EL MOLINILLO DEL MAR #leyendas #bharat #india

En tiempos remotos, existía un lugar encantador considerado sagrado porque allí había puesto los pies el gran Visnú.  Era un lugar situado entre el mar y la montaña.  El mar era el de los orígenes y la montaña se llamaba Mandara.  Existían bosques maravillosos y una cueva de cristal de roca cuyo candor igualaba el de la Luna.  Era la caverna de los Devas, los auténticos dioses.

No muy lejos, en una caverna oscura situada bajo el nivel de las olas, vivían los Asuras, los demonios dotados de poderes mágicos.  Un poco más lejos, crecía un pequeño bosque, llamado el bosque de las flores de loto, que se encontraba en el centro de un bosque de grandes árboles, no lejos de un pequeño lago que parecía un espejo verde.  En ese lago estaba el jardín de las flores de loto.  Las había de todas las calidades.  Algunas crecían sobre tallos muy altos, otras se adaptaban a sus hojas y otras adoptaban la forma de dos manos juntas en cuanto florecían.  Todas ellas flotaba sobre el agua.

Visnú vivía sobre ellas.  Visnú, el que penetra, era un dios bueno, piadoso y que inspiraba en todos una veneración mezclada de amor, confianza y entrega.

Un día, entre los dioses buenos que vivían en la cueva de cristal de roca surgió una discusión sobre los bienes que habían perdido en el lento transcurso de las eras.  Se preguntaban cómo podrían recuperarlos.

-Los bienes adquiridos son bienes pasajeros -afirmaron algunos-.  Lo que se ahorra y se acumula sólo es útil para los demás.  Las casas construídas para vivir felices se convierten en una trampa donde la muerte consigue destruirnos.  En cambio, los bienes que teníamos no eran bienes sino que se nos habían ofrecido por nuestra calidad de dioses.  Por ello debemos recuperarlos.

-Lo que decís es razonable, pero no podemos olvidar que nada dura eternamente -replicaron otros-.  ¿No existe peligro de que lo que nos parece hoy deseable mañana carezca de interés?

La discusión duró días y días hasta que decidieron someterse al juicio de Visnú.  Fueron a su encuentro al jardín de flores de loto, pero no le vieron.  Sabían qué ocurría.  Sólo tenían que esperar a que una nube desapareciera y que dejara pasar los rayos del sol.  La flor de loto sobre la que el gran dios estaba tumbado había cerrado sus pétalos al aproximarse la sombra.  Los dioses se pusieron a orar mientras esperaban.

-Ábrete, oh loto de mil pétalos, y tú, viento, sopla fuerte para alejar las nubes oscuras.  Adorado Visnú, ven a escuchar los dulces secretos de los dioses.

Su demanda fue bien acogida y Visnú apareció entre los mil pétalos abiertos, cubierto de gotas de rocío.  El gran dios escuchó a los otros dioses y, después, respondió:

-No hay tristeza sin remedio.  No existe funesto poder que no pueda vencerse.  Buscaré en mi mente la forma para devolvernos vuestros bienes sagrados.

Visnú calló de nuevo y se dispuso a pensar.  Su espíritu, desprendiéndose del cuerpo, se alejó, viajó a las rocas de la montaña Mandara y preguntó a los animales del oráculo que respondieran a sus preguntas.

-Hay que encontrar a alguien capaz de hablar con las divinidades de las aguas.  Sólo ellas tienen la clave del secreto -dijo el Cuervo de plumas negras.

-Que todos sean generosos porque sólo así se cumplirán sus deseos -añadió el Gran Ruiseñor.

-Todo fue obra de los Asuras, los demonios malignos.  Si se les ruega podrán ayudaros. -prosiguió la Rana.

-Es Espíritu de las Aguas es quien esconde los bienes divinos en su seno -añadió la Serpiente de Agua.

-Como tengo algún poder sobre las aguas intentaré servirte, oh, gran Visnú.  Hay que agitar las olas .-concluyó el Cuco.

El espíritu de Visnú se sintió lleno de esperanza, regresó a su cuerpo, lo despertó e hizo emanar de sus labios  palabras divinas.

-Hay que descender a la cueva oscura de los Asuras para rogarles que nos ayuden.

Los dioses buenos se estremecieron de miedo.

-No hay nada que temer.  Sé que nos escucharán.  Sin ellos es imposible agitar las olas -prosiguió Visnú.

Visnú descendió con todos los dioses al mundo de los Asuras.  Al verle, los demonios malignos se convirtieron en buenos.  Visnú rogó a la serpiente Vasuki que rodeara la montaña Mandara con su cuerpo.  Los dioses buenos se dispusieron a estirarla por la cola y los demonios por la cabeza.  Como si se tratara de un enorme molinillo, la serpiente se enrollaba y desenrollaba hasta que consiguieron poner en movimiento la gran montaña.

Al girar verteginosamente sobre sí misma, empezó a remover el mar, como se sigue haciendo en la actualidad en la India para hacer mantequilla de la leche.  Pero al cabo de unos intantes, la montaña empezó a hundirse hacia el centro de la tierra.  El gran calentamiento derivado de la fricción entre las rocas estaba fundiendo la base que sostenía la montaña.  Entonces, Visnú se transformó en una enorme tortuga, descendió al fondo del océano y se colocó justo bajo la montaña incandescente.  Así se consiguió remover el mar durante mil años.

Después de todo ese esfuerzo aparecieron de las profundidades marinas los nuevos bienes de los dioses.  Eran criaturas procedentes del torbellino mágico.  Apareció la vaca sagrada Surabhi, madre y fuente del alimento de todo ser viviente, con la cabeza de mujer, dos alas y tres colas de pavo.  Aparecieron también Pirigata, el árbol del paraíso; Varuni, la diosa del vino; el caballo Sabara; el elefante de Indra; la Luna Candra; Laksimi, diosa de la fortuna; Dhanvantari, doctor de los dioses; y la copa de amrita, el brebaje de la inmortalidad.

De inmediato, los dioses se lanzaron sobre el brebaje, pero Visnú, salido de los abismos, consiguió recuperarlo.

-La eternidad, cuyo secreto posee el mar, no nos pertenece; no es para nosotros -dijo Visnú a los Devas-.  No hay que querer prolongar cuerpos que son efímeros.  Las estaciones de la vida son transitorias para todos y así deben permanecer.  Tampoco los dioses tienen que temer a la muerte.  Ésta no conduce a la nada, sino a la vida nueva en la que todo puede ser hermoso.