EL POZO AMARGO #creencia #amor #leyenda #españa #toledo
Hay una calle en Toledo llamada la Bajada al Pozo Amargo, donde hace mucho tiempo tenía un pozo
en medio de una pequeña plaza. Esta es su leyenda.
En la época de la dominación árabe, había un judío de notable reputación en la ciudad, sobre
todo entre la colonia israelita. Este judío unía a sus grandes riquezas un profundo conocimiento
de la ley y la religión de Moisés, por lo que figuraba entre los primeros de la población de raza
judía. Viudo, todo su cariño se había depositado en su única hija, una joven de gran belleza y
bondad.
Su educación había sido llevada con todo esmero, y su padre había tenido gran cuidado
de que no se mezclase con otras muchachas de clase o educación inferior. La joven, vivía aislada
en la soberbia mansión del judío, donde pasaba los días bordando, cantando canciones al son de
instrumentos que hábilmente tañía.
Un día, contemplando la calle que corría delante de su ventana, protegida por espesas celosías,
vio pasar un mancebo vestido con traje cristiano, cuya apostura le llamó la atención. A partir de
entonces, todas las mañanas espiaba con ansia el paso de los transeúntes, esperando ver a aquél
que había atraído su atención, hasta entonces indiferente a cualquier hombre, aunque no eran
pocos los que deseaban hacerla su esposa. Unos días lograba su propósito; veía pasar al joven,
y se retiraba después suspirando; otras veces la espera era en vano, y se sentía llena de tristeza.
Consiguió que su padre le permitiera dar algunos paseos por los alrededores de la ciudad,
siempre acompañada de una mujer de avanzada edad en la que él, tenía gran confianza.
En uno de esos paseos pudo, por fin, ver al joven. Éste se sintió también conmovido por la
belleza de la muchacha, aunque no sospechaba en absoluto que hubiera hecho mella en su espíritu.
La siguió hasta ver cómo entraba por el jardín de la casa de su padre, el rico judío. Desde entonces,
pasó diariamente mirando a las ventanas.
La joven dudo mucho antes de decidirse a hacer que pudiesen encontrarse los dos. Al fin, envió
al galán un billete en donde, discretamente, le expresaba el deseo de hablar con él. La nota fue
contestada por otra, llena de cariño y pidiéndole una cita en una callejuela, junto a un pozo.
Aunque la muchacha hubo de pasar por la peligrosa situación de salir de casa ocultamente y a
horas de oscuridad cerrada, consiguió llegar una noche a la callejuela en donde estaba el pozo.
Allí la esperaba su enamorado. Desde las primeras palabras que se cruzaron entre ellos hubo una clara
entrega de las almas de ambos y se juraron mutua fidelidad. La salida de la joven no fue descubierta
y creciendo con el cariño el deseo, la repitió en noches sucesivas, sin que nadie se diera cuenta.
Estaba ella decidida a unirse en matrimonio con su amado, no importándole incluso renunciar a
la religión de sus padres, en que había sido esmeradamente instruida. Solo temía la oposición
de su padre, su negativa y el castigo por haberle desobedecido y por intentar un paso que por
fuerza iba a ser un desprestigio ante los demás israelitas. Nada le importaba tanto como repetir sus
salidas, creyendo que eran desconocidas por todos.
le hiciera insinuaciones de matrimonio, siempre recibidas por ella con toda frialdad, la había
visto salir y, lleno de curiosidad, la había seguido. La ira del judío al saber como se encontraba
con el cristiano fue tremenda. Se veía despreciado por la muchacha, que no vacilaba en faltar
a todos sus deberes entregando su cariño, hasta entonces tan celosamente guardado, a un enemigo
de su religión. El judío pensó primero, sorprender a los enamorados, pero después decidió que la
mejor venganza sería contar al padre de la muchacha lo que había visto.
En efecto, a la mañana siguiente, entró en casa del rico y prestigioso judío, y, después de saludarle
con respeto, le pidió perdón por el enorme disgusto que iba a causarle. También le dijo que creía
que era su deber advertirle de lo que sucedía y de la conducta de la muchacha.
Grande fue el dolor del viejo judío cuando supo que su hija salía a altas horas de la noche para
verse con un cristiano El adoraba a su hija y no hubiera vacilado en darla en matrimonio a uno
de su raza, pero sus sentimientos se encontraban heridos por la vergüenza que suponía que la
hija del mejor servidor de la Ley traicionara de tal manera a la fe que la habían transmitido.
Con gran aflicción despidió al que le había llevado tan mala nueva.
Después, en su soledad, el corazón parecía que le iba a estallar. Tomó el propósito de vengarse
de quien había seducido a su hija apartándola del camino recto. No dudaba de que ella era
inocente y que había sido engañada. Así tomó la decisión extrema. Aquella noche, apenas se
había ocultado el sol y las sombras empezaban a llenar las estrechas calles de Toledo, salió
armado de un puñal y se dirigió al lugar donde había sido informado, en que encontraba Raquel
a su amante. Halló pronto el pozo, y allí, detrás del brocal, se ocultó.
No tardó en llegar el joven, y se sentó en el brocal del pozo para esperar a su amada. Pero de
pronto se vio sujetado por unos brazos que intentaban arrojarlo al pozo; el joven se defendió
con energía, pero no pudo hacer nada. Sintió penetrar en su espalda una hoja agudísima. Se
le nublaron los ojos y rindió el alma. El autor de su muerte era el padre de la muchacha.
En aquel momento ella se aproximaba. El judío corrió a ocultarse. Vio como llegaba la muchacha,
oyó el grito de terror que lanzó al ver al mancebo desangrado en tierra y los largos sollozos que
agitaban el pecho de la desdichada. Quiso acercarse a consolarla, pero vio cómo se levantaba y
con paso vacilante, se perdía en la noche. La siguió, alcanzándola junto a la esquina de la calle;
la llamó por su nombre, pero ella, con la mirada perdida y el rostro destrozado por una mueca terrible,
siguió su camino. Había enloquecido.
El judío sintió destrozado su corazón. Queriendo librar a su hija de un engaño, la había hecho
enloquecer. La guio suavemente hasta su casa y allí la confió a sus servidores.
Éstos, la vigilaban a todas horas. Pero una de las noches, en que la muchacha estaba asomada
a la ventana, vieron cómo se levantaba y, descendiendo por la escalera, salió a la calle. La siguieron
con intención de sujetarla, pero ella se resistía, queriendo seguir adelante. Llegaron así, hasta el pozo,
y Raquel se aproximó a él. Antes de que sus servidores pudieran impedirlo, la muchacha se
inclinó sobre el brocal y se dejó caer. Cuando la sacaron había muerto.
El suceso fue conocido en Toledo y conmovió a todos. Desde entonces aquel pozo, hoy desparecido,
recibió el nombre de Pozo Amargo.
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