YU-KONG Y EL DEMONIO #atleta #envidia #humildad #recompensa #leyenda #china
Hubo en China un emperador sabio y poderoso. Su guardia imperial era famosa, pues estaba compuesta por los hombres más corpulentos y gallardos de todo el imperio.
Cada año el emperador organizaba un concurso de atletas, abierto a todo el mundo, para escoger entre los vencedores a los hombres de su guardia.
Un año anunció que el mejor atleta del concurso sería nombrado capitán de su guardia imperial, el cargo más elevado del imperio. El emperador y millares de espectadores presenciaban las pruebas. Entre los competidores había un joven llamado Yu-Kong, que llamaba la atención por su destreza extraordinaria en todos los ejercicios. Era el primero en las carreras, el salto, el lanzamiento de jabalina y en el manejo de la espada. La última prueba del concurso consistió en un ejercicio de tiro al blanco. Cien de los mejores arqueros del reino tomaron parte en él. Sólo tres llegaron al final del concurso, y uno de ellos era Yu-Kong, que había ganado por su gran destreza la admiración de todo el público.
Las flechas de estos tres últimos contendientes se elevaron certeramente en el blanco. En vista de esto, el emperador ordenó colocar el blanco en lo más alto de un árbol, para hacer más difícil la prueba, pues de esta manera el viento lo movía y era preciso una gran puntería para acertarlo. En estas condiciones, sólo Yu-Kong dio en el blanco, a pesar de que cuando le llegó su turno la cartela era agitada por un viento muy fuerte. Así, después de esta última y difícil prueba, Yu-Kong quedó como único vencedor. Los espectadores le aclamaron con alegría y el emperador le nombró capitán de su guardia.
Eshen, uno de los mas distinguidos oficiales de la guardia, se quejó al emperador de que un jovencillo desconocido recibiera un cargo tan importante. Yu-Kong respondio humildemente que no deseaba tal puesto y que se sentiría muy honrado con ser simplemente uno más en la guardia imperial. Esto agradó mucho al emperador, que le proclamó vencedor de los juegos, dejando vacante el cargo de capitán de la guardia. Desde entonces, el joven atleta fue el hombre más admirado y querido de la ciudad.
Eshen, que más que hombre era un espíritu infernal, odiaba profundamente a Yu-Kong y deseó perderle.
Por aquel tiempo cayó muy enfermo el más fiel criado del joven atleta. Su enfermedad era desconocida y nadie sabía curarlo. Los compañeros de Yu-Kong le aconsejaron que visitara a Eshen, éste, sin duda, le daría el medio de curarlo. No hacía mucho que había sanado a la hija del mandarín y era considerado como el mejor médico del imperio.
Yu-Kong al principio no quiso, pues odiaba a Eshen y sus poderes ocultos; pero como su criado se agravase, acabó por acudir a él. Por toda respuesta, Eshen dijo:
-Cuando vuelvas a tu casa tu criado habrá muerto y tú morirás también dentro de tres días, si no te sometes a mis deseos.
Indignado, Yu-Kong contestó:
-¿Crees que vas a poder cambiar mediante tus extrños poderes, el destino que marcan los dioses?
Dicho esto, se volvió a su casa y encontró muerto a su criado, según le había profetizado el endemoniado Eshen. Al ver esto, el joven atleta comenzó a temer por su vida, y al día siguiente fue a casa del mejor armero de la ciudad para comprar una buena espada.
Pasados tres días, se encontraba en su habitación, y un gran ruido le dejó aturdido. De repente apareció ante él un gigantesco ogro. Yu-Kong sin tener un momento de vacilación, se abalanzó sobre él, blandiendo su espada, y de un certero golpe le derribó en tierra. No pudo menos de echarse a reír cuando vio que el cuerpo del monstruo no era más que un espantajo de papel con rostro terrible y burlón.
Poco tiempo después, acompañado de un ruido semejante a una explosión, apareció un espantoso ogro, aún más horrible que el primero, dando saltos con una espada en la mano. Este segundo monstruo manejaba muy bien su espada y varias veces rozó la cabeza de Yu-Kong pero éste, conservando su imperturbable calma, logró desarmarle y le atravesó con su espada de parte a parte. De nuevo rió Yu-Kong al ver que el cuerpo de este gigante no era más que arcilla y barro; pero, sin embargo, no dejaba de comprender que era el espíritu de Eshen el que animaba estas apariciones.
Al rato, un enorme trueno sacudía toda la casa. Vapores de azufre penetraban por las ventanas y un horrendo ogro de siete brazos provistos de espadas y siete cabezas. Pronto se hizo dueño de ella y sus siete brazos, repartiendo golpes en todas direcciones, destrozaban todo lo que encontraban a su paso. Yu-Kong hizo prodigios para escapar a estas embestidas. Al fin se lanzó valientemente contra él y le traspasó el corazón, cayendo el dragón sin vida, después de lanzar una emanación de humos sulfurosos.
Cuando Yu-Kong se precipitó a la ventana para no morir ahogado, encontró toda la calle abarrotada de una gran muchedumbre que le aclamaba como vencedor del demonio. El atleta dio humildemente las gracias, recibiendo en aquel momento un mensaje del emperador, por el que le nombraba capitán de la guardia imperial.
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