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El culto de Cibeles y de Atis, su amante castrado, ofreció a los iniciados el acceso a un estado de felicidad que, según pesaban, perduraba más allá de la muerte. No obstante, fue durante el imperio de Claudio (41-54 a.C.) se concedió a Atis, la misma importancia que a la diosa.
Los partidarios de Cibeles quedaron intrigados por su tempestuosa aventura amorosa con Atis, y la forma en que se vengó de él por su infidelidad es un tema legendario que no deja de repetirse. Cuando Cibeles descubrió la admiración de Atis por una ninfa, lo hizo sufrir locura, automutilación y la muerte antes de acceder a recuperarlo como consorte.
Los romanos se horrorizaron al ver que los partidarios de Cibeles seguían el mismo camino ritual. Durante su fiesta, celebrada en marzo, trasladaban un pino a su templo y allí lo cortaban, lo vendaban y lo adornaban con flores y con una efigie de Atis. La castración y la muerte del dios se celebraban con danzas frenéticas y derramamientos de sangre, incluida la auto castración. También se celebraba un carnaval en honor de su resurrección y la fiesta concluía con el baño ritual de la imagen de Cibeles.
La ceremonia del taurobolium o criobolium, en la que el partidario se bañaba con la sangre de un toro o de un cordero sacrificados, fue un agregado posterior y se volvió muy popular durante el renacimiento pagano, a finales del siglo IV.
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