BECFOLA, LA SIN DOTE #leyenda #irlanda #enigma #obediencia #desamor
De dónde era Becfola nadie lo sabía y la historia tampoco nos dice en dónde desapareció. Su nombre verdadero no se registra, pues Becfola es un mote que quiere decir "la sin dote" o "la que no trajo dote".
Sucedió en los días en que Dermod, hijo del famoso Ae de Slane, era Rey de reyes en Irlanda. Dermod era soltero y, por lo tanto, no tenía hijos, mas si tenía muchos hijos adoptivos, que sus vasallos, los otros reyes, le mandaban en señal de vasallaje.
Ocurrió que un día, paseando con su hijo adoptivo Crimthann, hijo de Ae, rey de Leinster, buscando un vado en el río, para atravesarlo, vieron cómo una mujer solitaria, conduciendo un carruaje, se dirigía hacia donde estaban ellos.
-¿Qué querrá decir eso? -se preguntaba el Monarca.
-¿Qué es lo que tiene de extraño? -interrogaba Crimthann.
-Mira -le dijo el Monarca- cuando tú veas a una mujer llevando a una vaca a pastar, te extrañaras, pues no lo suelen hacer bien. De manera que cuando la veas conducir un carruaje con dos caballos te llamará más la atención.
-Es verdad -repuso el joven-; está conduciendo dos caballos.
En esto, la viajera solitaria llegó al vado y lo pasó envuelta e espuma.
-¡Mira qué magníficamente conduce! -le dijo el Monarca. Y Dermod le contestó:
-Escucha, siempre hay que ver lo más importante, ella es mucho más bella que los caballos.
-No me había fijado -respondio Grimthann.
-Hay que fijarse -añadió el sabio Monarca.
-¡Alto! -exclamó Dermod.
-¿Para quién tengo que parar? -preguntó la señora, mostrando ese espíritu de rebeldía innato en todas las mujeres, pero deteniéndose de todas maneras.
-Pararás porque soy Dermod.
-Hay Dermod de todas las clases.
-Pero no hay más que un Ard-Ri.
Entonces se bajó ella de su carroza y le hizo una inclinación.
-Quiero saber cómo te llamas -dijo el Monarca. Más la altiva le contestó:
-Yo no tengo ganas de decírtelo.
-También quiero que me digas de dónde vienes y adónde vas.
-Más yo -replicó ella- no quiero responder a ninguna de estas preguntas.
Crimthann, horrorizado, le dijo:
-Señora, no tratará usted de no contestar al Ard-Ri...
Pero el sabio Monarca le increpó de esta manera:
-¡El pasado es suyo, el presente es nuestro, señora! ¿Se quiere casar usted conmigo?
Naturalmente, no se puede negar eso al monarca de Irlanda. Y la señora se enjugó una lágrima de su ojo, y aceptó.
La boda se celebró con la misma prisa que el Rey deseaba. Mas como no trajo dote ni nadie se lo pidió, le pusieron Becfola.
Pasó el tiempo, y Becfola dijo un día a Grimthann:
-Sin ti no puedo vivir, corazón mío.
El pobre joven, al oír esta declaración, decidió huir de Tara; mas la carne es débil, y si la primera vez molesta una declaración así, la segunda se piensa y la tercera agrada. De manera que un buen día decidieron que él, Grimthann MacAs y Becfola, huirían de Tara y vivirían felizmente.
Un día, cuando aún no había amanecido, el Rey observó que su querida Becfola se levantaba y le dijo:
-Querida, ¿qué haces? Todavía no se ha despertado ni un solo pájaro. ¿Para qué levantarse tan temprano?
Ella le explicó que tenía una cita. Más el insistió en saber qué clase de cita era. Y ella le habló así:
-Tengo que recoger mi ajuar, que consiste en ocho trajes de seda, ocho broches de oro cincelado y ocho diademas de oro macizo.
