LA ABADÍA DESAPARECIDA #leyendas #españa #defensa #desilusion #amor #catarata
Cerca de donde hoy se halla el famoso lago de Carucedo se elevaba, en el siglo XV, una magnífica y sólida abadía, de la que hoy sólo se conserva el recuerdo de esta leyenda.
Los religiosos que allí habitaban, tenían recogido un huérfano abandonado, el cual fue creciendo en aquel ambiente de paz y recogimiento, sin dar nunca la menor señal de vocación religiosa. Tanto era así que, siendo casi un niño empezó a demostrar una especial predilección por una muchacha que vivía próxima a aquel lugar y que, a su vez, se sentía dispuesta a iniciar con él sus primeros coqueteos amorosos.
Primero con buenas palabras, que cayeron en el vacío del corazón enamorado de la doncella, y luego por la violencia, intentó hacerla suya.
Entretanto el muchacho de la Abadía ante la despreciable conducta del conde, y sospechando que acabaría forzando a su amada, planeó el asesinato del caballero, como noble y obligada defensa de su amor.
A los pocos días, el conde de Cornotel caía muerto alevosamente por un desconocido agresor y el muchacho huía de la Abadía, sin que se volviese a saber de su paradero.
Pasaron unos años, que fueron de dura lucha para los dos amantes. Nada volvieron a saber el uno del otro; y ambos, hundidos en el desengaño y en la desilusión cerraron su alma a la esperanza. Mas, un día cuando todo parecía olvidado, el muchacho volvió a la Abadía. Buscó a su amada, y nadie le supo dar razón. Desalentado, decidió profesar como religioso en aquel monasterio, y gracias a sus muchos méritos llegó a ser Prior en el espacio de unos pocos años.
Transcurría allí su vida plácidamente entregado a la piedad y consolando en el seno de la religión todas las amarguras de su vida, cuando una noche en que se encontraba rezando sus últimas oraciones, vinieron a perturbar la paz del convento unos labradores, atemorizados por una aparición que rondaba por aquellos lugares.
Rogaron al Prior que fuera a conjurarla para librarlos de su presencia, y el buen padre, se dispuso a ayudarles. Salió fuera de la Abadía y se encontró, en efecto, a pocos pasos, una mujer a la que todos tomaban por bruja. El Prior se acercó a ella y pudo reconocer a su antigua amada, vestida de penitente.
Aquel amor contenido y torturador de su pasada juventud resurgió entonces en el corazón del Abad con más pasión que nunca. Ella a su vez, vio en aquel cariño el único posible consuelo de su vida, y ambos, sedientos de amor, sintieron a un tiempo el deseo de consolarse, de abrazarse con aquel viejo cariño y de entregarse con pasión al fuego de aquel mal dormido amor.
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