, de dos o tres metros de estatura v.g., ya reúne todas las condiciones necesarias para asustar a los chiquillos y a las mujeres, y aún para dar que pensar a los hombres más barbudos y que discutir a los menos supersticiosos.
El fantasma generalmente es blanco; yo no sé si esto consistirá en que las sábanas están más abundantes en casa de cualquier fantasma decente que las telas de luto, o en que se ha observado que el blanco sobre el fondo negro de la noche, produce mejor efecto, pero el hecho es así, según todos los autores. Se han visto sin embargo también, fantasmas negros, aunque raras veces, y fantasmas de medio luto, es decir, mitad blancos y mitad negros, estos más raros todavía; pero unos y otros pueden considerarse como excepciones, y no digo honrosa según es costumbre, por que no daría un alfiler por la honra de ningún fantasma blanco, negro, verde o colorado.
Uno de los detalles característicos del verdadero fantasma pur sang, consiste en un farolillo que suele llevar colocado en lo más alto de su figura, o como si dijéramos encima de la cabeza. Para los que opinan que los fantasmas son almas del otro mundo, este dato del farolillo es precioso, pues servirá para convencerles de que hasta en el otro mundo hay faroleros.
Los fantasmas andan pausadamente, con la gravedad que corresponde a tan altas y respetables personas, y no hablan sino rarísima vez, y esto con voz hueca, ronca y cavernosa. En lo de andar despacio hacen bien, porque así se exponen menos a tropezar, y en lo de hablar poco, todavía están más acertados, pues no hay nada que haga formar más elevado concepto de las personas, que la parquedad en el hablar. Lo de la voz ronca de los fantasmas, atribuyen algunos al aguardiente, pero aparte de que es más probable que tomen alcohol que claras de huevo, se explica perfectamente tratándose de gente que pasa la noche al sereno, aunque ninguno de estos los vea jamás, ni por casualidad.
El fantas sale, no se sabe de dónde, y desapaarece, sin que nadie vea por donde; es un astro que se presenta de improviso en el horizonte, y se oculta también de repente, dejando en el misterio, su orto y su ocaso; si se resolviera el problema de su salida o de su poniente, dejaría de ser fantasma.
Hay fantasmas que se presentan siempre en un punto dado, estos son estrellas fijas, otros que recorren una órbita cualquiera, estos son estrellas errantes. Los hay también que aparecen en dos o tres puntos distintos a la misma hora; en este caso último, hay motivos para creer que son varios fantasmas en combinación, porque no está todavía demostrado que los fantasmas posean el don de la ubicuidad. Hay por último, fantasmas con cola, como los cometas, y otros que tienen varios satélites; en ambos casos, hay razones para desconfiar de estas adherencias fantasmagóricas, y aún para creer que los satélites son los verdaderos fantasmas, y los fantasmas, los verdaderos satélites.
La época de la aparición de los fantasmas no es siempre la misma, generalmente emprenden sus campañas en invierno, pero los hay también de verano, esto depende del género de negocios a que se dedican; lo indudable es que, en cualquier mes del año, ellos hacen o tratan de hacer su Agosto.
Tampoco es fija la hora de las apariciones, en lo cual se diferencian esencialmente de las brujas y otros seres fantásticos, que tiene día y hora previstos en el reloj del tiempo. Fantasmas hay, que salen al caer la sombra, fantasmas de media noche y fantasmas matutinos. No se ha podido averiguar a qué obedece esto, aunque se sospecha, ni menos cual de las tres clases es peor, aunque en mi humilde sentir, ya he dicho que todos son peores.
Pero me dirán ustedes, a todo esto ¿Qué son los fantasmas? ¿Qué hacen? ¿Que piensan? ¿Qué buscan? ¿Por qué tiene usted tan mala opinión de ellos?
Pues les diré a ustedes. Yo no sé lo que son los fantasmas, ni lo que hacen, ni lo que dejan de hacer, pero les contaré un par de historias que tal vez aclaren algo el asunto.
En el pueblo de X... que no dista cien leguas de esta fidelísima y augusta ciudad, apareció en el verano del año mil ochocientos y pico, un fantasma de los más campanudos y temerosos, abultaba lo menos como dos fantasmas regulares, vestía de riguroso blanco y hasta creo que llevaba el farolillo de ordenanza, no garantizo estas señas personales, ni quiero enumerar otros detalles, por que es tal la variedad con que me han contado el caso las personas que presumen haberlo presenciado, que no parece sino que cada una vio un fantasma diferente.
El pueblo estaba asustado, como pueden ustedes suponer, desde la aparición de la plantasma, y eso que su señoría, no podía guardar mayores miramientos con los vecinos, pues jamás se dice que se acercara al pueblo, contentándose con rondar por la vega, y cuando más por las eras inmediatas.
Sin embargo al fin, la plantasma era plantasma, como decía la gente, y nadie está libre de asustarse cuando sucede una cosa así, en un lugar pacífico, lo cierto es, que los del campo procuraban retirarse a casa antes del anochecer y que algunos no se atrevían a salir ni aún a la calle, por si acaso.
Alguno que habitaba, no diré extramuros, por que muros no los tiene el pueblo, sino en despoblado, abandonó su casa y se refugió en el lugar. Esto pasaba con los hombres; de los chicos y las mujeres no hay que decir el terror que se apoderó.
