EL ARAWAK Y LA HIJA DE ANIANIMA #leyendas #LaGuayanaFrancesa #amor #amargura #madre #lucha #padre
Dice la tradición que estas aves, cuando llegan a las alturas, sobre las nubes y los aires, abandonan su plumaje y adoptan la forma humana, que es la que en realidad les corresponde y que por algún extraño maleficio (o privilegio) no deben ostentar cuando descienden a las bajas regiones terrestres.
En cierta ocasión un joven Arawak, valeroso y hábil cazador, apresó a una de estas aves. Era un hermoso ejemplar, de magníficas plumas y profunda mirada. El Arawak caminó hacia su casa; en donde su anciana y buena madre esperaba su llegada, ignorante de que llevaba entre sus brazos a una encantadora doncella; la hija de Anianima, el soberano de las celestes regiones. Se despertó en la joven repentino y poderoso amor hacia su raptor. Deseosa de darse a conocer, dejó caer el blando y espeso plumaje que la cubría y se ofreció a la vista del Arawak bajo el aspecto de una muchacha de maravillosa belleza, declarándole su amor al Arawak, y el la tomó como esposa.
Largo tiempo pasó, durante el cual ninguna nube empañó la felicidad de los esposos. Arawak vivía contento en su nueva patria, sin añorar en absoluto los paisajes ni gentes de su antigua habitación terrena. Tan sólo el recuerdo de su querida madre, que había quedado sola en la tierra, ponía una sombra de amargura en su dicha.
Un día se decidió a solicitar autorización para visitarla y abrazarla, acaso por última vez. Tomándole entre sus garras, los buitres reales le depositaron sobre un elevadísimo árbol, cuyo tronco estaba recubierto de una dura corteza, erizada de agudísimas espinas. Y abandonándole allí, remontaron el vuelo. Arawak llamó a los habitantes del bosque, a los nobles animales que respiran bajo las nubes y se guarecen junto a la tierra, y acudieron, compadecidos, los pájaros y las aves, que con el concurso de sus alas le ayudaron a descender, y las arañas, tendiendo habilidosamente sus cuerdas, fabricaron para él una resistente escala. Corrió a la casa materna y abrazó repetidas veces, entre lágrimas de alegría, a su querida madre.
Cuando después intentó remontarse nuevamente a la región de los celestes habitantes no pudo. Durante varios años luchó vanamente por reunirse con su querida esposa, y al dolor de su fracaso se unió el de verse convertido en el blanco de la airada persecución de los buitres reales. Su extraordinaria astucia le libró de mil difíciles riesgos, más su apasionado amor por la hija de Anianima le impidió deponer el desesperado tesón con que se empeñó en su inútil empresa.
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