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LANCELOT Y LA AVENTURA DE LA CARRETA #Leyenda #Inglaterra #desconfianza #lealtad #aventura


Imagen de Chil Vera en Pixabay


Era el mes de mayo. La reina Ginebra mandó decir a sus caballeros que al día siguiente proyectaba ir a cabalgar por los bosques cercanos a Westinster y que allí debían encontrarse todos; pero que era necesario que fueran bien montados, las vestiduras debían ser verdes y cada caballero estaba en la obligación de llevar un escudero y dos criados asimismo bien montados.

Así pasarían toda la jornada alegremente, cogiendo las flores de mayo. Los caballeros que recibieron el mensaje de la reina tuvieron gran alegría y lo prepararon todo tal como Ginebra se lo había ordenado. Estos caballeros de la Tabla Redonda eran sin Kay, el senescal sir Agravaine, sir Brandiles, sir Sagramour le Desirus, sir Kodynas le Sauvage, lsir Ozanna, sir Ladynas, sir Persant of Inde, sir Ironside y sir Pelleas.

Por la mañana, los caballeros, montados en sus buenos caballos, vestidos con hermosas telas verdes y seguidos de sus escuderos y criados, se dirigieron a encontrar a la reina y a sus damas, y ya juntos se dedicaron a coger las flores de mayo, pasando las horas alegremente.

Pero esta alegría proto iba a cambiarse en dolor y desventura. En efecto, el hijo del rey Bragdemagus, llamado Maleagans, había tenido noticias de la salida de la reina acompañada de sus caballeros, que iban desarmados. Este Maleagans le tenía un gran rencor a Ginebra, pues él la había amado y ella siempre había rechazado sus palabras. Vio que ahora se le ofrecía una excelente ocasión para apoderarse de la reina. Así que, cogió a veinte caballeros y cabalgando con ellos fue al bosque donde se encontraba la reina y sus caballeros.

En un claro vio a Ginebra y a sus acompañantes, que con gran alegría cogían flores, con las cuales después hacían hermosos trenzados que cubrían el cuerpo de las damas. En aquel momento salió con sus hombres armados, rodeando a los alegres jinetes e intimidándoles para que se rindieran. La reina Ginebra echó en cara a Maleagans su cobardía, reprochándole que con hombres perfectamente armados atacara a damas y a caballeros que no habían traído sus armas. Pero Maleagns contestó que hacía mucho tiempo que pretendía ser escuchado por ella y que siempre había sido rechazado, y que por eso había escogido esta coyuntura.


Entonces los caballeros de la Tabla Redonda sacaron sus espadas y atacaron a los asaltantes. Pero éstos, con lsus lanzas y escudos, tenían ventaja, y así, empezaron a derribar y a herir a jinetes. La reina, viendo con angustia que sus caballeros iban a perecer, dijo a Maleagans que mandase hacer alto y que ella lo seguiría con tal que los dejara continuar a su lado . Maleanas contestó que así lo haría, dicho lo cual ordenó que nadie debía separarse de la reina. Accediendo a la petición de Ginegra estaba conforme el traidor con sus propios pensamientos, ya que temía que si dejaba a algunos de los caballeros o a sus criados en libertad, podían llevar la noticia de lo sucedido a sir Lanzarote.

Se pusieron todos en camino hacia el castillo de Maleagans. La reina, en un momento de descuido de sus apresadores, llamó a un paje que montaba un hermoso corcel y, dándole un anillo, le mandó que fuera a buscar a Lanzarote, y le entregara el anillo, en prueba de veracidad, y que le dijera en nombre de la reina que fuera a liberarla. El paje aprovechó un momento para salir a galope. Maleagans comprendió que iba a llevar un mensaje de la reina para Lanzarote y lanzó a dos de sus hombres en persecución del fugitivo; pero éste tenía mejor corcel que sus perseguidores y no le pudieron alcanzar. Ello enfureció mucho a Maleagans, el cual dispuso que sus mejores arqueros se emboscasen para esperar el paso de Lanzarote y asaetearlo.

En tanto, el criado había podido llegar a donde estaba Lanzarote, diciéndole:

-Señor, la reina Ginebra me manda comunicaros que ha sido hecha prisionera por un mal caballero, en unión de diez de los caballeros de la Tabla Redonda, y os suplica que vayáis a liberarla.

Como prueba de la veracidad de sus palabras, le entregó el anillo.

Lanzarote exclamó:

-¡Vergüenza caiga sobre mí si no logro la libertad de la reina!

Tomando sus armas, se vistió la armadura y marchó decidido en un rápido corcel. Sin detenerse llegó donde estaban apostados los ballesteros de Maleagans. Éstos, cuando tuvieron a tiro al jinete, dispararon sus ballestas y mataron al caballo de sir Lanzarote. Éste echó mano a sus armas y se lanzó tras los autores de la agresión, pero éstos se habían puesto a salvo en un espeso seto de espinos no pudiendo hallarlos Lanzarote.


Lanzarote siguió su camino a pie. Enseguida vio que por el sendero venía una carreta. Hay que observar que en aquel tiempo las carretas eran medios poco honrosos de transporte, pues sólo se usaban para llevar los despojos de los mataderos y para conducir criminales al cadalso. Pero Lanzarote, que pensaba sólo en llegar a tiempo para poder librar a la reina Ginebra, no cayó en ello, prometiéndole una buena paga al dueño se montó en ella.

