EL BARBERO DE DIOCLECIANO #secreto #fealdad #belleza #leyenda #grecia
El emperador Diocleciano, que se hacía afeitar la barba y el cabello con cierta frecuencia, se hizo temible para todos los barberos del imperio, porque , aquel que resultara designado para rasurarle era mandado matar acto seguido. Dicen que esto se debía a que tenía cabeza de asno y orejas de puerco, y quería evitar a toda costa que nadie conociese su secreto.
En cierta ocasión fue solicitado para prestar este servicio un joven barbero, hijo único de una pobre viuda. La madre, temerosa de la suerte que le esperaba, le preparó una hogaza de pan que ella misma había amasado, recomendándole a continuación que la comiese poco a poco mientras afeitaba al emperador.
Se presentó el muchacho ante Diocleciano con el terror consiguiente y, no bien dio comienzo a su tarea, empezó a comer de aquella hogaza, cuyo aroma llamó la atención del emperador, que no pudo contener la tentación de pedirle un trozo, con objeto de probar tan sabroso manjar.
El chico se lo dio, y Diocleciano, muy complacido por el gusto especial de aquella hogaza, le preguntó quién se lo había preparado y de qué manera estaba hecha, a lo que repuso el barbero que su madre la había amasado. El emperador entonces le prometió hacer con él una excepción, perdonándole la vida, a condición de que nunca revelase cómo eran sus orejas y su cabeza. Le añadió que si algún día sentía la tentación de decirlo, se lo contase a la tierra.
Creyó fácil el barbero poder cumplir lo prometido, y se dirigió alborozado hacia su casa, sin el menor deseo de descubrir a nadie aquel secreto. Pasó el tiempo, y un día, como previera Diocleciano, el joven sintió la tentación de comunicar aquello que sabía, y acordándose del consejo del emperador, marchó al campo, para contárselo a la tierra, Fue contraproducente aquel remedio, porque en aquel mismo lugar en que se arrodilló para liberarse de su secreto, nació un esbelto junco, con el que los niños fabricaban pífanos, que constantemente susurraban al viento la gran noticia de que Diocleciano tenia cabeza de asno y orejas de puerco.
El emperador, al verse pregonado por el junco, decidió marcharse de aquella tierra y abandonar el castillo. Recogió todas sus cosas y comunicó a su hija su decisión, con objeto de que ella le acompañase, pero la doncella, que no quería abandonar su escabel de oro ni su dorada rueca, no le obedeció. Viendo el emperador que todos los ruegos resultaron inútiles, la amenazó con incendiar el castillo antes de partir, pero tampoco con esto logró disuadirla.
Encolerizado Diocleciano ante su tenaz resistencia, salió de allí dispuesto a tomar venganza de su hija por tan egoísta comportamiento. Al salir del castillo dejó tendida una cuerda recubierta totalmente de pólvora y a pocos pasos, le prendió fuego. La cuerda ardió, y las llamas llegaron hasta el castillo, en el que se quemó toda la parte de arriba. Creyó Diocleciano al contemplar las llamas, que todo su interior se habría destruido y que incluso su propia hija yacería abrasada por el fuego. Quiso cerciorarse por sus propios ojos, y regresó al castillo, pero allí se encontró a su hija tan intacta como la dejó.
Defraudado y lleno de ira, la maldijo, y al conjuro de sus palabras la doncella se convirtió en serpiente. El emperador salió entonces del castillo, no sin antes advertir a su hija que no recobraría su primitivo ser hasta que no la hubiera besado un cristiano.
Cuentan, que la doncella vivió muchos años convertida en sierpe, pero que volvió, a disfrutar de su escabel de oro y de su dorada rueca, después que la hubo besado un ferviente devoto cristiano.
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