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EL PÁJARO DE ORO #leyendas #noruega #elocuencia #desobediencia






Era una vez en el jardín de un poderoso rey noruego, existía un manzano en el que todos los años nacía una manzana de oro: pero cuando llegaba el momento de recogerla, desaparecía, sin que nadie supiera como.

El rey, queriendo averiguar el paradero de las manzanas de oro, que cada año desaparecían, llamó a sus tres hijos para decirles que , le trajera la manzana de oro o que capturase al ladrón, heredaría su reino, sin importarle cuál de los tres fuera.

Entonces, el  mayor de los hijos se preparó y fue a sentarse bajo el árbol para vigilar la manzana.  La noche caía y la oscuridad era cada vez mayor, cuando de pronto un pájaro de oro que venía volando iluminó el árbol con una brillante luz.  El príncipe deslumbrado por el ave, corrió hacia el palacio y no salió hasta que al día siguiente vino la luz de nuevo. Ya era tarde y la manzana había desaparecido.  Avergonzado por su falta de valor, juró ante todos partir en busca del pájaro de oro y no comparecer ante el rey, hasta que lo hubiera encontrado.




El rey le dio dinero y provisiones y el príncipe partió.  Cuando caminó un rato, se sintió cansado y se sentó para recuperar fuerzas; abrió el zurrón y comenzó a comer.  Entonces una zorra del bosque cercano se acercó atraído por el olor de la comida, pidiéndole algo para comer.

-Un tiro te daré -dijo airadamente el príncipe- Necesito todo el almuerzo para mí pues todavía tengo mucho que caminar.  ¡Largo de aquí!

-Muy bien -respondió la zorra desapareciendo por el bosque.





Cuando el príncipe terminó de comer y de descansar, se puso en camino.  Después de andar largo rato, llegó a una ciudad muy grande.  En ella había una taberna maravillosa, donde siempre reinaba la alegría y no se conocían las penas.  Entró en ella, y al ver a la gente bebiendo y bailando con tanta alegría olvidó a su padre, su reino y al pájaro de oro.

Transcurría el año y el rey no recibía noticias de su hijo mayor, así que el rey encargó a su hijo mediano que vigilase el manzano.  Así lo hizo el príncipe.  Pero una noche, de repente, el pájaro de oro se presentó ante él con una luz tan brillante como la del sol.  El príncipe al verlo, corrió a palacio loco de terror y a la mañana siguiente la manzana había desaparecido.  Pidió permiso al rey para marcharse y éste, se la concedió.




Después de mucho andar, el príncipe estaba cansado y hambriento.  Se sentó al borde del camino y comenzó a comer.

Una zorra se sentó a su lado, mirándole.

-Dame un poco de comer -suplicó la zorra.

-¡Te daré pólvora y un tiro! -contestó el príncipe- Necesito toda mi comida para andar el camino que todavía me queda.  ¡Márchate de aquí!

--Muy bien -dijo la zorra.

Y se volvió al bosque.




Cuando el príncipe hubo terminado su comida y descansado un rato, se puso de nuevo en camino.  Llegó a la misma ciudad y a la misma taberna donde siempre reinaba la alegría y nunca la tristeza.  Allí estaba su hermano, y la gente bebía y danzaba con tanto alborozo, que pronto le hicieron olvidar el objeo de su viaje, el pájaro de oro, el rey y el reino prometido.

El tiempo pasaba, y el tecer año llegó al fin.  Una nueva manzana de oro maduró, y el príncipe más joven fue al jardín para vigilar al ladrón.  Tomó un compañero, un barril de cerveza y unas cartas para pasar el tiempo, de manera que el sueño no le pudiera rendir.  De pronto vio un pájaro de oro, con una luz tan brillante como la del Sol.  El príncipe trepó a lo alto del árbol, y en el mismo momento, posándose el pájaro sobre las ramas, robaba la manzana, pero al tratar el príncipe de cogerlo, le arrancó una pluma de la cola antes que echase a volar.




Corrió al palacio, al dormitorio del rey, y la habitación se iluminó con la luz que desprendía la brillante pluma.

-Permíteme marchar en busca de mis hermanos y del pájaro de oro. -dijo el príncipe-.  Yo te juro que los encontraré dondequiera que estén.

Al oír esto, el rey se entristeció y le rogó que se quedase, pues no quería perder al tercer hijo, pero como el príncipe insistía, el rey terminó por darle su bendición, y el joven partió.´

Después de haber caminado largo rato, el príncipe sintió hambre, y sentándose junto al camino, empezó a comer.

