LA HISTORIA DEL JOVEN QUE CURÓ A SU PADRE DE LA CEGUERA #leyenda #bulgaria #compañero
Un día de estío, un hombre que de buena posición y grandes riquezas estaba acostado al pie de un árbol y miraba al cielo. Un gorrión que estaba apoyado en una rama se permitió ensuciar los ojos al rico. El rico cegó al momento, porque Dios quiso que sucediera así. El rico se levantó y, medio a tientas fue a un arroyo vecino a lavarse los ojos. A pesar de que se echó agua con las manos una y otra vez, y aun luego de haber metido la cabeza dentro del agua, no consiguió remediar nada: ciego quedó y a tientas tuvo que regresar a su casa. Su familia sintió gran pesar cuando lo vio volver en tan lamentable estado.
Enviaron a llamar a los doctores más afamados del contorno y aun a otros que vivían en ciudades lejanas. El rico buscó y compró todas las medicinas que podían curarle; pero nada consiguió sino gastar su caudal de tal manera, que al cabo de algún tiempo fue empobreciendo hasta quedar en la pobreza.
Este hombre tenía un hijo de dulce y afable carácter. Un día lo llamó y le dijo:
-Hijo mío, ya ves como la desgracia se ha cebado con nosotros. Después que cegué, apenas he podido trabajar; al contrario, he gastado todo nuestro dinero en pagar doctores y medicinas. Ahora ya somos pobres. Tú has llegado a una edad en que puedes ayudarme. Te pido que me hagas un servicio con el que podremos remediar un poco nuestro triste estado.
El joven se arrodilló, llorando, a los pies de su padre y le prometió cumplir lo que le mandase, por muy dificultoso que fuera. El padre, acariciando los cabellos del hijo, que estaba a sus pies, continuó:
-En una ciudad alejada de aquí vive un hombre rico, viejo amigo mío. Ve allá, cuéntale nuestras desgracias y suplícale que nos preste una pequeña cantidad de dinero con que podamos pagar nuestras necesidades. Prométele que le pagaré fielmente los intereses que fije. Estoy seguro de que te atenderá, porque es mi hermano en San Juan.
-¡Oh padre mío, lo que me pides es muy poco! -contestó el hijo-. Mañana mismo, antes de romper el día, me pondré en camino.
Al día siguiente, el joven se puso en camino. Al salir de la ciudad se encontró con otro joven y le saludó, diciéndole_
-¡Buenos días, amigo! ¡Buen viaje!
El otro le contestó amablemente, y después de estos saludos le preguntó:
-¿Adónde vas bajo la protección del Señor?
-Voy a hacer un largo viaje para visitar a un amigo de mi padre y pedirle un préstamo, pues estamos muy pobres y en angustiosa situación.
Le contó la desgracia que sufrió su padre y la imposibilidad de cura.
-Si Dios quiere -contestó el desconocido-, seréis ricos, como hoy sois pobres. Y yo te acompañaré a esa ciudad, puesto que allí tengo que hacer algunas cosas.
El hijo del rico se alegró mucho de tener tan gentil compañero de viaje. Continuaron el camino charlando animadamente, y llegaron a un río. Era en el rigor del verano, la hora de la siesta, y hacía un gran calor. El compañero le propuso que se bañaran en las aguas frescas de la corriente. El joven aceptó, se desnudó primero y entró en el río; después lo siguió el compañero.
Estaban alejados uno del otro, cuando el joven advirtió que una serpiente grande como un dragón se dirigía contra él con la boca abierta de una manera amenazadora. El muchacho gritó:
-¡Socorro, amigo mío, ven en mi ayuda!
El compañero nadó vigorosamente hasta él, luchó con la serpiente y la mató. Después lanzó al monstruo contra la orilla y ayudó a salir al joven, que estaba extenuado por el miedo. Luego, cogió el cuerpo del reptil lo quemó, y guardó las cenizas. El joven se extrañó mucho de esto; pero nada dijo. Después siguieron el camino.
Al fin llegaron a la ciudad adonde se dirigían. Cuando pasaban por una calle, encontraron de pronto la casa del rico al que el joven iba a visitar. Este hombre tenía una hija única, bella e inteligente, pero que sufría una gran desgracia; estaba poseída por un espíritu maligno.
