LEYENDA DE NIOBE #leyenda #grecia #felicidad #burla #venganza #dolor
Niobe se consideraba dichosa rodeada de sus catorce hijos -siete chicos y otras tantas chicas-, sanos, fuertes y robustos todos, y se pasaban por la ciudad con la seguridad de que a su paso surgiría la envidia entre las mujeres que sólo tenían uno o dos hijos, o entre las que ni uno solo las acompañaba en su vida.
Una de estas madres que sólo tenían dos hijos era Latona, cuya hermosura había encendido el amor de Júpiter y de sus relaciones con éste nacieron Apolo y Diana. Muy alto precio había pagado por su involuntaria falta, pues sus hijos habían nacido, como los de los demás pobres, sobre el suelo que, por piedad de Neptuno, surgió de entre las aguas -la isla de Delos-, sumergida hasta entonces. Ahora era el blanco de las burlas de Niobe, quien, por su indiscutible fecundidad, se permitía reírse de Latona.
La madre, ofendida en su amor propio, invocó a sus dos hijos para que vengaran su ofensa, y, aprovechado un día en que los siete hijos de Niobe se adiestraban en ejercicios gimnásticos en las afueras de Tebas, Apolo se cebó en ellos, atravesando con sus flechas los siete cuerpos. Al poco aparecieron por allí las siete hermanas y no tuvieron ni tiempo de lamentar su desgracia, pues presas de la ira de Diana, quedaron también tendidas sobre la verde pradera.
Niobe, extrañando su tardanza, se dirigió al campo en que sus hijos jugaban, pero...hubiera preferido no haber llegado nunca antes de presenciar tan desgarradora escena. Era tan terrible la desgracia que a aquella madre la aquejaba, que su corazón quedó insensible al no poder deshacerse del dolor, y toda ella permaneció paralizada, quedando convertida en peñasco en el campo mismo en que sus hijos yacían muertos.
El viento la transportó después hasta una cima de Lidia, su país natal, y allí brotan, de la misma roca, dos manantiales, que son las lágrimas inagotables de aquella madre que dejó de ser mujer al no poder reaccionar como madre ante tan espantosa tragedia.
Una de estas madres que sólo tenían dos hijos era Latona, cuya hermosura había encendido el amor de Júpiter y de sus relaciones con éste nacieron Apolo y Diana. Muy alto precio había pagado por su involuntaria falta, pues sus hijos habían nacido, como los de los demás pobres, sobre el suelo que, por piedad de Neptuno, surgió de entre las aguas -la isla de Delos-, sumergida hasta entonces. Ahora era el blanco de las burlas de Niobe, quien, por su indiscutible fecundidad, se permitía reírse de Latona.
La madre, ofendida en su amor propio, invocó a sus dos hijos para que vengaran su ofensa, y, aprovechado un día en que los siete hijos de Niobe se adiestraban en ejercicios gimnásticos en las afueras de Tebas, Apolo se cebó en ellos, atravesando con sus flechas los siete cuerpos. Al poco aparecieron por allí las siete hermanas y no tuvieron ni tiempo de lamentar su desgracia, pues presas de la ira de Diana, quedaron también tendidas sobre la verde pradera.
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