Contábanse cosas horrorosas de la plantasma, y así en los altos círculos políticos del lugar, como en las más humildes cocinas, no se hablaba de otra cosa. Una de las tertulias en que la plantasma hacía el gasto todas las tardes, era la de la tía Pelagatos, mujer muy conocida en el lugar, por lo honrada y lo parajismera. Hacíanle coro otras vecinas no menos honradas y parajismeras que ella, y era de ver y oír los gestos que hacían y los gritos que daban, cuando la tía Pelagatos les refería el encuentro que cierta noche tuvo con la plantasma, al volver del molino.
Entre tanto la blanca sombra, paseaba a sus anchas por el monte y por la vega, y ya se la veía entre los árboles de las huertas, ya erguida sobre un picacho que dominaba el pueblo, ya en fin, recorriendo los desiertos caminos y cruzando el río a pie llano, según aseguraban.
Al cabo de algunos días, empezaron a comunicarse los vecinos de X... impresiones de género diferente. Uno contaba muy bajito, que de la noche a la mañana, habían desaparecido las peras sanroqueras de su huerto; otro observó que le habían esmotado todas las judías; el de más allá recordó que le faltaron de la era, algunos almudes de trigo, aunque no estaba muy seguro; y otro por fin, notó con extrañeza que una noche le regaron las patatas, y después, con más extrañeza todavía, que cada noche le cavaban un cavalillo con toda regularidad.
Asombraban tanto más estas cosas cuanto que fantasma por la vega, no podían figurarse aquellas gentes que existiera persona tan desalmada, capaz de salir de noche al campo y sobre todo a robar, hasta que un malicioso de esos que no faltan en los pueblos pequeños y en los grandes, dio en sospechar que bien pudiera ser la plantasma en persona el autor de estas fechorías, sospecha que dicho sea de paso y en honor de la verdad, nunca tuvo acogida en la honrada tertulia de la tía Pelagatos.
Pero sucedió que una noche, reunidas en sesión permanente las autoridades civiles y militares del lugar, en unión con los mozos más bragados, acordaron salir en busca del fantasma, para preguntarle con qué permiso rondaba de noche, contraviniendo los bandos de policía y orden público que repetidamente había promulgado el señor Alcalde. Y dicho y hecho se armaron los circunstantes de escopetas y trabucos que habían figurado en varios pronunciamientos gloriosos, y con el mayor sigilo se echaron al campo.
La noche era oscura, se apostaron en un olivar junto al camino y esperaron; pronto brilló la luz del farolillo, y más tarde se distinguió el bulto blanco a poca distancia.
-¡Alto! -gritó el más valiente- ¿Quién vive? -El fantasma siguió avanzando- ¡Alto! ¿Quién vive? -gritó por segunda vez, y el fantasma esta vez se paró, pero sin hablar palabra-. ¡Di quién eres o mueres! -sonó la voz por tercera vez, y siguió un silencio sepulcral-. ¡Fuego! -exclamó el jefe del cuerpo. Sonó una descarga, y el fantasma se bamboleó y cayó al suelo.
Corrieron hacia él y a la luz del farolillo pudieron reconocer el cadáver de la tía Pelagatos envuelto en una sábana, con una cesta de patatas sobre la cabeza y un canasto de duraznillas debajo del brazo.
Vaya la segunda historia.
Esto era en el pueblo Z., próximo al de X., y aquí no se trataba de un fantasma rural, sino de un fantasma urbano, o callejero.
A hora fija de la noche, se presentaba en cierta calla un fantasma, tieso como un huso, alto como un chopo e inmóvil como una estatua; allí se estaba las horas tomando el sereno, hasta que de puro aburrido se retiraba, sin saber como, cuando, ni por dónde.
Este fantasma, era tan pacífico e inofensivo al parecer, como se puede desear en un personaje de su ralea; no se contó ninguna fechoría en el pueblo, durante su aparición, que pudiera atribuírsele, ni causó otros daños que los sustos consiguientes a las personas que se lo encontraban al volver una esquina, o que le topaban en su punto de descanso, a las altas horas de la noche; sin embargo, no por eso fue menos la inquinia y mala voluntad que se levantó contra él, inquinia que llegó hasta el punto de calumniarle, atribuyéndole horrores en que ni remotamente había pensado, según se supo después.
Estas malas voces, dieron su natural resultado; varios mozos del lugar, quisieron un día probar si el fantasma era de carne y hueso o alma de otro mundo, y tomando las debidas precauciones, previo el ¡alto! ¿ quién vive ? de ordenanza, le soltaron desde una esquina cuatro tiros, que no hicieron en el fantasma mayor impresión que si los hubiera recibido la pared de enfrente; el fantasma siguió tieso que tieso, sin darse por entendido, y aunque uno de los mozos aseguraba que se movió, lo cierto es que todos echaron a correr de miedo, y que desde aquella aventura quedó plenamente confirmado en el lugar, que el fantasma era invulnerable, y por consiguiente sobrenatural.
Y en esta opinión hubieran seguido, de no haber hecho la casualidad que una noche, Mari Juana, que era la curiosidad misma, venciendo la natural repugnancia del miedo y aguijoneada por los celos, observase por una rendija de su ventana, que al poco rato de llegado el fantasma se abría la puerta de su vecina Mari Antonia y saliendo de entre las faldas del espantajo su propio novio Pepe Luis se colaba muy bonitamente en la casa de enfrente.
No fue creída la relación de Mari Juana, por ser parte interesada en el asunto; pero otra noche, un golpe de viento tempestuoso, se encargó de derribar al fantasma, que apareció al día siguiente mojado y cubierto de barro en medio de la calle, y se vio que eran unas devanaderas.
Pepe Luis hizo al fin, públicas sus clandestinas relaciones, y se casó con Mari Antonia.
JUAN BLAS Y UBIDE
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