EN BUSCA DEL TABACO #leyendas #guayana #america #maltrato
Érase una vez un niño llamado Kurusiwari que vivía con su padre y la mujer de éste. Aunque quería a su padre, el niño decidió escaparse ya que aquella mujer aprovechaba cualquier ocasión para pegarle.
Por ello, desapareció con los primeros rayos de sol mientras su padre y su madrastra estaban trabajando en los campos. Cuando ellos descubrieron su huida ya habían pasado varias horas.
Toda la gente del pueblo se puso a buscar al niño, unos cuantos batieron la jungla de los alrededores del pueblo y otros buscaron en la playa y entre los arrecifes. Fue el padre quien descubrió al niño entre las olas. Cabalgaba sobre un delfín y se dirigía al horizonte.
-Kurusiwari, regresa -gritó su padre al verle.
Pero Kurusiwari no respondió.
-¿Por qué huyes? Te queremos -volvió a gritar.
Entonces Kurusiwari respondió.
-Tú sí, pero mi madrastra me pega siempre.
-No lo volverá a hacer -aseguró el padre.
-Es demasiado tarde.
-Regresa, hijo mío.
-Regresaré cuando hayas construido una cabaña sólo para mí y cuando me hayas llamado con humo de tabaco -respondió Kurusiwar.
El delfín siguió nadando hacia el infinito con el pequeño Kurusiwari, mientras el padre regresaba al pueblo llorando.
Al día siguiente empezó a construir una cabaña para su hijo, cuando la hubo terminado, quemó hojas de papaya, de algodón, de café... Pero todo fue inútil. No tenía suficiente fuerza para hacer volver a Kurusiwari. El pobre padre no sabía dónde encontrar hojas de tabaco. Preguntó a todos, pero nadie supo darle una buena respuesta.
Un día, mientras caminaba desesperado por la playa, vio un pez completamente blanco encallado entre los corales. Le dio mucha lástima y bajó al agua para liberarlo. El pez se escabulló rápidamente, pero al instante regresó hacia su salvador.
-Has sido bueno. Si tienes un deseo, dímelo y se cumplirá -aseguró el pez.
El padre de Kurusiwari no lo pensó dos veces.
-Quisiera saber dónde crecen las plantas de tabaco -preguntó.
El pez blanco calló unos instantes.
-Es un gran secreto, pero te lo desvelaré -prosiguió el pez -. Se halla en una isla más allá del mar donde sólo viven mujeres y nadie puede acercarse.
Dicho esto, desapareció entre las olas.
El padre de Kurusiwari no se desanimó e intentó buscar la forma de llegar a la isla más allá del mar. En la tierra nadie sabía aún construir embarcaciones. Así que lo primero que hizo fue ir a ver a una garza amiga suya para preguntarle si podía volar hasta la isla de las mujeres. La garza dijo que lo intentaría y se fue. Pero no volvió jamás.
Entonces el padre, cada vez más triste, envió a una gaviota. Tampoco volvió. Intentó lo mismo con un pelícano, con una garza menor, con una golondrina de mar... pero con el mismo resultado.
El padre de Kurusiwari había perdido todas las esperanzas y por ello decidió hablar con una maga que vivía en la jungla. La maga aceptó ayudarle. Lo condujo a la jungla hasta que halló un árbol que nadie conocía. Pronunció unas palabras mágicas y las ramas se plegaron hasta el suelo. Entre ellas había una bonita canoa. En la canoa aparecía el Sol y la Luna pintados.
-Toma la canoa y una rama de este árbol. Te enseñaré a navegar. Ve con las olas hasta que encuentres una isla cubierta por un arco iris. Allí está lo que buscas. Pero lleva contigo una grulla y un colibrí. Sólo ellos podrán ayudarte a encontrar el tabaco. Si desembarcas en la isla no regresarás jamás -le dijo la bruja.
Para darle las gracias, el padre de Kurusiwari le regaló un gallo y algunas papayas enormes. Después volvió al pueblo con la canoa a la espalda. Buscó en la jungla una grulla y un colibrí que estuvieran dispuestos a partir con él. Cuando los encontró zarpó hacia la isla de las mujeres.
Navegó durante mucho tiempo sin ver más que el mar y el cielo, luego en el horizonte apareció un gran arco iris. Dirigió la canoa hacia allí, y al acercarse, supo que era la isla de las mujeres. Entonces, el padre de Kurusiwari preguntó a la grulla y al colibrí si estaban listos para marchar.
-Claro que sí -respondieron los dos pájaros alzando el vuelo.
La grulla volaba majestuosamente en el cielo mientras que el colibrí tenía que luchar para avanzar contra el viento. Al cabo de un momento, se le acabaron las fuerzas y cayó al mar. La grulla lo vio y descendió para salvarlo. Lo recogió y se lo colocó en el lomo. De esta forma llegaron a la isla de las mujeres.
Se escondieron tras un arrecife de la playa.
-Sin ti nunca habría llegado hasta aquí. Ahora me toca ir a buscar las semillas de tabaco. Soy pequeño y puedo volar con rapidez. Nadie me verá -dijo el colibrí.
La grulla asintió y el colibrí voló hacia las plantas de tabaco.
Estaba recogiendo semillas cuando una de las mujeres le vio. Intentó atraparlo pero el colibrí era demasiado astuto. Volando de flor en flor recogió todas las semillas que quiso en su minúsculo pico, llegó donde la grulla y juntos regresaron a la canoa.
Cuando el padre de Kurusiwari les vio llegar se sintió lleno de felicidad. Tardaron algunos días en regresar a su tierra. Después, los pájaros regresaron a la jungla y el padre de Kurusiwari procedió a sembrar el tabaco.
Las plantas crecieron y, al año siguiente, hubo suficientes hojas de tabaco para quemar. Su humo llegó hasta el pueblo donde se había refugiado Kurusiwari y, al olerlo, éste regresó a la casa de su padre.
Desde ese día, vivió feliz en la cabaña y todos le adoraron como a un gran mago.
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