Al poco rato, una zorra se sentó a su lado y dijo:

-Dame un poco de comer.

-De buena gana -respondió el príncipe-.  Toda la comida me hace falta, porque todavía tengo mucho que caminar; mas tengo aún lo suficiente para darte un poco.




-Muchas gracias -repuso la zorra, aceptando un trozo de carne-.  Dime, ¿dónde vas?

El príncipe le contó lo ocurrido con la manzana de oro, el pájaro y la desaparición de sus dos hermanos.

-Yo te ayudaré -dijo la zorra-, si sigues mi consejo.

El príncipe prometió hacerlo asi y emprendieron el camino juntos.

Llegaron a la misma ciudad y a la misma taberna donde siempre reinaba la alegría.

-Yo no entraré en la ciudad -añadió la zorra-, porque los perros me molestarían.  Tus hermanos están en la taberna, pero tú cuida de no entrar en ella, pues, si lo haces, en adelante no te ayudaré.

El príncipe prometió que no entraría, y cogiéndole la pata, se la estrechó cariñosamente y se despidieron.

Pero cuando el príncipe hubo llegado cerca de la taberna, al oír la música y el alegre bullicio, no pudo evitarlo y entró también.  Allí encontró a sus dos hermanos, y se sintió tan alegre, que pronto olvidó al pájaro de oro, a la zorra y a su padre.

Pasado algún tiempo, la zorra, cansada de esperar, decidió entrar en la ciudad, y, llegándose a la taberna, recordó al príncipe que ya era hora de partir.  Éste dejó a sus hermanos, y él y la zorra se pusieron en camino.

Después de andar largo rato, vieron a lo lejos una montaña.

Trescientas millas detrás de esa montaña -dijo la zorra- hay un tilo de oro con doradas hojas, en donde vive el pájaro de oro.




Marcharon hacia aquel lugar, y al llegar, la zorra ordenó al príncipe que hiciese ademán con sus dedos para que el pájaro se posara en ellos; pero con  mucho cuidado de no tocar el tilo, porque si rozaba cualquiera de sus hojas, los gnomos que allí vivían saldrían al instante para matarle.

El príncipe así lo prometió, pero una vez que el pájaro estuvo en su mano, deseó tener también una hoja del árbol de oro, pues eran de gran belleza.  En efecto, al tocarla se cumplieron las profecías de la zorra y salió gruñendo un gnomo.

-¿Quién roba mi árbol y mi pájaro? -gritó el enano, corriendo tras él para matarle.  El príncipe trató de disuadirle de que no le matara, y con tanta elocuencia lo hizo, que al fin le convenció.

-Joven -dijo el gnomo- si me traes un caballo que poseía y que me robó un vecino, respetaré tu vida.

-¿Dónde podré encontrar el caballo? -preguntó el príncipe.

-Mi vecino -repuso el gnomo- vive a trescientas millas detrás de esa montaña azulada que se ve en el horizonte.

Entonces el príncipe se despidió de él y fue en busca de la zorra.

Pero la zorra, que estaba malhumorada por la desobediencia del príncipe, le reprendió.  Al fin éste le pidió perdón y ambos partieron hacia la azulada montaña.

Llegaron a ella, y encontraron la casa del enano.




-Cuando entres al establo -dijo la zorra- verás colgadas de la pared unas bridas de plata.  No debes tocarlas, porque el enano saldrá al instante para matarte; pero sí puedes coger las más feas y usadas que encuentres.

El príncipe prometió que así lo haría, pero al entrar en el establo le gustaron tanto las bridas de plata, que pensó que haría una tontería en no llevárselas, y al momento cogió las más relucientes.  Entonces un gnomo apareció ante él, tan enfurecido, que echaba chispas por los ojos.

-¿Quién roba mi caballo y mis bridas? -gritó, y echó a correr detrás de él, para matarle.

El príncipe, atemorizado, le pidió que respetara su vida, y con tanta elocuencia lo hizo, que enterneció al gnomo.

-Muy bien -repuso éste-: si me devuelves una hermosa doncella que uno de mis vecinos me ha robado, te perdonaré.

-¿Dónde vive? -preguntó el príncipe.




-A trescientas millas detrás de aquella montaña azul que se ve en el horizonte -contestó el gnomo.

El joven dijo que lo haría lo mejor que pudiese, y se fue en busca de la zorra.  Ésta estaba tan enojada, que se negó a acompañarle en lo sucesivo, ya que no hacía caso de sus consejos, pero el príncipe le suplicó que le acompañase, porque nunca más la desobedecería.

