LEYENDA DE SATURNO #Leyenda #Grecia #desagradecido
Había muerto el dios supremo del Olimpo y le correspondía el trono a su hijo Titán; pero la desmedida debilidad que sentía su madre por su segundo hijo Saturno consiguió de Titán la renuncia de su derecho con la exigente condición de que el nuevo rey devorase a sus hijos varones nada más nacer, para que el trono recayese, al fin, en los descendientes de Titán.
Saturno chupaba la sangre de sus tiernos hijos recién nacidos, con la terrible ansiedad de mantener el cetro el mayor tiempo posible.
El dolor de su esposa, a la que le iban arrancando hijo tras hijo, consiguió encontrar un engaño para esconder al pequeño Júpiter, que acababa de venir al mundo. Sustituyó el cuerpecito del niño por una piedra envuelta en pañales y su esposo la devoró con la misma ferocidad con que solía hacerlo.
Oculto, Júpiter se criaba en Creta con la leche de una cabra llamada Amalthea, y allí iba creciendo y desarrollándose en fuerza. Enterado Titán del artificio, y creyendo culpable a su hermano Saturno, le declaró la guerra venciéndolo. Júpiter, que era ya un vigoroso muchacho, se presentó con su ejército para devolver el trono a su padre, cosa que consiguió tras la completa derrota de los Titanes.
El desagradecido padre veía constantemente en Júpiter al hijo predicho por el oráculo para su destronamiento y no podía ocultarle su odio. Júpiter, cansado ya de las emboscadas y del mal comportamiento de su padre, cumpliendo así la profecía, lo destronó, y fue él, desde entonces, el jefe supremo del Olimpo.
Saturno terminó sus días en el reino amigo de Jano, en Italia, y conmovido por la sincera acogida que le dispensó éste, le ayudó cuanto pudo en el gobierno del Lacio, y se esforzó en enseñar a sus habitantes cuantas artes útiles había aprendido.
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