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Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay
Un ángel fue enviado para probar los corazones de los tres hermanos. Tomó la forma de un pordiosero, y un día, cuando el mayor de los hermanos vigilaba su peral, se acercó a él para pedirle en nombre de Dios una pera de su árbol. Inmediatamente se la entregó, diciéndole:
-Solo os puedo dar una, porque las demás no son mías; pertenecen a mis hermanos.
El ángel le dio las gracias y desapareció.
Al día siguiente, el segundo de los hermanos vigilaba el árbol. De nuevo advirtiéndole que no le podía dar más porque las otras no eran suyas.
Al día siguiente, cuando el ángel se aproximó al más joven de los hermanos que guardaba el peral, el muchacho le contestó de igual manera.
Poco tiempo después, el ángel, convertido en fraile, visitó a los tres hermanos:
-Venid conmigo, hijos míos -les dijo- porque quizá pueda encontraros algún trabajo mejor que guardar un simple peral.
Los muchachos, confiados, fueron con él, y tras mucho caminar llegaron junto a un río muy ancho y profundo.
El ángel levantando el bastón en que se apoyaba, hizo el signo de la cruz e inmediatamente toda el agua del río se convirtió en vino. Muy pronto surgió allí una enorme industria, con almacenes, cobertizos y numerosos obreros que iban y venían afanosamente. El dueño de todo aquello fue el mayor de los hermanos.
-He cumplido tu deseo, pero no olvides que mientras seas rico debes socorrer a los pobres -le dijo el ángel.
Dejaron al hermano mayor ocupado en su negocio y prosiguieron el camino, hasta que encontraron un campo donde había gran cantidad de palomas.
Entonces el ángel alzó de nuevo su vara, y haciendo la señal de la cruz, transformó todas las palomas en ovejas.
De esta manera, el segundo de los hermanos fue rico y explotó sus ovejas con una floreciente industria de quesos, carnes y lanas. Después de haberle aconsejado el ángel que no olvidara a los pobres, partió con el más pequeño de los hermanos.
Finalmente, el joven, dirigiéndose al menor, le hizo la misma pregunta, a la que respondió:
-Deseo solamente que el Señor me conceda una esposa buena y virtuoso.
-Hijo mío, me pides una cosa difícil de conceder -dijo el ángel- Solamente existen tres mujeres virtuosas en el mundo de las cuales dos ya están casadas. La tercera es una princesa que ahora es pretendida por dos reyes. Sin embargo, podemos ir al palacio de su padre para pedirle la mano de su hija.
Se pusieron en camino, y después de mucho andar, llegaron a la ciudad donde vivía la princesa. Se presentaron al rey, sucios y polvorientos, y le expusieron su deseo. El rey les hizo saber que había dos pretendientes que deseaban también obtener la mano de la doncella, y no sabía a cuál de los tres debía concederla.
-Dejemos que el cielo decida -contestó el ángel.
-De acuerdo pero ¿cómo? -dijo el rey.
-De esta manera -respondió el ángel.-la princesa deberá plantar tres ramas de vid, grabando en cada tallo el nombre de cada uno de sus pretendientes. Al día siguiente, sólo una de las ramas habrá brotado y estará llena de hermosos racimos; el nombre que esté grabado en ella deberá ser el de su esposo.
El rey aceptó el mandato divino y acompañó a su hija a la iglesia para casarla con aquel hombre extraño, y, después de bendecirlos, se separó de ellos.
El ángel los acompañó hasta el bosque y después desapareció.
Pasados los años, el ángel volvió a la tierra para ver cómo se portaban los tres hermanos.
Convertido en mendigo, fue a visitar al mayor de todos. Lo encontró muy atareado en su negocio de vinos. Al pedirle una limosna en nombre de Dios, se la negó, echándole sin compasión, y llenándole de insultos.
-En tu prosperidad, has olvidado a los pobres -dijo secamente el ángel- Vuélvete al peral.
Después fue a ver al segundo de los hermanos, que se hallaba muy feliz con su gran negocio de leche.
-Por amor de Dios, dame un trozo de queso -suplicó el ángel.
-Vete de aquí, o suelto los perros -contestó el hermano mediano- Yo no doy queso a un holgazán como tú.
El ángel hizo la señal de la cruz, e inmediatamente desapareció toda aquella industria, quedando aquello convertido en un campo lleno de palomas, como estaba antes. El segundo de los hermanos por haber olvidado el consejo del ángel de socorrer a los pobres se quedó sin su buen negocio, y volvió a su casa y a su peral.
Entonces el ángel quiso probar al tercero de los hermanos, y fue en su busca. Lo halló en el bosque, con su esposa. Llamó a la puerta y pidió, por amor de Dios, un trozo de pan.
-Somos nosotros también muy pobres, pero entrad, repartiremos con vos la cena -respondió el hermano pequeño.
Se sentaron junto al fuego y se dispusieron a cenar. Como eran muy pobres, su pan no era de harina, lo hacían con corteza de árbol machacada. Al ir a distribuir el pan, la princesa se encontró con que sus pobres panecillos se habían transformado en riquísimas hogazas de pan blanco.
-¡Alabado sea Dios!
-En vuestra felicidad no habéis olvidado a los pobres. Dios os lo pagará.
Y haciendo la señal de la cruz, aquella choza se convirtió en un magnífico palacio lleno de riquezas. Muchos criados iban de un lado para otro terminando de servirles con todo esmero una suculenta cena.
A los postres, el mendigo se levantó, bendijo a los jóvenes esposos y les dijo sonriendo:
-Dios os ha hecho ricos por haber tenido caridad con el prójimo. Disfrutad de estas riquezas.
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