-Muy bien; pero fíjate en lo que haces -dijo la zorra.

Y se pusieron en camino.

Cuando llegaron al lugar donde la muchacha vivía, la zorra no se atrevió a enviar al muchacho, y fue ella misma a rescatar a la doncella.  Una vez que lo hubo hecho, volvieron en busca del enano que tenía el caballo.  Cogieron el caballo y las bridas de plata y se fueron a casa del gnomo que tenía el tilo y el pájaro de oro.

Cogieron el árbol y el pájaro, y emprendieron el regreso.  Pero al llegar a un campo de centeno, dijo la zorra:

-Oigo un ruido muy extraño.  Sería mejor que te adelantaras un poco; yo me quedaré aquí un rato y luego te alcanzaré.

Entonces la zorra se hizo un vestido  de paja de centeno, para que no la reconocieran, y esperó sentada.  Al poco rato, los tres enanos llegaron gritando y tratando de coger al príncipe.




-¿Has visto pasar por aquí a un joven con una hermosa doncella, un caballo, un pájaro de oro y un tilo? -preguntaron a la zorra.

-Sí -dijo ésta con aire distraído-; oí contar a mi bisabuela que alguien pasó por este camino hace unos cien años; esto era cuando mi bisabuela amasaba pastelillos de medio penique y devolvía el medio penique.

Al oír esto, los tres enanos se echaron a reír.

-Sí, hoy hemos dormido mucho, podemos volver a casa otra vez y dormir algo más  dijeron, y emprendieron el regreso.

Entonces la zorra arrojó su vestido de paja y echó a correr para alcanzar al príncipe.  Al llegar a la ciudad donde estaba la taberna y sus hermanos, la zorra dijo al joven que ella no se atrevía a pasar la ciudad por temor a los perros; pero él debía tener cuidado de que sus hermanos no le cogieran.

El príncipe entró, pero al llegar junto a la taberna, se paró a hablar con sus hermanos.  Entonces ellos se apoderaron de la doncella, del caballo, del pájaro y del árbol,  y poniéndole en un barril lo arrojaron al mar y se marcharon al palacio del rey.

Mas la doncella no hablaba y se había puesto pálida, el caballo adelgazaba tanto, que no podía andar, el pájaro enmudecía y sus plumas no brillaban y el tilo empezaba a marchitarse.




Entretanto, la zorra, que esperaba fuera de la ciudad, iba de un lado a otro sin poder encontrar al príncipe.  Por fin fue a la orilla del mar, y al ver un barril arrastrado por la corriente, pensó que tal vez podría estar allí el príncipe, y al momento gritó:

-¿Por qué estás flotando en ese barril vacío?

El príncipe contestó desde el barril:

-¡Soy yo!

La zorra se echó al agua, y nadando llegó hasta donde estaba el tonel para remolcarlo hacia tierra.  Cuando estuvieron en la orilla, la zorra mordía los aros, mientras el príncipe pateaba dentro.  Por fin el barril se abrió y el príncipe saltó fuera.

Sin perder tiempo, el mancebo y la zorra, se apresuraron a marchar al palacio del rey.  Al poco tiempo la doncella reecobraba su belleza y comenzaba a hablar, el pájaro de oro recuperaba la brillante luz y cantaba, el tilo florecía y sus doradas hojas resplandecían, y el caballo tomaba su primitivo aspecto.  La doncella dijo al rey:

-Éste es quien nos ha salvado.

Y a continuación le explicó cómo los dos hermanos la habían robado y cómo después el más joven la rescataba de los enanos.  Encolerizado el rey, ordenó que los dos príncipes fueran metidos en un barril y despeñados desde la montaña más escarpada del reino.




El tilo se plantó en el jardín del rey y se hicieron preparativos para la boda de la princesa -que tal era la joven- con el príncipe.

La zorra pidió al príncipe que colocara su cabeza sobre una piedra, para cortársela.

El príncipe, horrorizado, se negó a hacer esto a su vieja amiga; pero al insistir ésta, el príncipe, con mucha pena, lo hizo.  En el acto, la zorra se transformó en un hermoso príncipe, el hermano de la princesa, que había sido rescatada de los gnomos.




Poco después la boda se celebraba con gran esplendor y alegría, y en lo sucesivo, todos los años el pájaro de oro arrancaba la manzana de oro del manzano, y llevándosela a la princesa, cantaba para ella una bella canción.









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