EL AURA BLANCA #Leyenda #Cuba #generosidad
El padre Valencia era un franciscano de gran virtud. Había nacido en Valencia, y tal era la causa de que se le distinguiera con el nombre con que también nosotros le conoceremos.
Su heroísmo y paciencia le convirtieron en el refugio de todos los desheredados de la vida. En Cuba, lugar donde pasó gran parte de su vida, el padre Valencia adquirió un singular prestigio. No contento con dedicar todas sus horas al alivio y consuelo de los males morales y materiales que a la humanidad atormentan, concluyó por acometer una empresa llena de piedad: la institución de un hospital lazareto para los leprosos. Su propaganda y predicaciones no alcanzaron mucho éxito, por lo que optó por convertirse en pordiosero y mendigar por calles y plazas lo necesario para la realización de su obra.
Su humildad y virtud, no fracasaron, Muy pronto su sueño cristalizó en la fundación de un magnífico hogar y refugio para los desgraciados leprosos.
La muerte del padre Valencia tuvo lamentables repercusiones en el lazareto, cuya organización comenzó a viciarse. Sobrevivió por entonces una época de extraordinaria carestía y escasez, de que fue víctima muy castigada el hospital. Los asilados no ocultaban su disgusto y no dejaban de recordar los tiempos en que la protección del padre Valencia consolaba sus dolores y alentaba sus ilusiones. Tristes, casi desnudos y hambrientos, paseaban los enfermos por el huerto, y sobre ellos veían volar las auras (buitre de América), presagio sombrío que añadía nueva angustia a los desalentados ánimos de los leprosos.
Un día, de repente, vieron aparecer entre la bandada un hermoso ave, de blanco plumaje. Su tamaño y aspecto era semejante al de las auras, pero su vuelo era majestuoso y su mirada suave y profunda. Espantadas por la presencia de la arrogante intrusa, huyeron las demás auras.
Al momento el aura blanca planeó con lenta majestad y se dejó caer en el huerto del hospital. Corrieron los enfermos hacia ella y la recogieron.
Su aspecto y color despertó curiosidad entre todos, hasta el punto que se decidió exponerla al público. Pusieron un precio de entrada, con la que recaudaron tal suma de dinero, que el hospital pudo salvar la angustiosa situación.
Se encerró al aura en una jaula dorada, y llevada por los pueblos y ciudades de la isla, obtuvo copiosas limosnas; gracias a ella se aseguró la existencia del lazareto del padre Valencia.
Para las gentes, sencillas, se trataba sin duda, del alma generosa del franciscano.
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