Pero el Monarca le objetó que a esas horas mejor era la cama que la carretera. Pero ¡quién puede nada contra la voluntad de una mujer!
De manera que el Monarca dio media vuelta y se volvió a dormir.
Becfola salió de Palacio con una sola criada y emprendió el camino adónde se había citado con su amante. Mas no supo por qué razón perdió su camino. A vuelta de vagar al azar por unas vastas llanuras, la criada le dijo:
-Mirad señora ¿qué es eso que nos persigue? -Becfola se volvió y dijo:
-¡Lobos! Huyamos hacia aquellos árboles, pero la muchacha no pudo trepar por los troncos y la devoraron los lobos.
-¡Sal, oh Flann!
El doncel se levantó de un salto, se ciño la armadura y cogió sus armas. Otros tres jóvenes se reunieron con él y trabaron combate contra otros cuatro. Larga fue la batalla, y dura. al fin no quedó más que uno con vida: era Flann.
-¡En verdad -dijo Becfola- que la lucha ha sido noble!
-Si -contestó él- pero triste; tres hermanos míos han muerto y tres sobrinos.
-Pero ¿por qué no me quisiste hablar, Flann?
-Pues mira, hasta que no haya ganado todas las batallas que la suerte me depare, no hablar con la esposa del rey de Irlanda.
Entonces le ordenó que se volviese al lado de su marido el Rey, y que le esperase hasta que él fuese a buscarla a Tara. Becfola volvió a Tara y llegó de madrugada, cosa que le causó gran satisfacción, pues nadie la había visto salir ni entrar.
Entró en el dormitorio del Rey y le encontró dormido. Estaba meditando qué le iba a contar, cuando el Monarca se despertó, diciendo:
-¡De manera que has decidido no salir de viaje?
Becfola estaba anonadada. Mas el Monarca continuó, imperturbable:
-Un viaje que se hace en domingo trae mala suerte; me alegro que te hayas quedado.
Becfola no replicó y dio gracias a los dioses porque el Monarca no se había enterado de nada. Estaban desayunando, cuando anunciaron a Dermod que tres clérigos deseaban tener una entrevista con él. Dermod se enfureció, puesto que los clérigos habían viajado en domingo, sabiendo que él lo tenía estrictamente prohibido, y los mandó pasar.
Ellos le explicaron que su dueño y señor les había mandado con urgencia para poner en su conocimiento que en la mañana del domingo se había visto cómo ocho caballeros se habían batido. Becfola tuvo un momento de terror y pidió que no le narrasen cuentos fúnebres el domingo por la mañana. Pero el Rey le dijo que tenía que estar informado de todas esas cosas y mandó a los clérigos que prosiguiesen su relato. Un clérigo contó que su señor había recogido dos cargas de plata y de joyas y las armas de los infelices que se habían batido el domingo por la mañana.
He aquí que la Reina interrumpió otra vez, diciendo que ese tesoro se regalase a la Iglesia, puesto que era tesoro cogido en domingo y que traería mala suerte.
-¡Bien dicho! -asintió Dermod-. Que hagan un relicario de esas piedras preciosas y se lo entreguen a mi padre el Ardi-Re.
-Lo peor es que el cuento no se ha acabado -añadió el clérigo amenazador- con ellos había una mujer, y esa mujer era...¡la reina de Irlanda!
Y extendiendo la mano, señaló a Becfola.
-¡Perro! -rugió el Rey, incorporándose.
Más el clérigo, con una voz estridente, prosiguió:
-Si es verdaderamente una mujer de esta tierra, debéis castigarla, y si es de Shi, debéis desterrarla.
El rey se volvió y con tono dulce preguntó a Becfola si era verdad semejante acusación.
-Es verdad -contestó la dama.
Entonces Dermod, señalando la puerta dijo:
-Vete a tu cita.
-Me están esperando -replicó Becfola con orgullo.
Se levanto y se fue, y no volvió a oírse más de ella, ni en Tara ni en toda Irlanda.
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