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SUSANO-O Y LA SERPIENTE DE OCHO CABEZAS #leyenda #japon #ira #compasión #celos





Es en los tiempos primitivos del Japón, cuando Izanagui acababa de formar las islas del archipiélago nipón  y de su ojo izquierdo había salido la brillante diosa del Sol, Amaterasu, que gobernaba con acierto y sagacidad sus dominios celestes.  Su hermano Susano-o (Varón Impetuoso), nacido de las narices de Izanagui, asombraba al mundo con su figura gigantesca, con sus fuerzas hercúleas y con la energía de su carácter.  Si se le contrariaba en lo más mínimo, se vengaba, produciendo enormes catástrofes; devastaba ciudades con incendios y arrasaba bosques, arrancando los árboles de raíz.  Los demás dioses estaban atemorizados ante sus hazañas y su hermana Amaterasu era la que más sufría las consecuencias su ira.

Susano-o disfrutaba enredando las madejas del telar donde se fabricaban los más sutiles tejidos para los vestidos de los dioses o incendiando los extensos campos de arroz.

Un día en que paseaba por la orilla del río Hi, llegó a una casa de aspecto humilde  y oyó desde fuera tristes lamentos.  Entró en ella, para averiguar el motivo de aquella desgracia.  Allí le contaron su tragedia.  

Vivía en ella un matrimonio viejo con una hija joven y bellísima.  El padre era un dios de la tierra llamado Asinazuch (Golpe de pie); su esposa, Tenazuchi (Golpe de mano) y la hija, la princesa Ynada.  Hacía siete años eran completamente felices, viviendo alegres los padres con ocho hijas de extraordinaria belleza, que eran su orgullo y su dicha.

Japón, Templo, Decoración, Serpiente

Apareció en el país una horrible serpiente de ocho cabezas, llamada Yatama no Orochi, y cada año había devorado a una de las hijas.  Ahora se acercaba el tiempo de devorar a la única que les quedaba, y aquellos padres enloquecían de dolor ante la pérdida de su amada hija.

El Varón Impetuoso, enamorado de la maravillosa belleza de la joven y sintiendo gran compasión ante aquella dolorosa historia, se ofreció para matar al monstruo, con la condición de que le dieran en matrimonio a su hermosa hija, una vez que fuera librada de la fiera.  Los padres consintieron muy a gusto en desposar a su hija con aquel gigante que demostraba su origen celeste; pero le comunicaron sus temores de que no podría vencer al terrible monstruo de proporciones apocalípticas y se aumentaría así la desgracia, muriendo los dos en vez de la joven sólo.  

Susano-o les tranquilizó, para que confiasen en su valor, diciéndoles que no era un hombre como los demás, sino que era Micoto, hermano de la diosa del Sol, Amaterasu, y que decidía quedarse allí a esperar al ogro y estrangularlo con sus brazos.  Al oírlo, los viejos y la hija se postraron en tierra, adorándole y agradeciendo su protección.


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Susano-o se preparó colocando delante de la casa ocho grandes piedras y pronunciando una misteriosas palabras mágicas, las convirtió en ocho cubas; las llenó de agua de un río cercano, y dando sobre cada una tres golpes con su espada, se transformó en contenido, en sake de delicioso aroma.  Mandó a Ynada que se subiera a un pequeño montículo y se colocara de modo que su figura se reflejara en el líquido de los ocho cubos, y el se escondió detrás de unas rocas, esperando a que llegara la serpiente.

Ya se había ocultado el Sol y empezaban a brillar los primeros luceros en el firmamento, cuando se oyó el estrépito del dragón, que se acercaba; los ojos de sus ocho cabezas brillaban en la noche como antorchas y los silbidos de sus fauces hacían estremecer a los acongojados padres, que ya le habían visto siete veces antes, trágicamente para ellos.

