KOKAKO Y TAMA-INU-KO #leyendas #nuevazelanda #maorí #padre #hijo
En una tribu maorí de Ikana-Maoni (isla del norte de Nueva Zelanda) gobernó hace mucho tiempo un jefe valeroso: Kokako. Pronto la admiración que despertaba su arrogancia se confundió con el temor que imponía su fiereza. Los más audaces caudillos maorís ardían en odio y despecho hacia el invencible guerrero.
En cierta ocasión, Kokako marchó de viaje. En un poblado vecino vio a una muchacha, a cuyo encanto se doblegó su ánimo indomable. Rendida la joven a sus súplicas, concibió de él un hijo. Kokako esperó el nacimiento de su heredero, a quien impuso el nombre de Tama-Inu-Ko; después se despidió de la doncella y nuevamente los poblados y las tribus maoríes temblaron al paso del héroe.
El niño, en tanto, creció y llegó a ser el muchacho más fuerte, amable y racioso de la aldea. Sus camaradas, un día, para vengarse de una derrota, le injuriaron, llamándole bastardo. Tama-Inu-Ko corrió al encuentro de su madre y exigió de ella que le dijera quién era su padre y donde habitaba. La madre se lo reveló.
Tan pronto como se hizo hombre, el muchacho partió en busca de Kokako. Su gallarda apostura, atraía hacia él todas las miradas. En uno de los poblados conoció a una linda joven, la hija del enemigo mortal de su padre.
La muchacha se enamoró de él y puso en juego sus más encantadoras artes, hasta que consiguió hacerlo su marido. Tama-Inu-Ko no reveló su nacimiento, pero su corazón filial, no olvidaba a su padre.
En muy poco tiempo se convirtió en el ídolo de la tribu. Su esposa colmó su ventura y su amor con un hijo. Su suegro apreciaba sus cualidades de buen guerrero y gustaba de contemplarle en la lucha; su soberbia fiereza, su noble figura envuelta en el amplio manto, sus brazos poderosos, insuperables en el manejo del patou-patou (hacha de doble fijo) y del terrible rompecabezas.
En cierta ocasión, Tama-Inu-Ko hubo de combatir contra su propio padre. Puso en fuga a las huestes de su padre y el propio Kokako dejó entre las manos de su hijo su precioso manto rojo de guerrero. Al regresar, victorioso, el joven caudillo a su casa, fue triunfalmente recibido en el poblado. Hombres y mujeres lanzaban al espacio clamorosos Airé mairal (Bien venido)
Se le acercó su suegro, y después de frotar su nariz con la del joven, en señal de cordialidad y afecto, elogió su valor y le preguntó de quien era hijo.
-Soy el hijo de Kokako -respondió.
Hondo despecho ensombreció el ánimo del jefe maori; pero conmovido ante la tierna figura del nietecillo. contuvo su odio y no le mató.
El corazón de Tama-Inu-Ko, sin embargo, no estaba satisfecho; quería conocer a su padre. Fue, pues, al poblado de Kokako, entró en la casa paterna y tomó asiento. Allí estaba el noble héroe. Su torso desnudo ostentaba honrosos tatuajes; el mokol, que dibujaba en su piel curtida complicados blasones de la más auténtica y mejor ganada nobleza guerrera.
Las sagradas perlas del pormanous protegían su garganta.
-¿Quién eres? -preguntó al joven.
-Soy Tama-Inu-Ko, tu hijo, nacido de tal mujer en tal lugar.
Se levantó Kokako con lágrimas en los ojos, llamó a las gentes y realizó allí mismo las ceremonias rituales de reconocimiento y filiación que usan los pueblos maoríes.
Ya contento, Tama-Inu-Ko regresó a su casa
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