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EL COCODRILO #leyendas #nuevaguinea #papua #hijo #cocodrilo



Imagen de Joost Kuipers en Pixabay 


Una mujer bilibili había dado a luz dos gemelos; eran una niña y un cocodrilo macho.  Cuando la madre vio al cocodrilo se disgustó y dio orden de que lo echaran de la casa.  El cocodrilo era pequeño y no podía ir muy lejos: se refugió junto a la casa, y allí se quedó, viviendo de hormigas y arena.

Al principio las gentes de la aldea se asombraron de que aquel animal viviese y creciese sin tener siquiera raíces de ignamo con que alimentarse; pero acabaron por acostumbrarse a su presencia y dejaron de ocuparse de él.  Pasó el tiempo.

Un día cuando el padre y la madre se habían ido a trabajar al campo, el cocodrilo salió de su escondrijo y subió a la casa; con su andar lento y pesado, buscó en ella a la niña, la mató y se volvió a su refugio para devorarla.  Cuando los padres entraron en casa, al anochecer, buscaron en vano a su hija, llamándola y llorando, desesperados: nadie se explicó cómo había desaparecido.

Desde aquel día el cocodrilo se acostumbró a salir cuando creía que no podían verle; recorría la aldea y robaba a los animalillos tiernos que encontraba, cerditos casi siempre.  Otras veces subía a las casas y robaba niños; luego se los llevaba  a su guarida y los devoraba.





Aquello llegó a hacerse insoportable.  Tanto que un día el padre del cocodrilo se armó de valor y reunió a todos los hombres de la aldea; les pidió que afilaran sus armas y que fueran a reunirse con él a la mañana siguiente para matar a su hijo, el cocodrilo.

Aquella noche el padre del cocodrilo cortó leña en el bosque y construyó un cercado, al estilo bilibili (tres filas paralelas de estacadas cada vez más altas; la primera rodeaba la casa, la segunda disimulaba una trampa y la tercera estaba plantada en el fondo arenoso del río).

Mientras él trabajaba, su esposa estaba sola en la casa, llorando.  Al fin no pudo contenerse y salió a advertir a su hijo el cocodrilo, del peligro que corría.  El cocodrilo la escuchó en silencio, pero luego añadió que él hubiera tenido algo que decir al padre si hubiera ido a hablar con él, en lugar de intentar matarle.  Dio media vuelta y desapareció en su agujero.  La madre volvió a la casa y todo quedó en silencio.




Pasó la noche.  Al amanecer llegaron los hombres del pueblo con sus armas.  El cocodrilo dormía tan tranquilo bajo la casa.  Se acercaron y tensaron sus arcos.  Entonces el animal dio un salto y huyó en dirección al cercado; rompió las primeras estacas y siguió adelante.  Las flechas parecían desviarse.  De pronto se volvió y gritó:
-¡Padre, me has puesto una trampa de estacas demasiado altas!

Pero se encaramó en ellas y saltó a tierra por el otro lado.  Siguió corriendo hacia el río, entro en el agua y trepó a la tercera valla.  Allí dudó un momento, yendo de un lado a otro, mientras le disparaban.  Por fin dio un salto y desapareció.


Los hombres de la aldea, muy agitados, corrían hacia el río, gritando y gesticulando.  Ya no había esperanza de alcanzarle, porque había que rodear el vallado para llegar a la corriente.  Entonces, sin que nadie supiera de dónde venía, apareció en el cielo un hombre semejante a un ave del paraíso gigantesca; era el antepasado lejano de otra familia bilibili, un tótem.  Todos quedaron inmóviles y en silencio.  El hombre pájaro bajó a posarse junto al río.  Llevaba en el cuello el diente de perro que suelen colgarse los bilibilis como amuleto y que sujetan entre los dientes cuando se disponen a tomar parte en un baile o en la guerra, y en la mano derecha una lanza que terminaba en una concha de bordes cortantes y duros.  Desde la orilla opuesta les enseño su lanza y les prometió que con ella mataría al cocodrilo; luego se acercó más al agua y le llamó.  Al poco tiempo se vio al cocodrilo subir a la superficie y acercarse despacio, casi sin moverse el agua, con sus ojos fijos en el hombre pájaro.  Éste mordió su amuleto y se tiró al río.  No hubo lucha; los de la orilla sólo vieron que el cocodrilo le mordía la cintura y se llevaba su cuerpo hacia el fondo del río.




Los hombres de la aldea comenzaron a alborotarse y se volvieron airados hacia el padre de aquel ser extraño que devoraba a sus hijos y a sus antepasados.  Pero al otro lado de la corriente apareció una mujer; era la madre del cocodrilo y traía en la mano un manojillo de hojas de una planta mágica.  Se acercó al río, trituró las hojas entre las palmas de sus manos con un poco de agua las dejó luego sobre la corriente y las dejó luego sobre la corriente y las ramas se fueron al fondo.  Entonces se acercó más ala río y gritó:
-¡Cocodrilo, cocodrilo!  ¿quieres matarme?

Al instante, ante el asombro de todos, el cocodrilo contestó con voz clara y fuerte que no, que él no era un cocodrilo verdadero, sino la reencarnación de Bilaua, el antepasado de su tribu.  Que no volvería a la aldea ni se vengaría de su padre; viviría allí, en el río; pero necesitaba ofrendas y dones para saciar su voracidad; y que nadie conseguiría matarle, porque era Bilaua, el antepasado, el tótem.




Esta leyenda que cuentan los bilibilis cuando se les pregunta el por qué de su costumbre de no comer nunca carne de cocodrilo.












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