GALATEA Y POLIFEMO #leyendas #amor #celos #grecia
Una de ellas, llamada Galatea, había cautivado el corazón de Acis, excelente pastor de Sicilia, cuando apareció por aquella tierra, mientras el pastor cuidaba de su rebaño. La ninfa del Egeo había respondido con igual entusiasmo al amor de Acis, sin que ninguna fuerza pareciese suficiente para separar los dos corazones.
La hermosura singular de Galatea había conseguido que Polifemo, el más feo de los cíclopes, estuviera profundamente enamorado de ella. Este gigante obrero de la fragua de Vulcano, donde se construía el rayo que Júpiter lanzaba a la Tierra, era de enorme estatura, de aspecto repugnante, con una boca inmensa que parecía partirle la cara en dos y, un ojo redondo en medio de una frente surcada de arrugas profundas.
Polifemo amaba a Galatea con toda la ternura que su rudeza le permitía; sabía que era horriblemente feo, y esto le hacía sufrir sobremanera, comprendiendo que la ninfa no podría quererle nunca, y que si lo hacía sería únicamente por la pena que hubiese despertado en ella.
Polifemo amaba a Galatea con toda la ternura que su rudeza le permitía; sabía que era horriblemente feo, y esto le hacía sufrir sobremanera, comprendiendo que la ninfa no podría quererle nunca, y que si lo hacía sería únicamente por la pena que hubiese despertado en ella.
Aquel gigante que tanto respeto imponía a todos los mortales, era con Galatea bueno y manso en extremo; le sonreía en cuanto la divisaba, entonaba con su flauta lo que mejor sabía a la puerta de la morada de la hermosa joven, y pasaba horas enteras con su rebaño a la orilla del mar, en espera de verla aparecer.
Aunque el pastor a gran velocidad, los pasos del gigante lo alcanzaron pronto, y cuando lo tuvo a mano, cogió un peñasco de la costa y lo arrojó sobre su cabeza, dejándole casi sepultado.
Galatea, al verlo, daba gritos angustiosos, llena de un odio inmenso por Polifemo, a quien hasta ahora casi profesaba simpatía; pero consiguió convertir a su amado en un río (el Acis), que atraviesa desde entonces Sicilia y profiere tristes lamentos al deslizarse hacia su cauce.
Un día en que la Nereida salía fresca y lozana de entre las aguas como una flor acuática, Polifemo se fijó en un pastor que cuidaba por allí cerca otro rebaño como el suyo, y con terrible dolor vio que Galatea sonreía y hablaba con singular agrado con el pastor. Los celos más desmedidos roían el alma del monstruo, que estuvo a punto de echarse a llorar como un niño. Pero pronto se levantó, empujado por el amor que sentía y, lanzando gritos roncos que estremecieron a toda Sicilia, corrió como un loco detrás de Acis.
Galatea, al verlo, daba gritos angustiosos, llena de un odio inmenso por Polifemo, a quien hasta ahora casi profesaba simpatía; pero consiguió convertir a su amado en un río (el Acis), que atraviesa desde entonces Sicilia y profiere tristes lamentos al deslizarse hacia su cauce.
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