El compañero le dijo al joven:
-¿Ves esa muchacha? Yo te la daré en matrimonio para que entres en su casa como yerno del hombre a quien vas a visitar y para que volváis a ser ricos. Porque como dice el proverbio, "allí donde el agua ha corrido, correrá de nuevo".
El joven contestó:
-¡Ah! amigo mío: si nos puedes hacer ese beneficio, te tendré por hermano en esta vida y en la otra.
El compañero tomó al joven por la mano, entró con él en la casa y se presentaron al dueño. Allí el compañero le dijo:
-Sabemos que tienes una hija casadera. Vengo a pedirte su ano para este joven, que la ha visto y la ha amado por su belleza y su dulzura.
El buen hombre se echó a llorar diciendo:
-Bien querría dar mi hija a este joven; pero es imposible. Ella está poseída de un espíritu maligno que ha causado la muerte de muchos otros jóvenes que desposaron a mi hija y que la misma noche de bodas perecieron ahogados por el demonio que habita en el interior de la muchacha y que sale en la noche de bodas. No puedo permitir que un joven tan gallardo perezca miserablemente.
El compañero contestó:
-Escucha buen hombre: que los malos ángeles devoren, no solamente a este joven, sino a mí, si sucede lo que dices. La primera noche yo estaré junto a él para ver lo que pasa. Concede tu hija y ten confianza en lo que te digo.
El rico hizo venir al pope y se celebró la boda delante de los testigos reglamentarios, el padrino y los muchachos de honor.
Por la noche, cuando los esposos se retiraron a su cámara, el compañero puso las cenizas de la serpiente en el hogar y cerró la puerta. En el momento en que los desposados se acostaron, el mal espíritu salió del cuerpo de la muchacha y se lanzó contra el joven para estrangularle. Pero ¿no se dice que "un clavo saca otro clavo"? Del humo de las cenizas que el compañero había arrojado en el hogar salió una gran serpiente, grande como un dragón, que se arrojó sobre el diablo y se lo engulló de un solo golpe, como el enfermo traga una píldora.
El padre y la madre de la muchacha pasaron toda la noche junto a la puerta de la alcoba de los desposados y esperaban con impaciencia la llegada del día. Cuando la aurora alumbró la tierra, los jóvenes se levantaron, salieron alegremente y besaron las manos de sus padres, como es allí costumbre. Cuando el rico vio que su yerno vivía y supo que el otro joven había puesto en el hogar unas cenizas de las que había salido una serpiente que devoró al espíritu maligno, abrazó al compañero con gran ternura y le hizo grandes presentes.
Entonces el rico, cuando supo que su yerno era hijo de su amigo y la causa del viaje, envió a buscar a los padres para que vivieran todos juntos. El compañero dijo:
-Ahora ya vivirás bien y tranquilo. Si tus riquezas anteriores desaparecieron, era porque habían sido mal adquiridas, y su peso ahora no te puede hacer daño.
El ciego le dio las gracias emocionadamente y sólo se lamentó de no poder verlo ni de conocer a su nuera. Y empezó a llorar:
-No llores -le dijo el compañero de su hijo-, pues lo que es imposible a los hombres le es fácil a Dios. Yo haré una medicina con la ayuda divina, te frotaré con ella los ojos y recobrarás la vista.
El ángel se agachó, echó su saliva, hizo un poco de barro y con él frotó los ojos del ciego, que en aquel momento recobró la vista.
Se alegró como no hay que decir y dio las gracias a su salvador. Lo instaron a que se quedara a vivir con ellos; pero él les contestó:
-Amigos; estáis contentos de mi y yo estoy contento de vosotros, pues os he tomado como hermanos en San Juan. Este parentesco es mayor, sabedlo, que todos los que el hombre pueda contraer. Acordaos de ello, sed virtuosos y nada temáis. Ahora, quedad con bien y que Dios os bendiga.
Salió de la casa y desapareció. Entonces comprendieron que era un ángel del Señor el que había hecho tanto bien a las dos familias.
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