LALOHANA #leyendas #polinesia
En la parte más alejada del océano había una barrera de coral donde vivía la mujer del mar: Lalohana.
Nadie la había visto jamás, pero todos había oído hablar de ella. Por eso, el rey de Hawaii decidió mandar a sus marineros a pescar por aquellos lugares. Quizás así encontrarían a la mujer y podrían contarle cómo era. Los pescadores fueron con sus piraguas y lanzaron los anzuelos de madera a lo largo de la barrera coralina. Pero cuando subieron las cuerdas, los anzuelos había desaparecido. Regresaron ante el rey y le contaron su historia. El rey se sorprendió mucho.
Reunió a sus consejeros y les preguntó qué pensaban de aquello. Sólo respondió uno de ellos. Se llamaba Kunla y era el hermano de la mujer del mar, que ya había abandonado desde hacía mucho tiempo la casa submarina. Él les explicó de qué modo habían perdido los anzuelos.
-Allí donde los marineros fueron a pescar existe una gran ciudad bajo el océano y viven hombres y mujeres.
-¿Cómo lo sabes? -le preguntó el rey.
-Procedo de allí, mi rey.
-¿Tienes una hermana bajo el agua? -añadió el soberano.
-Claro. Fue ella quien sustrajo los anzuelos de tus pescadores. Nadie puede pescar en aquellas aguas mágicas. -respondió Kunla.
El rey empezó a pensar y a soñar cómo sería aquella vida en la ciudad submarina, cómo serían sus habitantes, qué formas tendrían sus cuerpos.
Al día siguiente, mandó llamar a Kunla.
-Debes ir al encuentro de tu hermana y preguntarle si quiere ser mi esposa.
-Iría con mucho gusto, pero mi hermana ya está casada. Tiene por marido a una estatua de madera y está profundamente enamorada -replicó Kunla.
-¿Qué puedo hacer? -inquirió el rey.
-Escúchame. Si la quieres de verdad, ordena construir un centenar de estatuas de madera con ojos de nácar. Después, ponlas una junto a otra a partir de tu habitación hasta la playa. Las que te queden, tíralas al mar delante de la barrera de coral, unidas por una cuerda. Mi hermana las verá, creerá que son su marido y las seguirá hasta tu palacio -sugirió Kunla.
Así lo hizo. La mujer vio la primera de las estatuas y, efectivamente, pensó que era su marido. Fue hacia ella para abrazarla pero cuando estuvo junto a la primera, vio una segunda estatua idéntica. Corrió hacia la segunda para abrazarla. Y así, mientras se dirigía a abrazar las estatuas que se ofrecían a su paso, salió del fondo del mar ante la playa de la isla Hawaii.
Aquí vio otras estatuas y siguió besándolas hasta llegar a la casa del rey. La última estaba tumbada sobre un lecho de flores. La mujer del mar se tumbó junto a ella y se abandonó a un profundo sueño. El rey de Hawaii retiró la estatua y se colocó en su lugar. Así, cuando la mujer despertó, se unió a ella.
Después del abrazo, la mujer del mar empezó a llorar.
-Me has engañado y ahora mi verdadero marido me estará buscando. Me busca en el fondo del mar y cuando vea que no estoy vendrá hasta aquí -dijo el rey.
-¿Estás segura de que puede venir a tierra firme? -preguntó el rey.
-Él no. Pero el océano se moverá por orden suya. Entonces, las olas aumentarán de tamaño y todo quedará destruido a su paso.
-¿Cómo puede venir el océano a buscarte? -preguntó el rey sorprendido.
-Cuando venga será demasiado tarde y habréis muerto todos.
En aquel preciso momento, el océano empezó a moverse. Primero fue como el relincho de un caballo enloquecido, después se pareció al galope de miles de jinetes. Los pájaros habían desaparecido del cielo y el mundo parecía totalmente distinto. Bajo las nubes, que de repente habían descendido de su reino sideral, el único resplandor blanco era el de la espuma de las olas enfurecidas.
Después, creciendo sin cesar, ola tras ola, el océano cubrió la tierra de la isla y desapareció toda huella de vida. Las olas cubrieron las plantas, las rocas, las cabañas y todo fue arrancado, sumergido y destruido.
La gente se encaramó a los árboles y a las montañas, pero el océano creció y los mató a todos. Sólo sobrevivieron dos niños porque se habían escondido en una calabaza que flotaba. Sobrevivieron por la voluntad divina de los dioses del mar.
Con el rey de la isla acabó la humanidad de los antepasados, tal y como cuentan los habitantes de las islas Hawaii de generación en generación.
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