EL GRAN JEFE (PUEBLO YAKIMA) #LEYENDA #AMÉRICA #creación #terremoto #humanidad
Un día, el Gran Jefe decidió que se había cansado de vivir él solo en el cielo, sin compañía. Ni siquiera en el mundo inferior había vida, pues estaba cubierto de agua.
El Gran Jefe bajó hasta el agua del mundo inferior y empezó a hacer grandes bolas de barro. Arrojó el barro a las aguas y creó enormes montones de tierra. Algunos de los montones crecieron tanto que sus cumbres se helaron.
En unos días, los árboles y la hierba empezaron a crecer en la superficie de los enormes montones de tierra. Seguidamente, el Gran Jefe amasó una bola de barro más pequeña y le dio forma humana. Como los árboles y la hierba, la figura humana cobró vida, y el Gran Jefe le dijo al hombre que pescase y recogiese alimentos del bosque.
Sin embargo, al cabo de poco tiempo el hombre le dijo al Gran Jefe que se sentía solo. Se compadeció el Gran Jefe, y creó una mujer para él. Mientras el hombre cazaba, el Gran Jefe enseñó a la mujer a recoger bayas, a coser y a cocinar el pescado.
Una noche, la mujer tuvo un sueño que le hizo sentir deseos de complacer aún más a su marido y rezó al Gran Jefe. El Gran Jefe atendió su ruego y le sopló su aliento especial para concederle un don invisible; la capacidad de concebir hijos.
A lo largo de los años siguientes, la mujer descubrió que podía enseñarles a sus hijas y sus nietas las maravillosas habilidades domésticas que le había enseñado el Gran Jefe.
Sin embargo, a medida que los hombres fueron creciendo en número, empezaron a pelearse entre ellos. La envidia y la avaricia se apoderaron de muchos de ellos, y la armonía entre los pueblos se perdió por completo. La Madre Tierra estaba tan cansada y enfadada ante las peleas constantes que hizo temblar las montañas de forma violenta. Unas rocas enormes se despeñaron por las laderas y aplastaron y enterraron a muchos de los hombres.
Los demás supieron que habían despertado la ira de la Madre Tierra a causa de sus peleas y corrieron a la falda de la montaña con la esperanza de encontrar con vida a sus seres queridos, pero ninguno había logrado sobrevivir, y un intenso sentimiento de duelo les invadió.
Estuvieron llorando a sus muertos varios días, y una vez que el período de duelo hubo terminado, regresaron a sus vidas: a cazar, a recoger y cocinar los alimentos. Algunos volvían a las tumbas de las montañas y aseguraban oír a los espíritus perdidos de los enterrados gritar amargamente.
Muchos acudieron al Gran Jefe, para suplicarle que retirase las rocas y permitiese a los espíritus regresar a sus restos, pero el Gran Jefe no atendió sus súplicas; por el contrario, les ordenó que atesorasen las enseñanzas que habían recibido de sus abelos y que se las transmitieran a sus propios hijos.
Únicamente manteniendo vivas las viejas enseñanzas abrirá el Gran Jefe un día las tumbas y permitirá regresar a los espíritus de los muertos.
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