MUSO KOKUSHI LIBERA AL ESPÍRITU DEL "JIKININKI" #leyenda #japon #muerte #demonio #canibal

                                                 

Un sacerdote errante de la tribu y secta del Zen, llamado Muso Kokushi, viajando por las sierras inmensas de su país, se perdió, y ya desesperaba por encontrar donde cobijarse durante la noche, cuando los últimos rayos del Sol iluminaron en la cima de una colina, una ermita llamada Anjitsu.

Estas ermitas tienen la particularidad de que solamente están construidas para albergar sacerdotes solitarios.  Al primer golpe de vista, las esperanzas del sacerdote sufrieron un rudo golpe, pues el estado de la ermita era ruinoso; mas no por eso  abandonó la esperanza de encontrarla habitada y se apresuró a llegar cuanto antes y en cuanto le permitían sus agotadas fuerzas. 

 Por fin llegó y encontró que su habitante era un sacerdote mas anciano que él.  Siguiendo la  costumbre de su secta, le pidió humildemente le concediese hospedaje por aquella noche.  Atónito se quedó cuando el anciano, con mal talante, se lo negó; mas le dijo, después de pensarlo, que se dirigiese a un poblado que estaba a poca distancia, donde seguramente le hospedarían.  Muso le dio las gracias y prosiguió su camino sin decirle palabra.

Al poco tiempo de caminar, Muso encontró la aldea, si es que así se podía llamar, pues constaba de seis o siete caseríos.  Le dieron alojamiento en la casa del alcalde.  Al entrar, observó que había congregada mucha gente; pero como estaba tan cansado, aunque vio que le llevaban a un cuarto un poco apartado, no le concedió importancia.  

No había hecho más que acostarse el caminante, cuando le pareció que le despertaban los sonidos de lamentos.  Se incorporó y vio como la puerta se abría lentamente, dejando entrar a un joven bien presentado, con una primitiva lámpara en la mano, que le dijo:
-Reverendo padre.  Es mi desagradable deber decirle que ahora soy el jefe de esta familia, pues cuando usted llegó, mi padre acababa de expirar hacia unas horas; pero dada la condición de su clase y el cansancio que se le notaba, no se lo quisimos decir, por no interrumpir su descanso.  La gente que vio usted son los vecinos de este poblado, que habían venido a cumplir con los últimos requisitos que se les presta a los muertos; ahora se van a otro poblado situado a pocos kilómetros, porque, según nuestra costumbre, nadie se puede quedar en nuestra aldea después de la medianoche, y hacemos nuestras ofrendas y nuestros rezos.  Creo que sería mejor que usted, padre, nos acompañase al pueblo de al lado, aunque por ser sacerdote a lo mejor no tema a los espíritus malignos, a los cuales tememos los demás.  Si así es, puede usted considerar esta humilde mansión como suya y quedarse con el muerto.  Mas debo poner en su conocimiento que nadie, aparte de un sacerdote, se atrevería a quedarse aquí con un cadáver.  Así de raras son las cosas que suceden, como probablemente se dará cuenta, si es que permanece.

Muso le contestó, después de reflexionar un instante:
-Por vuestra hospitalidad os estoy eternamente agradecido; mas siento, buen amigo, que no me dijerais lo de la muerte de vuestro padre, pues aunque es verdad que estaba un poco cansado a mi llegada, no lo estaba suficientemente para no haber cumplido con uno de los deberes sagrados del sacerdocio de nuestra religión.  Si antes me lo hubieseis dicho, hubiese llevado a cabo el servicio antes que se hubiesen ido.  Pero no os preocupéis; lo haré ahora, cuando se vayan, y me quedaré con el difunto hasta la mañana.  Con respecto a las cosas que me contáis, os comunico que, después de los largos años de servicio que llevo, no temo ni a los hombres ni a los demonios.  De manera que, en lo que a mí respecta podéis ir bien tranquilo, que mañana nos veremos..

El joven pareció quedarse más conforme con la contestación del sacerdote, y sobre todo, más tranquilo.  Repitió al viejo sacerdote que a ellos les estaba prohibido quedarse en el pueblo después de la medianoche, y con muchos zalameques y consejos de que cuidase su persona, se despidieron, marchándose a toda prisa.  Solo se quedó Muso; mas poco le importó.  

Primero rezó las preces de reglamento, y como el cuarto estaba iluminado por un tomyo (quinque budista), se quedó en la más profunda meditación.  Reinaba una completa tranquilidad, cuando vio entrar una sombra, o forma, quedándose desde aquel momento sin la más leve fuerza para moverse.  Muso vio como la sombra cogió el cadáver, como sis tuviese manos, se lo acercó a una cavidad que tenía por boca, y se lo comió entero; carne, huesos, pelo, hasta el sudario.  Después de esta repugnante escena, la sombra desapareció de la misma manera que había aparecido.

Cuando al día siguiente llegaron los del pueblo, se encontraron al sacerdote Muso esperándoles a la entrada de la casa del alcalde.  Entraron, y al ver la desaparición del cadáver, no hicieron ningún comentario.  El hijo mayor del difunto le preguntó:
-Padre reverendo, es muy probable que esta noche haya usted presenciado cosas muy desagradables.  Estuvimos muy preocupados por la suerte que correría; mas ahora estamos todos dichosos de hallarle sano y salvo, después de sus terribles experiencias.  Nosotros nos hubiésemos quedado para protegerlo, pero cada vez que las leyes de este pueblo son desobedecidas en este respecto, ocurren después calamidades sin fin.  Sin embargo, cuando obedecemos, desaparece el cadáver y lo ofrendado.  Quizá usted ha podido ver como desaparecen estas cosas.

Entonces Muso les contó lo de la forma misteriosa y además les preguntó si alguna que otra vez no oficiaba el viejo sacerdote que tenía su ermita sobre la cuesta, a poca distancia del pueblo.  Los habitantes del pueblo se miraron asombrados y le contestaron:
-Padre querido, en esta comarca no ha habido un sacerdote en cientos de años, y por lo que respecta a la ermita, hace siglos que ya no existe ninguna donde su señoría dice.

Muso no insistió más sobre lo dicho, y después de informarse bien sobre la carretera, para no perder su camino por segunda vez, se despidió sin decir nada, se propuso aclarar de una vez el misterio de la ermita, y allá dirigió sus pasos.  La encontró sin ninguna dificultad, como había sospechado, y esta vez el anciano le invitó a penetrar.  

No había hecho más que entrar, cuando el viejo prorrumpió en llantos, diciendo que le daba vergüenza lo sucedido.  Muso le contestó que no tenía por qué avergonzarse de no haberle dejado dormir en la ermita.  Mas el anciano prosiguió, en tono más patético:
-No, señor; es que me da vergüenza el que me haya visto en mi verdadera forma, pues sepa que el que se comió al muerto anoche fui yo.  Sepa usted, reverendo señor, que soy un sacerdote caníbal (jikininki).  Desde entonces me encuentro en la obligación de alimentarme solamente de los cadáveres de la gente que habita en este distrito.  Ahora, padre reverendo, le ruego diga usted un segaki (rito budista para pacificar a los espíritus que se han vuelto hambrientos) para que yo pueda abandonar esta existencia tan horrible.

No había hecho más que formular la petición, cuando desapareció, y con él, la ermita.  El sacerdote Muso Kokushi se encontró solo, arrodillado sobre la hierba.  Al lado suyo no había más que una go-rinishi (especie de piedra, formada de cinco partes, que simbolizan los cinco elementos místicos: ( éter, aire, fuego, agua y tierra), que parecía representar la tumba de un sacerdote.