LAS DOS URNAS DE LOS ANDES #leyendas #chile #hija #aconcagua #espera #amor
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En cierto lugar de Aconcagua vivía una viuda tan acomodada e hidalga como desdichada. Su marido y sus hijos habían muerto trágicamente en el fondo de una mina, y el tremendo e inesperado golpe la había dejado anonadada. En su abatimiento, sólo la sustenta ya, la ilusión y la obligación de velar por su hija.
Era esta, joven y bella, y a pesar de la desgracia, animosa y alegre. La joven corría y revoloteaba por la galería y por el jardín, y gracias a ella la enorme casona, antes tan llena de vida y ahora tan vacía y callada, no llegaba a tener para la inconsolable viuda, la frialdad y la pesadez de un mausoleo.
Decidió celebrar una fiesta en honor de la joven. No había de ser todo penas en aquella casa.
Llegado el día de la fiesta, amigos y amigas llenaron los salones. Las risas alegres la invadieron y se alejó de allí aquel ambiente sombrío que tenía.
Al terminar la fiesta, don Pedro pidió a la joven que le diese ocasión para volver a hablarle. No una, cien veces, a través de las verjas del jardín, los dos jóvenes volvieron a comunicarse. Los sentimientos de ambos coincidieron y pronto se habían establecido entre ellos las más formales relaciones.
La viuda miraba con buenos ojos al novio de su hija. Ésta que se había enamorado locamente de él, moría de pena cuando pensaba que alguien pudiera robárselo.
En poco tiempo había cambiado radicalmente el carácter de la joven. Ya no era aquella niña alegre que revoloteaba por la casa. El noviazgo la había convertido en una mujer callada, que con frecuencia, sufría angustias inexplicables.
Olivares no daba motivo para estas desazones. Por el contrario, cada día se mostraba más enamorado, y se había llegado a concertar la boda. La madre estaba poniendo toda su ilusión y fortuna en el ajuar de su hija. Era esta el único ser que le quedaba en el mundo, y quería que no le faltase nada.
Con estos preparativos, pasó el tiempo velozmente y llegó el día feliz, el día que debía haber sido feliz, pero que resultó, inesperadamente tristísimo.
La noticia no pudo llegar más a destiempo. Olivares se encontraba intranquilo y apenado. Y su novia tuvo que animarle y darle esperanzas. Era necesario que se pusiera inmediatamente en camino.
En el momento de partir, ella le preguntó:
-¿Volverás?
-Úname la muerte contigo si falto -contestó.
Y dos minutos después, el ruido de los cascos de su caballo se desvanecía por el extremo de la calle.
Fue entonces cuando la joven pensó en las graves consecuencias que para ella podría acarrear aquella partida. Al recoger y guardar su traje de novia, se sintió dominada por los más tristes presentimientos.
Las primeras cartas de él, cargadas de cariñosas promesas levantaron un poco su ánimo. Pero las cartas no tardaron en hacerse menos expresivas y más raras. Por último, dejaron de llegar.
Aquel olvido hirió tanto a la joven como a su madre. Pero ésta, más hecha a los sufrimientos, pudo disimular su pena y sacar fuerzas para consolar a su hija. La fatalidad se estaba ensañando en aquella casa.
Un día, la madre no despertó... La enorme casona volvió a llenarse de sombras. La pobre huérfana empezó a sufrir visiones que la destrozaban los nervios y le impedían conciliar el sueño. Pasaba algunas noches en vela, vagando por los largos corredores y por el jardín. Su cabeza flaqueaba día a día. Y la dominaba la idea de marcharse por el mismo sitio que él...
-¿A donde vas hijita?
-A esperarlo mamita. Por este camino debe de llegar.
Y siguió caminando hacia la cordillera. La anciana comunicó en el pueblo el extraño encuentro. Salieron a buscar a la loca de amor, pero no la encontraron.
Las mujeres del pueble siguieron mirando hacia los montes con la esperanza de llegar a divisarla. Pero a ella no la volvieron a ver. Vieron en cambio, que allá arriba, delante del Aconcagua, había una hurna mortuoria que antes no existía. Allí tenia que estar la infeliz doncella. Las mujeres rezaron.
Pasó tiempo. La casa que la desgraciada había dejado deshabitada, seguía abandonada. Los vecinos del pueblo la miraban con respeto, porque se decía que de noche se veían vagar sombras en su interior. Se había convertido en la casa de las sombras.
El silencio, la oscuridad y el estado de abandono en que se encontraba todo, empezó a intranquilizarlo. De pronto advirtió que una luz extraña salía de la pequeña capilla de la casa. El resplandor era cada vez más intenso y próximo, viendo aparecer por el marco de la puerta la imagen de la joven que buscaba, vestida de novia, y un cerco de luz blanquísima la rodeaba.
Al salir de la casa, el caballero había sentido como si alguien repitiese las palabras que el había pronunciado al despedirse de su novia:
-Úname contigo en la muerte si falto.
Al día siguiente, las puertas de la casa amanecieron abiertas, y cerca de ellas, un caballo ricamente enjaezado. Los vecinos del pueblo recordaron de nuevo la trágica historia de la casa de las sombras y una mujer volvió a mirar hacia la montaña.
-Allá arriba, ¿veis? hay ahora otra urna. Ya son dos ¡Qué misterio!
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