LOS DADOS MALDITOS #leyenda #bharat #juego #venganza #humillación #mujer
Cuando las aguas sagradas habían rociado la cabeza de Yudhishthira, su primo Duryodhana permaneció en el palacio de Indraprasha y con él se quedó también un tío suyo que había de ser el genio del mal; se llamaba Sakuni. Juntos examinaron el magnífico palacio que los pandavas habían hecho construir en el lugar que anteriormente no había sido más que un arenal. y se maravillaban.
Ocurrió que Duryodhana, mientras se paseaba por el palacio, confundió un cuarto cuyo piso era de cristal del más puro, con una piscina e hizo como si fuera a bañarse. Otro día creyó que la piscina era un cuarto con el piso de cristal y cayó dentro, provocando la risa de los presentes. Pero en vez de tomarlo como una broma, le mortificó de tal manera, que no hacía más que comparar su palacio con el de su primo, lamentando su suerte.
Era bien sabido que Yudhishthira no razonaba en cuanto se le tocaba su punto flaco, que era el juego. Aclarado este punto, se ve la mala fe del tío y compañero de Duryodhana al proponer a éste que le invitase a su primo a una partida de dados en su palacio.
Sakuni bien sabía lo que hacía al inducir a su sobrino para que invitase a su primo al juego; sabía perfectamente que traería la desgracia y el segundo destierro a los príncipes del Pandava. Sakuni tenía un odio mortal contra aquella familia por un agravio que la madre de los pandavas le había hecho en su juventud y calculó que el tiempo de la venganza había llegado.
El permiso que el anciano rey había de conceder no era difícil de obtener, ya que no tenía voluntad en cuanto se trataba de una petición hecha por su hijo, al cual quería con locura. Vidura, el consejero de los pandavas, hizo lo posible para evitar la catástrofe que se avecinaba; pero igual podía haber clamado al desierto para que se hubiese convertido en fértil valle, por el caso que le hicieron. Fue al mismo Vidura a quien nombraron para que llevase el funesto recado. Cuando llegó a Indraprasha, Yudhishthira quedó muy pensativo.
Entretanto, en la capital del reino, Duryodhana mandó erigir un pabellón especial para recibir al huésped real con los honores debidos. Vidura trató de impresionar a su sobrino con las condiciones en las cuales iba a jugar y enumeró los participantes en el juego de dados. Todos los presentes comprendieron la celada que le estaban preparando y trataron de disuadirle de su propósito; pero fue inutil. Yudhisthira a todos contestó de la misma manera
-Es el deseo de los dioses que esta partida se lleve a cabo. ¿Quién puede combatir contra la fatalidad?
Dicho esto, partieron todos los hermanos, y Draupadi, la reina, quedó con el corazón contraído por la tristeza. Una vez llegados y cuando hubieron descansado, fueron pasados a la real presencia del monarca ciego, y solamente ante la insistencia de éste, Yudhishthira se sentó en la mesa para jugar contra Sakuni.
Los hermanos, que estaban de pie alrededor de la mesa, contemplaban el curso del juego casi ciegos de ira y con grandes deseos de coger al contrincante de su hermano y allí mismo privarle de su existencia. Vidura, sentado en la mesa, recordó a los presentes como los asnos habían rebuznado cuando Duryodhana había venido al mundo. El monarca, al oír los auspicios del venerado Vidura, tembló de miedo; pero no tenía la suficiente voluntad para ordenar que el juego se suspendiese.
Entretanto, la locura de Yudhishthira progresaba y con cada jugada perdía y Sakuni ganaba. Llegó el momento en que el rey de los pandavas se jugó su reino y lo perdió; a continuación se jugó sus hermanos y después su mujer, y también los perdió. El cruel Duryodhana se levantó entonces, dando un grito de júbilo, y exclamó:
-Vidura, te ordeno que vayas a buscar a Draupadi, reina de los pandavas, para que esa mujer tan virtuosa nos barra la cocina.
Vidura, rojo de ira ante semejante insulto, le dijo que fuese el mismo, y le maldijo. Draupadi, al poco tiempo, se presentó ante ellos, y su figura majestuosa contuvo el aliento de todos. Le comunicaron que era la esclava de Duryodhana, ya que su marido la había jugado y la había perdido. Draupadi, sin perder su ecuanimidad, preguntó en qué estado estaba su marido cuando la había jugado y perdido. Vidura fue quien le explicó lo sucedido y Draupadi escuchó y contestó:
-¿Como puedo ser vendida por una persona que ya de por sí, en el momento de venderme, no era dueño de sí mismo, yo, que soy una persona libre?
Duryodhana se mordió los labios de ira al pensar que una mujer le pudiese quitar su victoria más grande y no daba su brazo a torcer. La discusión llegó hasta tal punto, que tanto Bhima como Arjuna estaban dispuestos a caer sobre el malvado y terminar con su vida. En aquel momento se oyó el aullido de un chacal y un asno que se hallaba en las afueras del palacio rebuznó. Al mismo tiempo, varios pájaros lanzaron unos graznidos terribles, profetizando toda clase de males.
