ESPERANDO LA DEL CIELO #lealtad #Leyenda #España #Granada #Justicia
Imagen de Tomasz Mikołajczyk en Pixabay
Conocida es en Granada la casa cercana a la parroquia de San Pedro y San Pablo que tiene esta inscripción: "Esperando la del cielo", bajo un balcón tapiado. Este es su origen.
Esa casa era el palacio del señor de Castril, don Hernando de Zafra, austero y riguroso hidalgo. Tenía una bella hija, llamada Luisa. La vida de la muchacha no era demasiado alegre, pues su padre apenas le permitía salir si no iba acompañada de él o de una vieja dueña, poco amable, cuya vigilancia era muy pesada. A pesar de ello, Luisa había conseguido atraer a un joven galán, que, con promesa de matrimonio en cuanto pudieran huir, lo había obtenido todo de su amante.
Luisa, después de muchos ruegos, tenía a su servicio a un lindo muchacho de unos quince años, hijo de una pobre fregona de palacio, que al morir, dejó a su hijo a la caridad de los señores. Era el paje, un lindo chaval que la entretenía, siempre con las protestas de don Hernando, que llegó a prohibir la presencia del muchacho en las habitaciones de doña Luisa, excepto algunas horas. Luis el pajecillo, conocía los amores de su dueña con el caballero que antes hemos indicado, e incluso había intervenido en ayudarle a entrar en las habitaciones de doña Luisa.
Por todo ello, el severo don Hernando empezó a sospechar de la devoción del muchacho hacia su hija y del gusto con que ésta lo acogía. Aunque intento convencerse de lo absurda que era su suposición, llegó a imaginar que existía algo pecaminoso en esas relaciones. Estaba en completa ignorancia, en cambio, de los verdaderos amores de su hija.
Una noche en que estaba enferma doña Luisa, llamó a su paje y le pidió, por favor, un vaso de agua. Trajo el agua el muchacho, le dio de beber, tomó un momento las manos entre las suyas, cuando irrumpió en la habitación don Hernando, pero dejó pasar el tiempo. A la mañana siguiente don Hernando lo sorprendió dormido, medio echado en la cama de su hija y con las manos de ésta entre las suyas. Tuvo así la sospecha de que Luisa se había entregado al paje. Rugiendo de cólera, despertó al muchacho a empentones.
Angustioso fue el terror de Luis cuando despertó y se encontró de frente al enfurecido hidalgo. En vano juró, con los ojos llenos de lágrimas, que era inocente, que solo un cariño puro y fraternal había hecho que fuera por la noche a llevarle un poco de agua. Doña Luisa, aterrorizada, apenas podía decir nada.
Don Hernando arrastró fuera al paje, y allí, llamando a un verdugo, le dijo que colgase al muchacho de la reja del balcón de la habitación de su hija. Todas las súplicas y todas las lágrimas de Luis fueron vanas. Al fin, hincado de rodillas, el pobre muchacho exclamó: ¡Oh Dios mío, haz ver tu justicia!". El hidalgo le respondió: "Pide justicia a Dios, porque nada puedes esperar ya de los hombres".
Entonces Luis, con decisión, contestó: "Por eso espero la del cielo".
Fueron sus últimas palabras. El verdugo cogió el cuerpo desvanecido del muchacho, lo colgó del balcón y allí expiró el infeliz pajecillo, víctima de su fidelidad. Después don Hernando ordeno que se tapiara la habitación por fuera de la calle y que se pusiera la siguiente inscripción:
"Esperando la del cielo".
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