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Imagen de RENE RAUSCHENBERGER en Pixabay
Vivía en los tiempos antiguos, en los terrenos del valle de Lago, un rico labrador conocido con el nombre de Casimiro Feito. Era viudo y vivía con su hija, casada, llamada Benita, si bien, no era única, ya que de su licenciosa juventud tenía a Donata, una hija natural, a la que no prestaba la menor atención. No obstante, Benita estaba al tanto de todo; conocía a Donata y, en cierto modo, la tenía cariño como hermana suya que era.
La recordaba constantemente, y casi la compadecía en muchas ocasiones, cuando veía su pobreza y los años de lucha que la esperaban. Su inquietud con respecto a Donata se agudizó cuando su padre Casimiro cayó un día enfermo de gravedad. Por primera vez en su vida, empezó Benita a pensar en la posibilidad de que su padre abandonara el mundo. Aquella perspectiva se le antojaba triste; pero la tranquilizaba la idea de que los ahorros de su padre le permitieran vivir con el mismo desahogo que hasta entonces. Esto le hizo pensar en su hermana Donata, a la que su padre no quería dejarla ni un céntimo de su hacienda. Obsesionada por esta idea, un día que estaba labrando los campos, le pareció oír una voz que le recomendaba que convenciese a su padre para que dejase algo en testamento a su hermana.
Así lo hizo Benita cuando llegó a casa. Encontró a su padre peor; pero insistió, en la idea que la torturaba, sin conseguir nada positivo. A los pocos días, Casimiro Feito abandonaba este mundo, dejando a su hija en el mayor desconsuelo.
Benita y su marido entraron en posesión de la herencia. De buena gana ella hubiera entregado una parte a su hermana Donata; pero estaba por medio su marido, al que no le parecía bien hacer tal cosa, ocultando su personal egoísmo en un falso deseo de cumplir la voluntad del muerto.
A los pocos días se dijeron misas por el alma de Casimiro Feito. Cuando rezaban la última, Benita sintió de repente un peso enorme sobre su cabeza, producido por una frágil mariposa. Comprendiendo que aquello tendría un oculto significado le contó lo sucedido a su marido, a la salida de la iglesia, rogándole a continuación que entregase a Donata al menos, una novilla, para socorrer su extrema pobreza.
El marido pensó y repensó mucho lo que su esposa le pedía, pero viendo que la mariposa de un peso extraordinario, le seguía a todas partes y revoloteaba incansable día tras día, dentro de la casa, decidió cumplir aquello, atemorizado ya, en cierto modo, por este fenómeno. Un día, por fin, le entregó la novilla a Donata. La mariposa entonces, con un alegre revolotear por encima de las hermanas, Benita, contenta por haber podido socorrer a su hermana, se ofreció a acompañarla hasta su vivienda, para encerrar a la novilla.
Emprendieron el camino a casa de Donata, ambas alegres y comunicativas, y cuando llegaron frente al corral y abrieron sus puertas para introducir en él al animal, la mariposa, ya tranquila al fin, voló lejos de allí y se ocultó en el azul del cielo.
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