LA CRUZ EN EL PAN #madre #desolacion #esperanza #Leyenda #España #Navarra

Imagen de Marcello Migliosi en Pixabay 

En el pueblo de Arratia, en el barrio de Lamindano, habitaba un matrimonio, honrado y 
trabajador.  Tenían dos hijos pequeños: un niño y una niña.  El padre trabajaba mañana y tarde,
 para llevar a su casa lo necesario para el sustento de su familia.  La mujer era muy hacendosa, 
afanándose para que no les faltara de nada a los suyos; a ratos hilaba, y cocía en casa el pan para
 toda la semana.

Estaba un día amasando el pan para meterlo a cocer en el horno, cuando dejó a la niña sola en el

portal, con algunos juguetes, para que se entretuviese y no la estorbara en sus faenas.  La niña,

que estaba muy acostumbrada a estar con su madre, no dejaba de llorar, llamándola a gritos. 

 La mujer chillaba y le regañaba a gritos para que callase, sin conseguir nada.  Desesperada exclamó:

"¿No habrá una plaga que te lleve por ahí?".

Pasó un rato sin volver a oír a la niña.  Pensando que estaría entretenida jugando, terminó 

tranquilamente su tarea.  Cuando acabó salió al portal de la casa a recoger a su hija.  Se extrañó  
al ver que allí no estaba.  Salió a la calle y fue buscándola por todo el pueblo.  A todos los vecinos

que encontraba preguntaba por ella, pero nadie había visto a la pequeña.  

La mujer, desolada, volvió a casa.  Miró por todos los rincones y la niña seguía sin aparecer.  Así, durante varios días,

hasta que tuvo que hacerse a la terrible idea de que la había perdido, llorándola  sin consuelo  
durante mucho tiempo.

Pasaron ocho años sin lograr averiguar el paradero de la niña y sin que nadie les diera la menor

noticia.  Únicamente su hermanito volvió algún día a casa, diciendo que había visto a la niña, que se

estaba peinando delante de la cueva de Lamindano, pero en cuanto veía a alguien, se escondía 

rápidamente dentro de la cueva y era imposible asegurarse de si era ella.  Los padres frecuentaban

las cercanías de la cueva con la esperanza de ver algún día a su hija, pero nunca lo habían conseguido.

Llegó al pueblo un santo misionero para dirigir unos ejercicios y la madre fue a contarle sus angustias

y la sospecha de que su hija hubiera sido robada por alguna lamia.  Le explicó como el niño decía

haberla visto alguna vez peinándose delante de la cueva, y pidió al misionero algún medio para

poderla rescatar.

El sacerdote le mando que hiciera siete panes en una hornada, y en el séptimo pusiera una cruz; que

colocara los siete panes extendidos delante de la cueva de las lamias, y que ella y su marido se

ocultaran detrás de unas matas, para observar desde allí sin ser vistos, y que esperaran lo que iba a

ocurrir.

La mujer se levantó pronto al día siguiente; hizo todo lo que el misionero le había mandado; llamó

a su marido, y con los siete panes, calientes todavía, llegaron a la cueva, ante cuya puerta los 

extendieron, escondiéndose ellos a toda prisa, entre unas zarzas.  Vieron desde allí como salía de la

cueva una niña preciosa, con el pelo extendido, que cogía uno de los panes y lo metía en la cueva.  

Salió por el siguiente, y así uno tras otro se los llevaba todos.  

Cuando cogió el último, que tenía

la cruz, al ir a entrar en la cueva, no podía, por más que lo intentaba.  Los padres aprovecharon

este momento de apuro para coger a su hija, y con ella corrieron hacia su casa, sin volver la cabeza,

con miedo de que los persiguieran.  

Le hicieron mil preguntas en casa, pero la niña no los conocía ni se acordaba de nada.  Estaba como 

atontada, sin saber que responder.  Sólo cuando le preguntaron "¿Qué hacías allí?", contestó:

"Cumplir el deseo de mi madre".