El monstruo llegó cerca de la casa, y atraído por el aroma del sake, introdujo en los cubos sus ocho cabezas y aplacó su ardiente sed, sorbiendo en un momento todo el líquido de los cubos.  A los pocos momentos empezó a hacerle efecto la bebida, se nubló su vista y se encorvaron sus cabezas, cayendo, embriagado, al suelo.  



Susano-o entonces salió de su escondite y manejando con gran destreza su enorme espada, cortó de ocho tajos las ocho cabezas del monstruo.  Su cuerpo se retorció, cayendo, embriagado al suelo.  Susano-o entonces salió de su escondite y manejando con gran destreza su enorme espada, cortó de ocho tajos las ocho cabezas del monstruo.  Su cuerpo se retorció en horribles convulsiones, y Susano-o, sin arredrarse, cortó en pedazos el cuerpo de la fiera.  

Al cortar la cola, su sable tropezó con un objeto metálico.  Logró sacarlo, quedando admirado al ver que era una magnífica espada de empuñadura de oro y pedrería, como jamás habían visto sus ojos.  Susano-o la llamó Murakumo no Tsurugi, o sable del "montón de nubes", por la nube blanca que envolvió, al sacarla, aquellos despojos.  Decidió enviársela como regalo a su hermana Amaterasu, para reconciliarse con ella.

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Los padres de Ynada, dichosos de ver salvada a su hija, dieron las gracias a su bienhechor y se la concedieron por esposa.  Susano-o partió con su prometida a la provincia de Suga, donde se celebró el matrimonio, edificándose allí un suntuoso palacio, en el que vivieron dichosos.  Tuvieron varios hijos y fueron muy felices, dedicándose a su placer favorito, que era la caza, y a coleccionar valiosos objetos, convirtiendo su palacio en un rico museo, que era un deleite para los visitantes.

Pasados unos años, su fiel esposa se sintió enferma y murió, ante el desconsuelo de Susano-o, que la lloró durante mucho tiempo sin descanso.  La enterró cerca del palacio, rodeada de sus objetos más queridos, enterrando también en su sepulcro, vivas a sus once damas, lujosamente ataviadas, para que la sirvieran en la eternidad.



Susano-o, inconsolable, abdicó en su hijo mayor, Masimayihuma, y él se hizo Inkyo; se retiró a la vida privada, y con su bella hija Suseri fue a habitar a una isla desierta, llamada Nenogatasu, no pisada por ser humano.  Allí decidió vivir, sin que nadie alterara su paz, entreteniéndose con la caza y pesca y enseñando a su hija los secretos de la naturaleza y de la magia.

A medida que crecía su hija, iba aumentando su singular belleza, y un día, cuando se estaba bañando, apareció en la isla un apuesto joven que se enamoró de la muchacha y no se quiso separar de ella.  El padre, al verle, preguntó su nombre a aquel extranjero y él dijo llamarse Siko, quedándose a vivir en la isla, al lado de su amada, y siendo atendido cortésmente por Susano-o y su hija.  

Les acompañaba en sus cacerías, pero habiendo demostrado el joven una gran habilidad en el manejo de las armas y gran superioridad sobe Susano-o, se despertaron en éste los celos y, lleno de envidia, decidió darle muerte, encerrándole con las abejas para que le picaran y luego en un criadero de serpientes venenosas, esperando que le dieran muerte.  De todos los peligros salía ileso, gracias a las mágicas medicinas que le proporcionaba su amada Suseri.  Cansados los jóvenes de tanto acecho y peligro, deseando ser felices y libres, huyeron un día.

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El padre los buscó como loco y hacía retemblar la isla con sus gritos, llamando a su hija.  Al fin, los divisó a lo lejos, en el mar, en una pequeña embarcación.  Tensó su arco para acabar con sus vidas, pero en un instante de compasión, se le cayó el arco de las manos, al mar.  Con los ojos arrasados de lágrimas, les gritó con todas sus fuerzas, mandándoles su bendición y sus deseos de que fueran eternamente felices.






















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