EL NACIMIENTO DE MAUI, EL GRAN DIOS #leyendas #polinesia

Cuando la tierra todavía no había emergido completamente del océano, en un lugar que nadie conocía, vivía una pareja de pobres pescadores.  La mujer se llamaba Taranga.  Ya había dado a luz a cuatro hijos cuando volvió a quedarse embarazada.  La mujer estaba preocupada por ese nuevo peso que llevaba en el vientre ya que, no siendo tan joven como antes, no sabía como haría para criar al recién nacido.  Habló de ello con su marido.

-No te preocupes.  Los dioses del cielo nos han ayudado hasta ahora y seguirán haciéndolo -dijo el marido.

La mujer siguió con sus tareas y no pensó más en ello.

No obstante, un día en que había bajado a la playa a recoger moluscos, se sintió muy mal.  Su marido estaba en el mar con sus otros hijos y no había nadie a quien pedir ayuda.  Taranga comprendió que había algo que no iba bien en su embarazo.  Entonces, pidió socorro a los cocoteros que se erguían a su lado.  Éstos, aunque arquearon sus  ramas hacia ella para ofrecerle un poco de sombra y protegerla de los rayos del sol, no consiguieron ayudarla.  También imploró a las nubes del cielo, pero ni siquiera lograron oírla.  Llamó a los pájaros de la selva que llegaron en tropel, pero tampoco ellos pudieron hacer nada para aliviar sus dolores.  Se pusieron junto a ella, pero sus cantos eran bien poco para aliviar un sufrimiento insoportable.  Y Taranga suplicó a las rocas recubiertas de líquenes, a las lianas de la selva y a todos los animales de la isla.  Les rogó a las fuentes, a las flores, a las mariposas pero todo fue inútil.  También rogó a las olas del mar que fueron las únicas que pudieron calmar al menos la fiebre de su cuerpo.  Entonces Taranga se tranquilizó y esperó.

Al poco tiempo dio a luz un feto todavía sin forma y, al verlo, inmediatamente lo lanzó a la espuma de la marea.  Luego, se quedó allí, postrada por el dolor, descansando sobre la arena caliente.

Entretanto, el feto fue arrastrado mar adentro por las altas olas.  Quien primero sintió su presencia fue una colonia de corales, gracias a sus misteriosos sentidos; luego un mero lo reconoció; mientras que una actinia, que lo había rozado al pasar, retrocedió horrorizada.  Una enorme barracuda plateada se acercó para olisquear aquella cosa y también ella se alejó rápidamente.  Así, en poco tiempo, corrió la alarma por todo el mar y la noticia se difundió a través de las gotas de agua hasta llegar a todos sus habitantes.

También Tarangaroa, el dios de las profundidades, fue informado y se apiadó de aquella vida no nata abandonada en su reino.  Entonces llamó a las largas algas verdes.

-Id a renovar a aquel que todavía no es -les dijo.

Y las algas, ondeando entre las olas, recubrieron aquel cuerpo informe.

-Y vosotras, acunad a ese ser que aún no está modelado, como si fuerais un regazo materno -ordenó Tangaroa a las olas.

Y las olas envolvieron las espesas algas en un movimiento en espiral capaz de dar vida a cualquier cosa.

Tangaroa habló de nuevo, esta vez dirigiéndose al Sol.

-Tú, dios de las luces, calienta mis aguas para que puedan dar vida a quien lo necesita.

Y el Sol aumentó la fuerza de sus rayos y el mar ya no sintió nunca más las frías corrientes que ante lo atravesaban.

Cuando las espesas algas llegaron a la playa, se secaron al Sol y, de entre sus fibras, surgió un niño.  De repente, multitud de medusas se acercaron a él para protegerle de cualquier peligro.

Y así nació aquel a quien llamaron Maui, el niño divino, hijo de una mujer y de las olas del mar.