Dhritarashtra cambió de semblante, hasta adquirir la palidez de un muerto, y volviéndose a Draupadi le dijo:
-Pídeme lo que quieras, Draupadi; pero pídemelo de prisa. Yo te daré aquello que solicites.
Draupadi, con mirada orgullosa, se dirigió al vacilante monarca y repuso:
-Yo, Draupadi, la libre, pido me sea otorgada la libertad de Yudhishthira.
-Concedido -contestó el monarca horrorizado-; pero pide otra cosa.
-Entonces pido me sea concedida la libertad de los hermanos ganados en un juego ilícito.
-Concedido -contestó el monarca.
-Y además tienen que serles devueltas sus tierras, sus armas y todo lo que les pertenece -dijo la orgullosa reina.
-Pide más -le dijo el monarca.
La reina, elevándose hasta parecer el doble de su estatura, contestó con tono imperial:
-Los pandavas, con sus armas y sus posesiones, son capaces de conquistar el mundo entero.
El propio Karna, que no había intervenido en la defección del monarca de los pandavas, se dijo para sí mismo:
- Jamás se ha visto una mujer de más espíritu en todos los días de la Historia. Los pandavas, que se sumían en el mar de la desgracia, se han visto libertados por la inteligencia de una mujer; Esto indica el final de mi raza. ¡Ay de nosotros, que hemos llegado a este final!
Al ser puestos en libertad los príncipes del Pandava, se levantó una violenta discusión sobre si debían matar a Duryodhana o no, debido a los insultos que había dirigido a la reina. Dicen las crónicas de aquellos tiempos, que el humo del fuego de Bhima le salía por los oídos y que sus hermanos a duras penas contuvieron el terrible gigante de cometer allí mismo, en el palacio de su abuelo, un asesinato, en mas de los panchatas que estaban presentes. Yudhishthira, que había recobrado su sabiduría acostumbrada, los pacificó. Volviéndose a Dhritarashthara, le preguntó cual era el deseo de su alteza. El anciano, que estaba verdaderamente asustado contestó:
-Vete con todas tus riquezas a la ciudad que es la capital de tu reino y trata de olvidarte del insulto al que has sido sometido en mi presencia.
Los pandavas, con todas las atenciones debidas a un rey tan anciano, se despidieron como si nada hubiera sucedido y se dirigieron a Indraprasha. No habían hecho más que marcharse, cuando los malvados consejeros del monarca se precipitaron sobre él y le dijeron:
-Ahora sí que estamos perdidos. En cuanto lleguen a su capital, reunirán un ejército poderoso para vengar el insulto al cual han sido sometidos y caerán sobre nosotros, deshaciéndote a ti y a todos.
-Mira -le dijeron-, lo que tienes que hacer es ordenar que vuelvan, y entonces que tiren a los dados con Sakuni, y si éste gana, que ganará, los destierras al bosque más apartado del reino, condenándoles a vivir como ermitaños durante doce años sin que nadie los reconozca; caso de que esto suceda, que sucederá, los condenarás, a otros doce años, y así hasta el final de la historia.
Al principio el monarca no quería hacerles caso, pero ante los ruegos de su hijo, claudicó y mandó unos mensajeros para que avisasen a los príncipes de que deseaba que volviesen a su presencia. A Karna, que era un verdadero guerrero, le pareció la solución indigna e insistió para que tal medida no se llevase a cabo. El rey había dado su palabra y era inalterable. Por mucho que insistió, el mandato del anciano se llevó a cabo diciendo que era el deseo de su hijo y que no se le podía contrariar.
Yodhishtrira caminaba con sus hermanos por la carretera, cuando el mensajero real les alcanzó, comunicándoles el deseo del rey. Verdaderamente no había ninguna necesidad de obedecer después que habían obtenido su libertad. Pero el monarca, ante las palabras del emisario "Vuelve y juega", cobró el aspecto de un hombre hipnotizado y los pandavas por segunda vez en pocas horas volvieron a penetrar en la capital de Hastinapura. Una vez más los dados rodaron sobre la mesa y Sakumi, con voz triunfal, exclamó:
-¡He triunfado!
Los pandavas se encontraron libres de sus personas, pero bajo la condena de que tenían que habitar en las selvas inexploradas del reino y que al treceavo año residirían en una capital del Imperio, sin que nadie les reconociese. Tristes y pensativos salieron de Hastinapura y los hermanos, especialmente Arjuna y Bhima, volvieron sus torvas miradas hacia el palacio y en sus ojos inyectados de furor por el trato recibido, no se pronosticaba nada bueno para el futuro del Imperio.
Los sabios leyeron en los astros que nada bueno para el futuro del Imperios. Los sabios leyeron en los astros que nada buenos vendría de esto, y Karna se vistió de luto, ya que los dioses le dijeron que la siguiente vez que se encontrase con Arjuna y los otros príncipes perecería en sus manos.
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