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Imagen de Valerio Errani en Pixabay
Una tarde, Elsa y su hermano se fueron a dar un paseo por el bosque. Al atardecer, volvió ella sola, diciendo que su hermano había desaparecido. Todos los nobles del país salieron en busca del heredero del duque, pero todo fue inútil. No pudieron encontrarle.
Al dolor que por la pérdida de Godofredo sentía Elsa, tuvo que añadir el de verse acusada por Ortruda y Federico de ser ella la causante de la desaparición de su propio hermano, por ambición.
Por aquellos tiempos, y a causa de la discordia entre Germania y Hungría, el rey Enrique I visitó el país de Brabante. Enterado de lo que ocurría en Amberes (la desaparición del duque heredero), se dirigió al palacio para cerciorarse de la verdad de este hecho.
La joven se encogió de hombros y dijo que absolutamente nada. El rey sin embargo, no podía creer en la culpabilidad de aquella joven de aspecto tan candoroso y modesto, y le preguntó todavía si se creía capaz de encontrar un campeón que defendiera su causa en lo que entonces se llamaba un juicio de Dios. Elsa recordó entonces que en un sueño que había tenido hacia unos días se le apareció un caballero y le dijo que estaba dispuesto a ser su campeón y la librarla de sus enemigos. Para presentarse bastaría que, llegado el momento, los heraldos le llamaran.
Al llegar frente al lugar donde estaban el rey y los nobles, el cisne se acercó a la orilla, y el caballero desembarcó, despidiéndose del ave, que se alejó de nuevo majestuosamente. El joven saludó respetuosamente al rey y se dirigió luego a Elsa, ante quien se inclinó cortésmente, diciéndole si le permitiría ser su campeón, tal como le había prometido. Ella le confió por completo su vida y el destino de su país, diciéndole que le tomaba como su héroe y protector.
El caballero, seducido por la dulzura y belleza de Elsa, la pidió por esposa si salía vencedor en la lucha, cosa que ni siquiera dudaba. Aceptó Elsa inmediatamente. El caballero le impuso entonces una extraña condición, El sería su protector y el de su país y permanecería fielmente a su lado; pero ella no debía preguntarle nunca quien era, como se llamaba, ni de dónde había venido.
Federico de Telramundo y su esposa Ortruda quedaron deshonrados ante toda la corte. La ambiciosa princesa no podía resignarse al alejamiento de la corte, y excitando la piedad de Elsa, se acercó a ella de nuevo. Empezó a sembrar la duda en su corazón inocente y sencillo, hablando de lo misterioso de la llegada del caballero, de lo raro que parecía que no quisiera decir quién era, cómo se llamaba ni de dónde venía, y de la posibilidad de que fuera un brujo o simplemente un aventurero.
La joven protestó, defendiendo a su héroe; pero Ortruda conocía el corazón humano y sabía que
Elsa no dejaría de hacer las tres preguntas prohibidas. Así en la noche de bodas, el conde de Telramundo y uno de sus amigos, traidores y enemigos de Elsa, se escondieron tras las cortinas de la cámara nupcial, dispuestos a escuchar la conversación de los jóvenes esposos, no dudando de que la joven no podría resistir la tentación de querer saber con quién se había casado. Efectivamente. En medio de las protestas de amor del caballero, Elsa, cuyo espíritu atormentado por la duda, no podía ya soportarlo por más tiempo, hizo a su esposo las tres preguntas que de una manera contundente éste le había prohibido hacer.
Al día siguiente, de nuevo los nobles y damas fueron convocados para reunirse a la orilla del río, presididos por el rey de Germania, Enrique I. El caballero quiso declarar quien era y de dónde había venido, y despedirse al mismo tiempo de todos. No pudo permanecer ni un sólo día en un lugar donde ya conocían su procedencia.
Cuando estaban todos reunidos junto al rey, a cuyo lado se sentó Elsa, el caballero declaró que venía de Montsalvat, la montaña santa donde se conserva y guarda el santo Grial. Su padre Parsifal, era quien conservaba el divino tesoro. Él era su ayudante. Se llamaba Lohengrin.
El muchacho entre las aclamaciones de todos, se precipitó en brazos de su hermana, que lloró de alegría por el retorno de su hermano, y de dolor por la pérdida del héroe, quien se alejó tristemente en su barquilla, mirando apenado a Elsa, a quien tanto amaba y tenía que abandonar por no haber tenido confianza en él.
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