Machu Picchu.
Hubo una vez una virgen llamada Chuquillanto que vivía en el acllahuast de Cuzco. Todas las doncellas eran seleccionadas por su impecable belleza, pero Chuquillanto era la más especial, pues tenía el cabello del color del sol.
Las vírgenes tenían que seguir un conjunto de reglas estrictas, entre ellas un riguroso régimen de higiene personal, pero por la tarde, una vez concluido el trabajo y el ritual del baño, las chicas tenían permiso para salir del claustro, siempre y cuando pasearan en parejas.
Un lindo día de verano, en que soplaba una brisa apacible, Chuquillanto y su amiga caminaban por una pradera y se quedaron prendadas con una dulce música que les llegaba desde la distancia. Se encaminaron en aquella dirección y finalmente llegaron a la fuente del sonido. Se trataba de un pastor, joven y apuesto llamado Acoynapa, que tocaba la flauta para su rebaño de llamas.
En cuanto el pastor posó la mirada en Chuquillanto, pensó que debía de tratarse de una diosa. Jamás había visto a una chica con el cabello dorado ni que oliera a flores. Y ella nunca había oído una música tan mavillosa como la que brotaba de su flauta.
Vírgenes del sol.
Aquella noche, ni Chuquillanto ni Acoynapa lograron conciliar el sueño; ambos ardían en deseo, pero también ambos, sabían cuál sería el castigo si Chuquillanto perdía la virginidad; la enterrarían viva y a su compañero lo colgarían de los pies. Pasaban los días y Acoynapa no podía comer, ni dormir, ni tan siquiera tocar la flauta, languidecía de amor. Su madre, hechicera y clarividente, comprendió lo que estaba ocurriendo y supo que tenía que hacer algo o, de lo contrario, Acoynapa moriría.
Chuquillanto ya no podía aguantar más; tenía que volver a ver a su amado y una vez más, convenció a su amiga, para acercarse a la granja de Acoynapa. La madre del chico les dijo a la joven y a su acompañante que su hijo había muerto, pero le entregó su cayado para que le sirviera de recuerdo. Aquella noche, Chuquillanto, melancólica, se llevó el cayado a la cama y se quedó perpleja cuando de éste surgió Acoynapa. No estaba muerto, sino que su madre lo había introducido en el cayado mediante un encantamiento. Así, escondido, Acoynapa se quedó en el claustro y la pareja compartió su dichoso amor varias noches.
Pero la tragedia llegó pronto. Una epidemia de viruela llegó a la tierra y los sacerdotes decretaron que la virgen de cabello dorado debía ser sacrificada en honor a Inti. ¿Cómo podía ofrecerse Chiquillanto a Inti pues ya no era virgen?
Si decía la verdad, colgarían a Acoynapa, pero si transigía al sacrificio, Inti se disgustaría de tal manera que enviaría una desgracia aún mayor a su pueblo. Ante esta disyuntiva, Chuquillanto y Acoynapa decidieron huir a la selva. Llegaron hasta el mismo borde y justo cuando ya se creían a salvo, se convirtieron de repente en pilares de piedra, que permanecerán allí por toda la eternidad.
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