KER IS, LA CIUDAD BAJO LAS OLAS #leyendas #celta #decision

Érase un avez una isla grande y bonita, frente al actual puerto de Douarnenez.  Era la capital de Cornualles y reinaba allí Gradlon el Grande.  La ciudad contaba con los palacios más hermosos jamás construidos.  Por sus calles y plazas paseaban jóvenes con briosos corceles y muchachas de mirada seductora.  Los mercaderes vendían todo tipo de objetos preciosos: el ámbar del Báltico, el oro de Persia, la seda de China, la fruta de las islas más lejanas.  La gente era alegre y vivía feliz aunque su vida estuviera amenazada por el eterno peligro del océano.

Is estaba construida en unas tierras que se hallaban ligeramente bajo el nivel del mar y estaba protegida por muros que el rey había ordenado construir para que resistieran las inundaciones.  Además, las llaves que abrían las puertas de las murallas por el lado del océano estaban escondidas en una bolsa que el propio Gradlon llevaba siempre colgada al cuello.

Todo habría ido mejor si los habitantes de Is no hubieran sido tan lujuriosos y disolutos. En los alrededores vivía San Gwenolé, que escandalizado por las costumbres de la ciudad de Is, decidió llevar a las gentes un mensaje amenazador para invitarles a comportarse mejor y a rezar.

-El rayo de vuestros placeres no puede alumbrar la salvación eterna.  Un día, Dios castigará hasta vuestras cenizas.  En vuestro corazón no veo más que tristeza a pesar de las apariencias.  También las flores se marchitarán a vuestro alrededor -decía a los pocos que querían escucharle.

Pero sus palabras despertaban hilaridad y siempre tenía que regresar corriendo a su cueva para evitar que las piedras de los niños le alcanzaran.

Sin embargo, un día,  Dios mismo decidió castigar a la ciudad del pecado.  Era una mañana de primavera.  El océano estaba tranquilo.  El Sol jugaba con los cabellos de las chicas y la sombra de las murallas escondía los primeros placeres.  En los bastiones había perfume de algas y en las casas la vida iniciaba su ritmo habitual.

Nadie supo de dónde llegó, pero de repente en medio de la gente apareció un joven muy hermoso.  Los cabellos negros caían sobre los hombros y la sonrisa de su rostro era distinta en todo momento.  Tenía la edad de la pureza, pero su mirada ya había visto estaciones y estaciones de voluptuosidad y placer.

La noticia de su llegada corrió como un reguero de pólvora y las muchachas más hermosas de Is acudieron a contemplar tanta belleza.  En cuanto los ojos azules de la hija del rey, Ahis, se cruzaron con los ojos oscuros del joven, sintió en ella el deseo de poseerlo.  Así, sin conocerlo, le invitó a sus aposentos.  El joven no pareció sorprendido y pasó un día entero cantando y danzando junto a la hermosa muchacha.

Por la noche, cuando se quedaron a solas, el joven pronunció para ella palabras suaves y la hermosa Ahis estaba dispuesta a cualquier cosa por conseguir aquel ser tan distinto.  A pesar del deseo que expresaba su mirada, el joven aún no había abrazado a la bella Ahis.  Las tinieblas empezaron a envolverlo todo.

-El día ha terminado, Ahis.  Cada instante ha escapado gota a gota de nuestras vidas.  No sé si estaré aquí al alba, pero no olvidaré nunca las horas que hemos pasado juntos. -dijo el hermoso joven.

-¿Por qué quieres irte? -preguntó Ahis.

-Mi destino es cruzar las montañas, los mares, los desiertos, sin poder detenerme jamás. -respondió el muchacho.

-Si es así, quisiera ser tuya antes del alba.

-Si.  Yo también quisiera ver tu cuerpo del color de las flores bajo la luz de la luna.  ¿Por qué no vienes conmigo a orillas del océano?  Allí la luz convierte todas las miradas en alegría -propuso el joven.

-Pero las puertas del mar están cerradas y sólo mi padre tiene las llaves -contestó Ahis.

-¿No puedes conseguirlas por una noche? -le tentó el apuesto galán.

-Mi amor todo lo puede -respondió Ahis.

La muchacha fue a quitarle la bolsa de las llaves a su padre, que estaba durmiendo, y regresó con las llaves prohibidas.  Después corrió con el desconocido hacia las murallas y, poco después, se hallaban en la playa iluminada por la luna.  Pero no pudieron amarse.  Aquel hombre era el diablo, aunque Ahis no podía saberlo.  En cuanto llegó al océano se zambulló, dejando a la muchacha atemorizada.  Inmediatamente el océano se levantó en un fragor que llenó el espacio.  Después, avanzó hacia la ciudad de Is a través de la puerta abierta e inundó todas las calles, plazas y casas.  Sólo el rey Gradklon, a quien San Gwenolé había despertado a tiempo, pudo subir a un caballo y partir con su protector.

Mientras salía a la plaza, vio a su hija en lágrimas corriendo entre las aguas impetuosas.  Apenas tuvo tiempo de recogerla y huir detrás del ermitaño.  Pero una extraña fuerza impedía que su caballo avanzara.

-Deja a tu hija.  No es digna de seguir viviendo -gritó San Gwenolé.

-Entonces moriremos juntos -respondió el rey.

-¡No!  Abandona a esa pecadora -gritó de nuevo el santo.

Gradlon obedeció, abandonó a su hija entre las olas y el caballo pudo alcanzar al de San Gwenolé.  Después, los dos hombres llegaron sanos y salvos al continente cercano.  Is había desaparecido para siempre bajo las olas del mar.

En la actualidad, en días de calma absoluta, los pescadores que lanzan sus redes por aquellos lugares oyen un canto triste y angustiado procedente del fondo del mar.  Es el canto de Ahis, la muchacha rubia del mar, que pide clemencia por sus terribles errores.