HACIA EL PAÍS DE LOS ESPÍRITUS #leyendas #polinesia
Kena, el joven brujo, era viudo desde hacía bastante tiempo cuando decidió salir en busca de su mujer, Tafio, al mundo de los espíritus.
Como no sabía dónde se hallaba pidió consejo a su madre. Ésta tomó una hoja de colocasia, la enrolló en forma de embudo y la llenó de agua. Después, se sumergió dentro y desapareció durante un buen rato. Cuando volvio, su hijo aún estaba esperando, sujetando fuerte la hoja de colocasia.
-He ido al país de los espíritus y he visto a tu mujer. Inténtalo ahora tú -dijo la madre saliendo a la luz del sol.
Kena se sumergió en el agua contenida en la hoja, pero al parecer sus virtudes mágicas eran muy débiles porque sólo consiguió romper la hoja y esparcir el agua por doquier. Su madre lo miró con desesperación, pero no pudo ayudarlo. Entonces, Kena comprendió que el camino de la hoja llena de agua no era para él, así que decidió hallar otra vía.
Con un buen amigo suyo, Tui-Ave-Eka, se puso en camino a través del bosque. Tras varios días, llegaron a orillas del mar y hallaron un hombre que regresaba de pescar. Lo ayudaron a sacar su canoa del agua y Kene le prguntó dónde llevaba aquel magnífico pescado que había capturado. El hombre dijo que su mujer estaba enferma y que le esperaba para comer. Kena dijo a su amigo Tui-Ave-Eka que fuera a llevar aquel hermoso pescado a la mujer enferma y obligó al pescador, que se llamaba Oo-Tiu, a conducirle con la canoa hacia el país de los espíritus.
Fue un viaje largo y complicado. Kena siempre estaba dispuesto a hacer cualquier hechizo y esto le hacía perder tiempo.
Empezó a llenar con peces podridos las redes de un grupo de pescadores que hallaron en su ruta. Después, obligó al anciano jefe de una isla a cederles embarcaciones y hombres para ir hacia el país de las plumas rojas. En la isla siguiente fingió ayudar a algunos hombres, pero en realidad desencadenó una terrible tormenta que los mató a todos. En una tercera isla, encontró a un poderoso brujo que quiso devorarlo, pero Kena consiguió zafarse con una estratagema: el brujo quería emborracharle antes de matarle y le llenaba continuamente la copa, pero Kena había hecho un agujero en el fondo de la copa de forma que el licor iba saliento a medida que el brujo la llenaba. Cuando el brujo dio orden de matarlo, Kena le golpeó en la boca y le rompió todos los dientes, y luego, le obligó a decirle donde se encontraban. Así Kena descubrió que iba por el camino correcto para llegar al país de los espíritus. La isla de los brujos era la primera tierra del reino de los muertos.
Kena decidió pasar la noche en la isla sagrada y, al oscurecer, fue a dar un paseo por la playa. Allí vió a un grupo de muchachas jugando con las olas. Comprendió enseguida que no eran criaturas humanas y se escondió para descubrir de dónde venían. Danzaron sobre el mar durante largo rato y después fueron a refugiarse a un islote no lejano a la orilla. Allí pronunciaron un hechizo, fue a buscar a Oo-Tiu, y juntos regresaron a la playa. Kena repitió el hechizo y la isla apareció entre las aguas. Los dos la alcanzaron a nado, pisaron suelo y desaparecieron bajo la superficie marina.
Se encontraban en la segunda tierra del reino de los muertos. Pronto alcanzaron a las mujeres que Kena había visto bailar entre las olas y permanecieron con ellas tres días. Danzaron, bebieron licores embriagadores e hicieron el amor. Pero al final del tercer día, la reina Tepunie-Te-Hoata se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y se enfureció de tal modo que quiso castigar a aquellos intrusos.
Sin embargo, al mismo tiempo, la madre de Kena, que seguía el viaje de su hijo a través de su embudo líquido, se dio cuenta del peligro. Se sumergió en la hoja de colocasia y llegó ante la reina Tepunie-Te-Hoata.
Ésta estaba a punto de matar al joven Kena cuando vio a la madre de éste, de pie, amenazándole. La madre de Kena castigó severamente a la reina por haber querido mal a su hijo. Pero, antes de marcharse, le dijo a Kena que estaba en el camino correcto para llegar al reino de los espíritus.
Kena y Oo-Tiu reemprendieron el viaje. Navegaron con la canoa días y días hasta llegar ante una isla alta en medio del mar. Era una montaña con gargantas y precipicios. Al acercarse, Kena vio entre los manglares a una mujer muy hermosa y, al no poder resistir la tentación, cambió de ruta para ir a su encuentro.
Estuvieron juntos algún tiempo y la mujer fue feliz, pero le confesó que estaba casada con dos temibles maridos. Un día llegó uno de ellos. Era la Garza del Atiplano y tenía las alas cargadas de fruta. Sin embargo, en cuanto se posó en la tierra Kena la mató. Más tarde llegó el otro marido, la Garza de Mar, que tenía las alas cargadas de pescados. Tampoco le dio tiempo a darse cuenta de la traición de la mujer porque Kena lo mató de una pedrada. Así transcurrieron los días hasta que Kena se cansó de la compañía de aquella mujer y regresó con Oo-Tiu para proseguir el camino del mar. Sumida en la tristeza, la mujer se suicidó lanzándose al mar desde un peñasco altísimo.
Según las predicciones, el siguiente país tendría que ser el de los espíritus. Ésta vez, la navegación fue breve. Prácticamente enseguida llegaron a la entrada de la nueva tierra. Allí había dos grandes montañas que chocaban entre sí continuamente. Cualquiera que intentara pasar a través de ellas corría el riesgo de morir aplastado. Kena permaneció perplejo y después decidió probar suerte. Dijo a Oo-Tiu que estuviera agazapado a su cintura y ambos se precipitaron a nado entre las montañas. Kena consiguió pasar, pero Oo-Tiu que estaba detrás, resultó aplastado.
De esta forma, Kena llegó por fin al país de los espíritus. Se presentó en seguida ante la reina y le explicó las razones de su viaje.
-Así que quieres recuperar a tu esposa -resumió la reina.
-Sí -respondió Kena.
-Tu viaje ha sido largo y peligroso. Es evidente que tu amor es sólido. Tendrás el espíritu de tu esposa, pero lo pondremos en un cesto de hojas trenzadas. Te insistirá para que lo dejes salir; no lo escuches. Todas sus palabras deberían serte indiferentes. Si abres el cesto, el espíritu regresará aquí. Tendrás que esperar a llegar para cumplir su deseo.
Una vez pronunciadas estas palabras, la reina mandó lavar con agua dulce el espíritu de Tafio, la esposa, y le colocó a su alrededor un collar de flores. Después la colocó en el cesto y se lo entregó a Kena.
El viaje de regreso fue rápido puesto que la ruta ya no tenía secretos para Kena. En pocos días regresó a la isla natal con el cesto que contenía el espíritu de su esposa. Hubo grandes fiestas y, por la noche, Tafio pidió a su marido que la dejara salir para hacer el amor con él. Desde entonces vivieron felices para siempre jamás.
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