ORISALA Y ODUDUA #leyendas #sudan #africa

En el principio sólo existía Okun, el mar, que era una masa de agua que se extendía en todas direcciones.  Encima estaba Olorum, el cielo.  Ambos existían desde siempre y eran dueños del mundo.

Olorum, el cielo, tenía dos hijos: Orisala, el mayor, y Odudua, el más joven.  Un día, Olorum llamó a Orisala.

-Toma este pollo de cinco dedos y este poco de tierra, baja a las profundidades del mar y crea el mundo -le dijo el padre.

-Si padre -respondió Orisala.

Dicho esto, se puso en camino.  Fue un largo viaje a través de laberintos de nubes que obstaculizban las sendas del cielo.  Hasta que Orisala acabó perdiéndose.  Dio vueltas y más vueltas por un bosquecillo de palmeras y, cansado, se detuvo a descansar.  Mientras dormía, apareció a su lado un odre de vino.  Un sorbo tras otro, el odre pronto quedó vacío y Orisala acabó ebrio.  Entonces, se durmió y olvidó completamente la misión que le había encargado su padre.  Pero éste, que lo estaba viendo todo, llamó a Odudua, su hijo menor.

-Había pedido a Orisala que fuera a crear la Tierra.  Pero se ha emborrachado y ahora duerme.  Tú debes sustituirle.  Desciende, coge el pollo y el terrón de tierra y ve al mar.  Allí crearás la Tierra -dijo Olorum.

-Si padre -respondió Odudua.

Odudua se dirigió hacia el bosquecillo donde su hermano dormía.  Vio el odre de vino de palma que, por arte de magia, se había llenado de nuevo, pero no cayó en la tentación de beber.  Cogió el terrón de tierra y el pollo de cinco dedos y llegó al mar.  Una vez allí, se preguntó cómo podría crear la Tierra.  Reflexionó durante mucho tiempo sin que se le ocurriera ninguna idea.  

Finalmente, viendo las dificultades que tenía el joven, Okun, el mar, decidió ayudarle.

-Extiende la tierra sobre mis olas y coloca el pollo encima -le dijo.

Odudua obedeció.  Extendió la tierra y puso el pollo encima.  Al verse libre, éste empezó a escarbar y repartió un poco de tierra en todas direcciones.  A medida que los granitos de tierra caían aquí y allí, las olas los fijaban en el fondo del mar y,  mezclándose con ellos, los hacían aumentar de tamaño.

Y así, gracias a la acción del cielo, del océano y del pollo de cinco dedos nacieron las tierras, las islas y los continentes.