CÉFALO Y PROCRIS #leyenda #grecia #amor #celos #tragedia
Imagen de David Mark en Pixabay
El rey Cefalo era un monarca de espléndida hermosura. Su atractiva juventud logro encender el amor de la Aurora, quien diariamente acudía a visitarle un poco antes de rayar el alba, en su palacio de Tesalia. A su llegada, iluminaba con su luz violeta las piedras de la morada de Céfalo, y poco a poco iban animándose con distintos reflejos de verde, rosa, rojo, hasta adquirir una tonalidad dorada que conservaban mientras duraba el día. Pero el rey había elegido por esposa a la dulce princesa ateniense Procris, con quien vivía dichosamente.
Procris se consideraba la mujer más feliz de la tierra con tal de verse al lado de su esposo. Desde que amanecía no procuraba más que agradarle en todo; no le pasaba inadvertida ni una mirada, ni un gesto, ni la más leve indicación de Céfalo.
El monarca amaba también a Procris; pero no se esforzaba demasiado en distraerla; no ignoraba que el pensamiento de su esposa, cuando él se ausentaba, era únicamente para él, y esto le complacía del todo. Su afición por la caza iba en aumento a medida que pasaba el tiempo, y ni la más ligera infidelidad de Procris había enturbiado su tranquilidad. Pasaba días enteros fuera del palacio, recorriendo su reino, conociendo lugares nuevos y disfrutando de la tranquilidad del campo, donde podía descansar del peso que su reino le ocasionaba.
Procris languidecía, mientras tanto, en su palacio; se aburría en su soledad, y pensaba, durante horas enteras, sin explicarse que su esposo prefiriese la caza y aquellas salidas a disfrutar de sus atenciones en el oloroso jardín de la real mansión. Se le ocurrían mil pensamientos, y todos iban encaminados a uno sólo, que a su esposo se le había enfriado su corazón y buscaba durante sus incomprensibles salidas un nuevo amor que le hiciera volver a vivir horas felices.
Los celos dirigieron desde entonces todos sus actos, y creciendo de día en día, terminaron por convencerla de que debía seguirle para cerciorarse de sus terribles sospechas.
Un día, Procris se preparó para salir con su esposo, y sin que nadie la viera, le fue siguiendo a una distancia prudencial, hasta que salieron de la ciudad. Entonces los árboles, las zarzas y las matas la ocultaban fácilmente; veía cómo Céfalo disparaba sus flechas, paseaba o descansaba, hasta que, al fin, cuando la desdichada Procris ya estaba a punto de desfallecer de cansancio y de sobresalto, vio que Céfalo se tumbaba a la sombra de un árbol. Procris se ocultó entre su ramaje próximo, con sumo cuidado, para no hacer el menor ruido, cuando oyó a su esposo:
-Ven, dulce brisa, que sin ti desfallezco, ven, y acaricia con tu mano mi rostro y me harás feliz en estos instantes.
La celosa mujer, al oír estas palabras, y viendo cumplidos sus presentimientos, por creer que la brisa era la rival que temía descubrir, lanzó un grito, contenido entre sus manos, que le tapaban el rostro. Las ramas se movieron, y Céfalo se levantó precipitadamente, convencido de que alguna fiera le acechaba, dirigiendo su flecha hacia aquel punto, la disparó sin tardanza.
Entonces percibió un grito humano. Se acercó corriendo, reconoció a su esposa, con una herida de muerte. No le dio tiempo más que de cogerla entre sus brazos, pues murió al instante.
Céfalo, consternado de dolor, sacó del pecho de su esposa el dardo y se lo clavó en el corazón.
Comentarios
Publicar un comentario