Por aquel camino viajaba, a la vez, sir Galván, que vio la carreta y a un caballero armado. Extrañado de un noble en un carruaje tan poco elegante, se acercó a ver de quién se trataba. Asombrado sir Galván de reconocer al caballero del Lago, éste, le explicó el secuestro de la reina y cómo su corcel había sido muerto.

Por la tarde llegaron ante un castillo. La castellana salió con sus damiselas a dar la bienvenida a sir Galván y a ofrecerle hospitalidad. Cuando vio a Lanzarote en la carreta creyó que era un criminal y no quiso acogerlo en su fortaleza; pero ante la insistencia de sir Galván, lo hizo. A la hora de comer, y sólo a instancias de sir Galván se le admitió a comer junto con los señores. Por la noche nadie le había preparado un lecho para el caballero del Lago y tuvo que acostarse en el primero que encontró, donde durmió toda la noche.

Al otro día la señora proporcionó un caballo a Lanzarote y éste y Galván salieron en busca del castillo de Maleagans.

Encontraron a unos viajeros, que les dijeron que el castillo donde Ginebra estaba prisionera en unión de los caballeros de la Tabla Redonda distaba apenas dos jornadas. Galván y Lancelot tomaron rutas diferentes. Lanzarote encontró muchos obstáculos en el camino, a los cuales venció sin perder mucho tiempo. Cuando la noche se iba aproximando encontró una bella dama, que le ofreció hospitalidad.

El caballero, como estaba cansado y hambriento, aceptó. Siguió a la doncella al castillo donde fue muy bien atendido. La joven le requirió de amores, pero él permaneció firme, diciéndole que iba de camino para liberar a su dama y no podía entretenerse en nada. En aquel momento todo cambió en la habitación: Lanzarote se encontró a solas con su huéspeda que le dijo:

-Los que os han asaltado son los que forman mi guardia mágica, que os han querido mostrar su valor y la fidelidad que me guardan.


Al otro día la maga lo llevó al camino, le mostró la ruta que habría de seguir y le dio un anillo, diciéndole:

-Este anillo os mostrará por los cambios de sus colores, cuando sois presa de un encantamiento, y os permitirá libraros de él.

Lanzarote agradeció a la bella maga lo que por él hacía y siguió su camino.

No encontró nuevos obstáculos, pero los viajeros con los que se cruzaba, que habían oído la aventura de la carreta, y que lo reconocieron, hacían comentarios mordaces. Uno de ellos fue tan insolente, que Lanzarote para castigarlo, hubo de luchar con el, venciéndole fácilmente e imponiéndole como castigo que subiera también en la carreta. Después de esto pasó por un castillo, en el que halló buena acogida, pero en el que fue presa de un hechizo, que venció gracias al anillo que la maga le había dado. Siguió su camino y llegó a un caudaloso río, por el que únicamente se podía pasar gracias a un pasadizo tan estrecho que un resbalón originaría una caída mortal. Entonces Lanzarote bajó del caballo y llevándolo de la rienda pasó el torrente a nado. Al salir a la otra orilla, se encontró de súbito con un leopardo y un león, los cuales se lanzaron contra él, infiriéndole crueles heridas. Logró matar a las feroces bestias, y cansado, se echó en el suelo, a curar sus heridas.

Llegó entonces Bragdemagus, el padre de Maleagans. Este rey era tan caballeroso como villano su hijo, y después de saludar muy cortés a Lanzarote, le informó de que la reina Ginebra estaba en el castillo, a salvo; pero sólo podría ser liberada por él, Lanzarote, combatía con Maleagans. Lanzarote contestó:

-Pues os suplico que confirméis el combate para mañana mismo y os ruego que dispongáis que se celebre al pie de la torre, para que la reina pueda contemplar el duelo.


Así se hizo. Al día siguiente Lanzarote fue al pie del castillo, donde estaba dispuesto el lugar del combate. Comenzó la lucha, y el caballero del Lago vacilaba, por el cansancio y por las heridas. La reina se lamentó, desde lo alto de la torre, del poco amor que le demostraba su caballero, y esto dio fuerzas a Lanzarote para vencer a Maleagans, al cual tuvo pronto rendido a sus pies. Iba a darle muerte; pero Ginebra, conmovida por las súplicas de Bragdemagus, le ordenó que le dejara vivo, lo cual hizo.

Después del combate, el caballero del Lago subió al aposento a saludar a la reina. Entró en la habitación echándose a los pies de la reina, besándole la mano. Pero la reina exclamó:

-¡Ah, Lancelot! ¿Por qué te he visto de nuevo? Ya no eres digno de mí, pues te has dejado arrastrar por todo el país en una ...

El caballero no dejó terminar la frase a Ginebra, pues se levantó exasperado, saliendo de la habitación y fuera del castillo, montó a caballo, tiró su lanza y su escudo y galopó hasta perderse en el bosque.

Sir Kay contó la aventura de la carreta a la reina, diciendo que Lanzarote se había deshonrado al ser visto montado en una carreta, mas no la causa, porque sir Galván aún no había llegado.

Pero la reina Ginebra se arrepintió pronto de haber dado oídos a la historia. Lancelot erró tres días y tres noches por las florestas sin saber adonde iba. Al reflexionar comprendió que su señora ignoraba la verdad y que él debía volver y poner en claro las cosas. Así que volvió al castillo, obligó a Maleagnas a soltar a sus prisioneros y todos se dirigieron a Camelot.


En el camino encontraron por fin a Galván, el cual dio fe de la verdadera causa del viaje en carreta de Lanzarote, para alegría de todos.

 

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